MALDONADO, TOMÁS:
CRÍTICA DE LA RAZÓN INFORMÁTICA
Prefacio
Nada me es más ajeno
que una actitud de prejuiciosa desconfianza sobre el papel de la tecnología.
Dicho esto, estoy
profundamente convencido de que las tecnologías, si se quiere tutelar su carga
innovadora, deben permanecer siempre abiertas al debate de las ideas.
Dispuestas a examinar (y reexaminar) no sólo sus presupuestos básicos, sino
también, y quizás en primer lugar, sus relaciones con la evolución de la
sociedad. Pero todo esto, ya se sabe, choca abiertamente con los intereses de
aquellos que no quieren turbar la quietud del jardín informático.
Se equivocan quienes
ven la informática como una caja de desgracias, pero también quienes la
consideran una desbordante canasta de milagrosos.
1. Ciberespacio,
¿un espacio democrático?
Hoy
existe una esperanza, muy difundida, de que las tecnologías interactivas y multimedias
puedan contribuir a una drástica reubicación de nuestra presente manera de entender
(y practicar) la democracia. Se confía en que estas tecnologías estén en
condiciones, en s í mismas y por s í mismas, de abrir el camino a una versión
directa, o sea participativa, de democracia. De este modo, se argumenta, será
posible superar las debilidades, las incoherencias y las ficciones, tantas veces
denunciadas, de la actual estructura parlamentaria y representativa de la
democracia.
Entre quienes
anuncian el inminente advenimiento de una república electrónica están también
aquellos que denuncian el intento por parte de los gobiernos de querer ejercer
un control normativo y censorio sobre las redes.
El
control, que antes estaba, sobre todo en clave antimonopólica en manos del
Estado, ahora pasaría a las agrupaciones monopólicas que, gracias a una excesiva
liberalización, se volverían omnipotentes.
Teleputer
El
problema no es tanto tratar de establecer cuál dispositivo técnico favorece, en
abstracto, la pasividad y cuál la actividad de los sujetos, sino más bien entender
cuáles son las razones de fondo que, en un específico contexto histórico, hacen
que los sujetos sociales prefieran la pasividad a la actividad.
Es
redimensionado, al menos en parte, un cierto determinismo tecnológico proclive,
desde siempre, a atribuir apresuradamente a distintas tecnologías la
responsabilidad, en lo bueno y en lo malo, de fenómenos sociales (e incluso políticos)
de elevada complejidad.
Si tomamos,
por ejemplo, la comunicación vía Internet está claro que el usuario es libre de
decidir con qué personas o cosas quiere ponerse en contacto, por el sencillo motivo
de que, como dicen los promotores del servicio en red, everyone and everything is on the net.
Sin embargo,
es preciso entenderse sobre esta proclamada posibilidad de absoluto y libre acceso
a la red. Se trata de un punto crucial del actual debate sobre la relación información-democracia.
Porque una cosa es la posibilidad de un libre acceso a la información y otra
muy distinta la probabilidad de que los ciudadanos puedan hacer uso de ella. La
posibilidad de establecer contacto con everyone y everything puede estar
técnica (y legalmente) garantizada, pero no significa que ello ocurra efectivamente
y esto por dos razones:
- El problema
de las restricciones subjetivas de acceso: aquellas que los mismos actores se ponen
en consonancia con sus valores, creencias y preferencias, sin excluir los prejuicios
que derivan de ellos.
- El problema
de las limitaciones exteriores de nuestra libertad. Pese a que se nos asegure la
«ausencia de interferencia» en el uso de la red, la efectiva probabilidad de
disfrutar de dicha La libertad de acceder a través de la red a everyone y a
everything es, pues, ilusoria.
El papel
que las redes telemáticas podrían asumir en el contexto de las prácticas institucionales
(y no institucionales) relativas a la vida política. Se trata de la propuesta
de una sociedad en que los sujetos sociales actúen (e interactúen) políticamente
por medio de redes telemáticas.
Ven en
la denominada “república electrónica” la primera oportunidad en la historia de
realizar una «verdadera democracia». El escenario presentado es el de una
democracia sin delegación, sin intermediarios.
Los agentes
sociales serían puestos en la situación técnica de acceder interactivamente, a
nivel planetario, a todos los procesos informativos, pero también a todos los
procesos de decisión: tanto los ligados a problemas de barrio como a los nacionales
e internacionales.
