Savransky - "La puesta en forma o-traductio" en Para una teoría de la práctica - Seminario de Diseño Gráfico y Publicitario - Cátedra: Savransky
Carlos Savransky: “Para una teoría de la
práctica”
Capítulo 1: “La significación
y la traducción” (continuación)
Traducir: Llevar de un
lado al otro. Traducere = ducere: llevar; trans: a través de, de un lado al
otro. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de traducción? ¿Qué es lo que
llevamos de un lado al otro? Cuando hablamos de traducir, en su sentido
habitual, parecería que queremos decir que el traductor lleva el sentido, la
significación intrínseca de un texto, de un soporte al otro, de un sistema significante
al otro. La significación estaría allí, incólume y a salvo de toda distorsión.
Pero ¿qué son el sentido y la significación para que puedan ser llevados,
conducidos hasta el lenguaje, que los convierte en texto, y luego de un texto
al otro, de un soporte al otro, de lo verbal a lo visual? ¿Qué serían los
lenguajes si admitieran ser depositarios casi indistintos de tales sentidos?
¿Hasta dónde podemos sostener esta idea del lenguaje en términos de continente
y contenido, de sistema de significantes y significados? La indagación acerca
de la traducción nos lleva inevitablemente hacia qué se entiende por sentido y
por significación, hacia qué son las significaciones lingüísticas, y a las
teorías del lenguaje y del sujeto que subyacen a las distintas concepciones de
la traducción.
Es necesario, entonces,
reencontrar el lenguaje en la exterioridad y en la materialidad, no sólo a la
par, sino incluso antes que en la idealidad y la interioridad, para restituir
de ese modo el sentido a su encarnación. La interioridad y la idealidad no son
el modo primero que adquiere lo que ha de ser dicho, sino una constitución posterior
que la exterioridad del decir hace posible. Somos antes relación con la
exterioridad y sujetos de la práctica, volcados desde siempre al mundo. El
pensamiento no existe separado de la palabra, el pensamiento no es nada
interior sino que existe en el mundo y en las palabras. Cuando
consideramos al lenguaje como manifestación exterior, y por lo tanto
secundaria, por la cual el pensamiento pone en el mundo aquello que ya posee en
su interior, se trata en realidad de una ilusión que nace del descubrimiento
que nuestra conciencia hace de sí misma, cuando se vive como un yo pienso.
Sólo por efecto de la palabra, de su materialidad y de su ser corporal se
puede constituir en nosotros la autonomía que llamamos pensamiento.
Nietzsche concebía a la conciencia como una interiorización de la relación que
nuestro cuerpo tiene con la exterioridad. La relación corporal que mantenemos
con la exterioridad es primigenia, porque antes de ser una conciencia somos un
cuerpo volcado al mundo. Somos un ser-en-el-mundo antes que un ser-para-sí.
Para comprender el acto de
traducción necesitamos distinguir el sentido del concepto, y devolver la palabra
al cuerpo. El sentido no existe con independencia de su encarnación, no puede
depositarse en la exterioridad de una forma y seguir siendo, de modo
inalterable, el sentido que es. El significante no es un soporte del
significado, tal diferenciación no existe. Una lengua no es, respecto de otra,
un sistema de signos y equivalencias intercambiables, sino el sistema de
experiencias vividas y sedimentadas comunes, de las que únicamente el cuerpo es
el equivalente universal. El sentido no puede ser con independencia de quien lo
expresa o de quien lo aprehende.
El que habla
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Lo hablado
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Quien escucha
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1ª encarnación de
sentido: del cuerpo de la expresión al cuerpo material de la obra
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2ª encarnación de
sentido: del cuerpo material de la obra al cuerpo de quien la retoma
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Es el cuerpo quien produce la
obra, y también es el cuerpo para quien la obra realizada se hace
comprensible. La encarnación hace del sentido tanto una intención interior
como un exterior que se ofrece al otro.
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Benjamin: su concepción
del lenguaje hace de las diversas lenguas el horizonte mesiánico que conduce a
la idea de una lengua pura, en tanto cada idioma es un conjunto de sentidos que
encuentra su equivalente en el conjunto representado por otra lengua. Para Benjamin
el lenguaje es un instrumento, un objeto cuyas cualidades autónomas pueden ser
desentrañadas prescindiendo de un sujeto del sentido. Benjamin sabe que entre
la intención de decir y lo que efectivamente es dicho hay un desfasaje. Pero
como no puede introducir la perspectiva del sujeto y del fenómeno del habla en
tanto acto individual de creación, y se mantiene en una concepción objetivista,
no le queda más remedio que remitir esta dificultad a su marco conceptual,
haciendo del lenguaje una existencia objetiva incompleta.