La
comunidad virtual
¿Pero qué
es, en la práctica, una comunidad virtual?
! Hay una característica que emerge
con claridad en el estudio del proceso formativo de las comunidades virtuales vía red. Éstas nacen, normalmente, de la
búsqueda de contacto entre individuos o grupos que tienen ideas, intereses y/o
gustos comunes [Las comunidades virtuales deban ser consideradas
comunidades de semejantes. De semejantes, no de idénticos]. He aquí
por qué las comunidades virtuales se configuran como punto de encuentro (¿o de
refugio?) en el que se cultivan sobre todo las «afinidades electivas».. Las comunidades
virtuales, en cuanto asociaciones que derivan de una libre y espontánea confluencia
de sujetos con visiones unánimes, son comunidades con escasa dinámica interna.
Por su alto grado de homogeneidad, tienden a ser decididamente autorreferenciales.
Y no pocas veces se comportan como verdaderas sectas, en las que la exacerbación
del sentido de pertenencia conduce, en los hechos, a excluir cualquier diferencia
de opinión entre sus miembros. à
debilita la democracia.
Estas
son asociaciones débiles. Las asociaciones fuertes, en cambio, son capaces de atesorar
el intercambio de ideas y de experiencias entre aquellos que piensan de distinto
modo. Es sólo a través de la confrontación deliberativa entre posiciones divergentes
o incluso abiertamente conflictivas como se puede contribuir a una potenciación
del comportamiento democrático.
Democracia
directa o indirecta
Las nuevas
tecnologías informáticas están en condiciones, al menos en teoría, de permitir
la efectiva realizaci6n del viejo sueño de la democracia directa. Para los
profetas del ciberespacio, las redes estarían, pues, en condiciones de
relanzar, sobre bases concretas, la tradición jeffersoniana.
Las dificultades
comienzan, empero, cuando entramos en los detalles. Admitiendo que las redes
sean «abiertas», ¿estamos seguros de que, siempre y en cualquier caso, conseguiremos
neutralizar a los «guardianes»? Por otra parte, ¿hay guardianes? ¿Debemos, acaso,
atribuir el papel de guardianes s6lo y exclusivamente a esos sujetos que son directas
emanaciones de las empresas y del gobierno, sujetos que contribuyen, en general,
explícitamente a coartar nuestra libertad de expresión y a invadir' nuestra privacidad
personal? ¿No sería más ajustado a la realidad admitir que, junto a esta
categoría de guardianes, hay otra, sutilmente ligada a la anterior, que
condiciona en no menor medida nuestra libertad y nuestra privacidad, pero que
lo hace implícita y no explícitamente? ¿El control social no se ejerce en igual
medida a través de los valores, las preferencias, los deseos, los gustos y los
prejuicios inculcados?
Una versión
más articulada debería tener en cuenta, al menos, también a los guardianes
invisibles, o bien, si se quiere, menos visibles. Unos guardianes que somos nosotros
mismos en relación a los demás, cómplices, de costumbre, inconscientes, de un
difuso sistema de vigilancia recíproca. Una vigilancia que se expresa sea
mediante nuestra tendencia a la autocensura, sea mediante nuestra tendencia a
censurar a los demás cuando ellos se identifican con valores que no son los
nuestros.
La red
sin centro
Los teóricos
del ciberespacio sostienen que la red telemática, por su naturaleza interactiva,
excluye la existencia de un punto focal, de un centro de control. En una primera
aproximación, se puede decir que en esto hay algo de verdad. Pero existe ya la
certeza, de que en la red están presentes algunas formas de control, si bien
distintas de las tradicionales. Habitualmente, cuando se habla de la
desaparición del centro en la red se recurre a las metáforas del Panopticon y
del Gran Hermano. Se dice, el advenimiento de la red contribuye a
desembarazarnos definitivamente de aquella centralidad del poder que encuentra
expresión en esas metáforas.
¿Pero es
verdad, como se afirma, que el ciberespacio sanciona el fin histórico del
Panopticon y del Gran Hermano?
La
telaraña y e l laberinto
¿Cuáles
son los rasgos similares y cuáles, en cambio, los distintos en la comparación
entre red informática y telaraña? Sabemos que la red y la telaraña tienen algo
en común: de la misma manera que la telaraña es «proyectada», «construida» y «gestionada»
por una araña, es difícil concebir una red telemática sin alguien que
desarrolle un papel equivalente al de la araña, o sea sin alguien que la «proyecte»,
«construya» y «gestione».
Algunas
objeciones. Sostienen que, a diferencia de cuanto ocurre con la telaraña, en la
red no se puede hablar de UNA araña, que desde un privilegiado lugar central proyecta,
construye y gestiona la totalidad de la red. Las tres funciones antes mencionadas
son (¿o deberían ser?) desarrolladas por una imprecisa interacción de todos los
usuarios de la red, usuarios capilar y homogéneamente distribuidos por doquier
en el planeta.
En
efecto, Eco propone el «rizoma», al que
describe en estos términos: «está el rizoma o la red infinita, donde cada punto
puede conectarse con cualquier otro y la sucesión de las conexiones no tiene
término teórico, porque no hay un exterior y un interior: en otros términos, el
rizoma puede proliferar al infinito».
Democracia
directa y autónoma
En la
mayoría de las contribuciones sobre este asunto se examina la autonomía en
función de la relación que se establece entre los ciudadanos, justamente
celosos de su libertad de autodeterminación, y la parte contraria, que trata de
limitar esta autonomía suya. En breve: por un lado, los ciudadanos; por el otro,
el poder.
Hay un
problema, empero, que raras veces aparece en la reflexión sobre este asunto. Me
refiero al hecho de que los ciudadanos y el poder no son dos compartimentos
estancos. Los ciudadanos son individuos cuya identidad como personas está
fuertemente modelada por los condicionamientos, directos o indirectos, de las instituciones
del poder. à ¿En qué sentido y en qué medida somos, de veras, autónomos?
Uso la
palabra autonomía, préstese atención, en la acepción antes introducida por mí:
autonomía como «libertad negativa» de los ciudadanos en relación a eventuales
restricciones o constricciones impuestas por el poder vigente (libertad de
palabra, libertad de prensa, libertad de asociación, etc.), pero también
autonomía que, en gran parte, se identifica con el grado de libertad del que podemos
(o no) disfrutar en relación al sistema de valores que este mismo poder nos prescribe.
.
Si los humanos,
en tanto sujetos agentes, están en mayor o menor medida predeterminados en sus
deseos y creencias, ¿es justo considerarlos verdaderamente libres en sus acciones?
Y si la respuesta es positiva, ¿debemos por fuerza estimar que nuestras acciones
son libres en términos absolutos? O más concretamente: ¿debemos admitir que nuestra
libertad de acción es independiente de la influencia de factores endógenos o
exógenos que, según la naturaleza de nuestra acción, pueden hacer más o menos efectivo
(o admisible) el ejercicio de nuestra libertad?
República
electrónica
Por república electrónica, se entiende un escenario
que prevé una informatización de los procedimientos y de los comportamientos operativos
mediante los cuales los ciudadanos ejercen sus derechos en una democracia.
Areas
programáticas de la república electrónica: (a) la propuesta de informatizar la
comunicación política; (b) la de informatizar los aparatos administrativos del
Estado-.
Se propone
«reinventar la política». Las posiciones son sustancialmente dos: (i) están
aquellos para los cuales informatizar la comunicación política significa hacer más
directa la participación de los ciudadanos, siempre en clave de un
reforzamiento de la democracia representativa; (ii) están aquellos que tienen una
idea mucho más radical; informatizar la comunicación política no es más que
crear las condiciones para llegar, en un futuro que imaginan muy próximo, a una
verdadera alternativa a la democracia representativa.
El
primero es un programa que aspira a mejorar lo existente y el segundo a
trastornarlo.
Populismo
y populismo informático
La
noción de república electrónica, no importa en qué versión, rinde tributo, de una
manera u otra, a una concepción populista de la democracia.
¿Qué
sentido tiene, si es que tiene alguno, reproponer en semejante contexto un populísmo
a ultranza que, ahora en versión electrónica, tiene la pretensión de fundar una
democracia directa que debería, en teoría, anular definitivamente la influencia
de cualquier tipo de elite? Prescindiendo de la viabilidad o no de este ambicioso
proyecto, es innegable que expresa, tácitamente, una fuerte condena de un
sistema en el que algunas omnipotentes agrupaciones elitistas hacen sentir por
doquier su presencia.