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Lenguaje para
Benjamin
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·
Contenido objetivo e idéntico en todas las
lenguas
·
Forma objetivamente incompleta
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El contenido queda atrapado por
la debilidad formal del lenguaje
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De esta manera, la obra original
lleva en sí misma su propia muerte, hecho que le exige sobrevivir. Esa supervivencia
es lo que Benjamin denomina la traductibilidad de la obra, y quien la realiza
es el traductor. Para Benjamin, el lenguaje adolece de una debilidad
intrínseca: la incompletitud. La traducción pone en evidencia esta disparidad
entre el contenido y la forma, y, a la vez, es el acto que la acerca a su
superación, ya que la intención del traductor consiste para Benjamin en la
integración de todas las lenguas en una sola lengua verdadera y universal (reine sprache).
Para Savransky, en cambio, lo que
transforma el carácter de absoluto en incompleto no es la debilidad del
lenguaje, sino la debilidad del sujeto, ya que una vez realizada la expresión,
el lenguaje y la obra reaparecen como objetos del mundo que se ofrecen a la
consideración y están sometidos a las condiciones finitas, incompletas y
mudables de la aprehensión de todo sentido por el sujeto. La condición
magmática de las significaciones lingüísticas no es una condición ontológica
del lenguaje, sino una condición de la relación que el sujeto tiene con él, con
la obra y con el mundo en general.
La traducción pone de relieve al cuerpo como
condición para el lenguaje. Si hay traducción es porque hay un cuerpo que tiene
la posibilidad de ser todas las caras, como lo es el cuerpo de un actor en
escena.
Existe la creencia de que la
creación de la obra es independiente de la palabra. Siguiendo esta creencia, la
producción de la forma o de la imagen sería una práctica en la que está ausente
la reflexión, con lo cual la creación sería un acto totalmente imprevisto e
irreflexivo. Cuando se reconoce que hay algún tipo de pensamiento previo a la
creación, se sostiene la idea de un “pensar en imágenes” que se hace presente
al modo de representación interior. Así, seríamos alternadamente o bien sujetos
del lenguaje / del discurso, o bien sujetos de la forma / de la imagen. Si
somos sujetos de la reflexión no lo somos de la práctica. Ambas operaciones
podrían enlazarse por medio de una síntesis operada por nuestro intelecto, que
permitiría reunir en una nueva significación más amplia, completa y rica lo que
por separado no alcanzaría un igual grado de matices.
Las concepciones más
reflexivistas, que consideran que la prefiguración de la obra supone la posesión
de saberes a partir de los cuales la práctica de creación se hace posible, y
que la prefiguración concibe intelectualmente lo que luego la práctica pone en
obra, olvidan que el pensamiento sólo existe encarnado en la palabra. Y aunque
no se debe descartar un “pensamiento” no verbal que se realice en la
imagen, o en la forma, si se concibe al pensamiento como anticipador es
menester también reconocer que, al menos como forma del pensamiento, la palabra
cumple un rol en la creación de la imagen. Y al mismo tiempo, si concebimos al
pensamiento como representación, deberemos dar cuenta de cómo lo pensado se
hace presente y pone sus contenidos en la práctica.
Si bien percibimos y obramos en
el mundo antes de poseer el lenguaje, el acto de adquisición de la palabra modifica
al mundo visible y lo hace inseparable de ella. La palabra se hace en mi
cuerpo, del mismo modo que lo visible se hace en mi visión, ella es el revés
carnal de las cosas. La palabra es el modo por el cual el cuerpo hace aparecer
su sentido en el mundo, un acto de significación y un modo de objetivación.
Pero es, al mismo tiempo, un modo de aprehender el mundo, el modo por el cual
el cuerpo se ahueca sobre las cosas bajo la forma del sentido que ellas tienen
para mí. La palabra es la impronta de la cosa en mí. De este modo, lo
verbal y lo visual ya no son órdenes separados ni separables, sino dimensiones
que se usurpan una a la otra en un mismo cuerpo.