La aparición
de un nuevo tipo de populismo –el populismo informático– hace necesaria una
recuperación crítica del tema del elitismo. Las elites, y su actuación, ya no
son circunscriptibles a un solo sector. Además, hacen sentir su influencia y su
poder condicionante también en los lugares en que se profesa el más recalcitrante
antielitismo.
El populismo
informático se declara al servicio de toda la gente, sin exclusión. Pero la
verdad es otra. En el fragor de una presunta comunicación universal telemática,
es la idea de la gente entendida, también aquí, como «mi gente» la que se
impone.
Hay una
diferencia. Los otros populismos actúan en un vasto radio, recurriendo a
menudo, además, a la movilización de masas. El demagogo populista de tipo tradicional
busca un contacto directo con sus potenciales seguidores o acólitos. El populista
informático, en cambio, es esencialmente un intimista. Obra en soledad, absorto
frente a su ordenador y encerrado en un entorno casi siempre restringido y apartado,
nunca en contacto directo, cara a cara, con sus interlocutores distantes e inalcanzables.
Identidad
y multiplicidad de roles
El uso,
cada vez más frecuente, de programas de interacción en red en los que los
usuarios pueden renunciar a su identidad asumiendo, a placer, otras, hace
problemática la democracia telemática.
El juego
de las falsas identidades es vivido como un agradable entretenimiento, o bien
como un modo, un poco artificioso, de compensar una penuria individual en su
vida de relación.
En la
jerga informática, la relación coloquial posibilitada por el chat. Se puede legítimamente
suponer que sus efectos, en particular cuando las cuestiones que se discuten
son políticas, pueden ser devastadores. En efecto, la charla puede revelarse
como una fuente de fastidio e incluso de desapego de los ciudadanos hacia la
política.
Cuando
la charla, como en este caso, tiene lugar entre sujetos que interactúan a distancia,
sin un contacto cara a cara y, encima, ocultando la propia identidad, está claro
que estamos ante una forma de comunicación muy alejada de lo que razonablemente
se puede tomar por una efectiva comunicación. Sobre todo cuando el objeto afecta
nada menos que a decisiones de vasto alcance para la vida democrática. La
charla informática no es una vía creíble para 'la comunicación política. ¿Por
qué?
- se
puede decir que en cada Yo están presentes varios Yoes. Y ésta es justamente la
idea sostenida por la teoría sociológica de los roles: cada persona es portadora
de distintos roles.
-
Merton atribuye a cada estatus un «conjunto de roles». Por otra parte, dado que
cada individuo ocupa distintos estatus, se concluye que cada individuo expresa,
de hecho, una «multiplicidad de roles».
- Si se
parte del presupuesto de que cada individuo es portador de distintos roles, es difícil
escapar de la idea de que cada individuo puede expresar, en principio,
distintas preferencias. Las implicaciones teóricas (y prácticas) de semejante
eventualidad no deben ser subestimadas en lo más mínimo.
Persona
e identidad online
A mí me
interesa sobre todo el hecho de que los mismos canales de Internet, y con las mismas
modalidades de anonimato, puedan ser utilizados -ya está ocurriendo- como foro de
discusión tendente a la toma de decisiones políticas.
Estoy
convencido de que sólo es posible un genuino foro político cuando los participantes
están implicados en persona en la discusión, o sea en una confrontación cara a cara
entre sí. Un foro entre enmascarados, entre fantasmas, entre personas que no
son lo que dicen ser, no es, ni puede ser, un foro político.
¿Un
juego?
Alguien
puede objetar que me tomo demasiado en serio la cuestión de las falsas identidades
en el ciberespacio. En efecto, hay quien sostiene que, a fin de cuentas, sólo
se trata de un juego inofensivo.
Sea como
fuere, niños o actores son conscientes de que su enmascaramiento es transitorio.
Sin embargo, hay enmascaramientos en los que las cosas ocurren de otra manera. A
veces, la falsa identidad es vivida, por los demás y por el mismo sujeto, como
si fuera la verdadera identidad. En otras palabras, la identificación es absoluta.
No estoy
tratando de decir que en el juego de las falsas identidades en Internet la esquizofrenia
esté al acecho, pero tampoco descartaría esa posibilidad. El hecho de que, en este
caso, la práctica de la falsificación de identidad involucre a un vasto número
de sujetos, me autoriza a suponer que ella puede favorecer el nacimiento de una
especie de comunidad autorreferencial, carente de cualquier vínculo con la
realidad.
Las tintas
bastante sombrías de estas notas mías podrían parecer a alguien, y quizá con
razón, demasiado pesimistas. No obstante, he creído necesario hacerlo en estos términos
para contrastar la sugerencia, a mi parecer demasiado optimista, de tomar el
fenómeno en cuestión a la ligera, como si sólo se tratase de uno de tantos
juegos de chicos.
Si el objetivo,
con semejantes recursos, es potenciar la democracia, ésta es, sin duda, la
fórmula más equivocada. Unos agentes sociales radicalmente despersonalizados y,
por añadidura, constreñidos a expresarse con un limitado repertorio de frases prefabricadas
son la negación de un correcto modo de entender el ejercicio de la participación
democrática. Para mí, la discusión pública de temas de enorme relevancia para
la colectividad debe asumir irremediablemente la forma de una abierta
confrontación de mujeres y hombres con cara, de ciudadanos que se encuentran y
se desencuentran con todo lo que forma parte (y caracteriza) su individualidad.
Democracia
y fragmentación del Yo
Giddens
analiza lo que él juzga una característica señalada de nuestra época, es decir,
la tendencia a la disgregaci6n o desarraigo de las instituciones sociales. El resultado
es una cada vez mayor distancia, objetiva y subjetiva, entre las personas y
entre las personas y las instituciones. Es el fenómeno del «distanciamiento
espacio-temporal» que se experimenta como «vaciamiento del tiempo» y «vaciamiento
del espacio».
Los
compromisos de las personas hacia las instituciones son «sin cara», o sea
impersonales. Compromisos que se basan sustancialmente en la «confianza» que
las personas tienen en la idoneidad de los «sistemas expertos». No es otra cosa
que nuestra confianza en un «sistema experto» lo que nos permite, por ejemplo, emprender
un viaje en avión en la (casi) certeza de que llegaremos a destino. Pero si ésta
es la innegable (e irrenunciable) ventaja de tal confianza, la desventaja,
según Giddens, es la despersonalización de la confianza.
Plasticidad
individual y turbulencia sistémica
Algunos
roles que se creían insuperables son sustituidos por otros que, hace apenas
diez años, eran desconocidos. Un hecho, éste, que, como se intuye, afecta;
directamente a la dinámica de la identidad de las personas.
Una
turbulencia sistémica en la presente fase del capitalismo cuyos efectos se
hacen sentir en el macrosistema, pero también, y yo diría que sobre todo, en
los individuos. Una turbulencia que desbarata los parámetros de referencia (y
orientación) de las personas, trastorna sus certezas existenciales.
En el
mundo moderno la identidad de las personas está sometida, y lo estará cada vez
más, a los mudables condicionamientos y restricciones del mercado de trabajo.
Porque en nuestra sociedad, lo queramos o no, el mercado de trabajo tiende a
configurarse como un verdadero mercado de las identidades.
Frente
a la disminución de la ocupación, se pide que las personas estén dispuestas a
la movilidad, que estén dispuestas a abandonar identidades menos solicitadas
para asumir otras que lo están más à un laburo por otro.
Para
los exetas de la democracia electrónica, el agente social es “una pieza”. Nada
más alejado de una visión dinámica de la identidad (conjunto de roles presentes
en cada individuo). Dado que semejante agente no existe, se lo crea: falsa
identidad.
¿Por
qué en una democracia es importante conocerse y a los demás (verdaderas
identidades)? Tanto en Schütz como en Habermas, emerge con claridad una óptima
acción comunicativa que supone la existencia de un entorno en el que los agente
tienen la posibilidad de interactuar con (o en función de) su “mundo de la
vida” cotidiano. Esto significa: poder
actuar en copresencia física y recíproca visibilidad; que puedan exponer las
motivaciones de sus juicios públicamente y sin temores; que haya las misma
oportunidades para intercambiar ideas. à Todo esto esta ausente en el modelo de
comunicación online.