La fenomenologia concibe a la
percepción como acto originario en tanto considera que los actos del cuerpo no
tienen ninguna mediación, y que los objetos del mundo se presentan directa e
inmediatamente ante el sujeto que percibe. Toda práctica de un cuerpo, su
motricidad y la palabra misma son actos en los que originariamente se da algo,
actos de aprehensión originaria del mundo. La concepción de lo visible y lo
visible como órdenes separados se parece más a un acto de abstracción analítica
que al modo en que nos deslizamos por el mundo real.
Si el estructuralismo pudo hacer
a un lado la referencia al sujeto, para poder despejar de este modo una objetividad
en tanto campo autónomo de la investigación científica, hoy, lejos de excluir
esa referencia, la reclama. Y plantea, por lo tanto, como exigencia temática,
la tarea de responder cómo se conciben las relaciones entre las constituciones
objetivas de los sentidos sociales y la institución de dichos sentidos por los
sujetos individuales.
Capítulo 4: “El habla como
práctica” (continuación)
El pintor le pide al objeto que
devele los medios visibles por los cuales se hace objeto ante nuestros ojos.
Luz, iluminación, sombras, reflejos, color, no son seres reales sino que
tienen, como los fantasmas, existencia visual. La mirada del pintor indaga cómo
se toman entre sí para hacer que de pronto haya alguna cosa, y a esta cosa para
componer el mundo y hacernos ver lo visible. El sentido vivo que encuentro en
el objeto que quiero pintar no es el sentido de un objeto: es un sentido para
mí.
Entre la palabra y la imagen no
hay equivalencia alguna. Las equivalencias me atraviesan: mi cuerpo es el
equivalente universal. Tal como señala MP: “Siempre se ha observado que el
gesto o la palabra transfiguraban el cuerpo, pero se contentaba con decir que
desarrollaban o manifestaban otra facultad, pensamiento o alma. No se veía que,
para poder expresarlo, el cuerpo debe convertirse, en último análisis, en el
pensamiento o la intención que nos significa. Es el cuerpo el que muestra, el
que habla”.
Sólo mediante el cuerpo aparece
la palabra y por su virtud, la cosa. Es por el cuerpo que la palabra hace ser y
que el lenguaje, en lugar de reduplicar el mundo, es el mundo. De modo tal que
el sentido vivido por un cuerpo es una posibilidad abierta de expresión hacia
distintas creaciones, que en sí mismas y objetivamente son irreductibles, pero
que se reencuentran como un mismo sentido porque pasan por nosotros, por
nuestro cuerpo, que es su equivalente general.
La trasposición del
sentido no es la búsqueda de la equivalencia isomórfica, de la correspondencia
punto por punto de cada elemento de un lenguaje con cada elemento del otro
lenguaje. Sólo es posible hacer surgir el sentido “pictórico” de un sentido
“verbal” como creación en cada caso original. Y por el modo de encarnarse y por
ser carne es siempre a la vez irreductible y equivalente, diferente y
semejante.
Ejemplos: panóptico de
Bentham, línea de montaje de Ford ® Si bien no son
representaciones icónicas de los conceptos de “vigilancia”, si restituimos por
encima de la presunción tecnológica el valor simbólico e imaginario de estos
dispositivos encontramos que se trata de verdaderas traducciones a forma de los
requerimientos significativos de los discursos. Aunque queda cerrada la salida
mimética o imitativa entre forma y función, se abre la posibilidad de
traducción entre lo verbal y lo visual como una nueva forma no mimética de
correlación, de relación recíproca entre dos tipos de lenguaje distintos.
La traducción es la operación de
una intencionalidad corporal, es la creación de una nueva obra, posible por un
nuevo acto de expresión que hace reaparecer el sentido. Sólo viviendo el
sentido del “original” es posible poner ese sentido en otro acto de expresión,
y el sentido sólo puede ser vivido por un sujeto en tanto sea un cuerpo. La
traducción como copia, por otra parte, es el pasaje de un sistema de
significantes a otro, operado por un traductor ajeno al sentido de la obra. La
adhesión de Benjamin a una concepción estructuralista y objetivista del
lenguaje le impide pensar la relación entre lenguaje y cuerpo, y el papel del cuerpo
en la traducción.
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