El uso
online del lenguaje
Personalmente,
estoy convencido que el diálogo escrito es menos incisivo que el hablado.
Mi
propósito es expresar mis dudas sobre la validez de la escritura en la forma de
conversación online. Una escritura
condensada, sucinta y esencial, altamente estereotipada, que, por su indigencia
semántica, agudiza las debilidades propias de toda comunicación que se cumple
entre escribentes y noentre hablantes. ¿Cuáles son esas debilidades?
- Los
actos ilocutorios (el acto de hacer algo al decir algo) no disponen de fuerza
ilocutoria.
-
pobreza expresivo-apelativa: deriva del exceso de elementos con función
expresivo-apelativa, como las caritas. Comprimir, restricción al máximo de los
elementos del discurso.
Reduccionismo
taquigráfico que lleva a una pauperización de los contenidos referenciales.
Además, las construcciones jergales no favorecen un libre comunicación porque
excluyen a quien no lo entiende (generando incluidos y excluidos) y porque la
jerga se configura como un factor de autocomplacencia y autolimitación (detrás
de la pirotecnia de los nuevos términos, se esconden a menudo viejos conceptos
descartados por anacrónicos).
Otras
modalidades de comunicación online
Esta
práctica coloquial no es apta para las exigencias de una acción comunicativa
pública, pero no podemos reducir la relación telemántica-democrática a la
modalidad chat.
Videocomunicación:
los sujetos dialogan en pleno ejercicio de sus identidades. Pero, en la
teleconferencia, por ejemplo, hay un director que decide y maneja el flujo de
la conversación, impidiendo la espontaneidad y creatividad de una libre acción
comunicativa.
Más
allá de los usos convencionales de la red, existen otros que no pertenecen a
esta categoría. El más importante: la comunicación técnico-científica y la
transmisión (y adquisición) de datos de interés militar, industrial, financiero
y administrativo y político.
Descreo
de la ecuación “más información = más saber”. A veces, el aumento general del
volumen de la información circulante se configura como un factor negativo para
una profundización del saber.
Saber individual
y saber social
Cualquier
reflexión debe reconocer la existencia de dos niveles estructurales distintos
del saber, un nivel individual y uno social. Mantienen una relativa autonomía,
si bien hay una recíproca contaminación.
Saber individual: lo que cada uno de
nosotros dispone como persona.
Saber social: una sociedad o cultura
desarrolla, acumula e institucionaliza.
La
brecha entre ambos aumenta en sociedades como la nuestra, en donde la división
del trabajo asume formas cada vez más diferenciadas y articuladas. à Ej:
manejamos, pero no sabemos cómo funciona el auto. Todos ignoramos pero
ignoramos cosas diferentes.
Existe
un tercer saber el “saber cómo” (know
how): es sólo operativo-performativo.
Saber el cómo, no el porqué.
Sobre
la opulencia informativa
En la
idea de Global Information Infraestructura, de Gore, está implícito que todos
tendríamos el derecho de acceder al “libre flujo de formación” y esto podría
disminuir la brecha saber individual-social. Sin embargo, existe una diferencia
fundamental entre la posibilidad y la probabilidad de hacer uso de nuestra
libertad. Nuestra atención y curiosidad son enormemente selectivas. Asimismo,
aparece el tema de la redundancia informativa que lleva a la apatía, rechazo o
disgusto. Concientes de esta debilidad, nos hemos provistos de la computadora
que despersonaliza las funciones de recibir, procesar y almacenar la
información.
Según
los apologetas del ciberespacio, el acceso libre de todos los ciudadanos a toda
la información favorecería el surgimiento de nuevas formas de democracia
directa. En teoría, OK; pero en la práctica, estimo más probable que un acceso
indiscriminado a la información pueda conducirnos a una forma más sofisticada
de control social y de homologación cultural.
En los
recovecos más escondidos de la opulencia informativa, se oculta la indigencia
informativa.
Conclusión
No es
un escenario creíble el de la democracia genuinamente participativa, gracias a
la república electrónica. No obstante, no niego el hecho que las nuevas tecnologías
están en condiciones, en algunos actores específicos, de concurrir a mejorar la
calidad de vida y a abrirnos útiles
canales de participación democrática. Ej.: servicios públicos, información
científica y didáctica.
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