Castoriadis - "Lo imaginario: la creación en el dominio históricosocial" en Los dominios del hombre - Seminario de Diseño Gráfico y Publicitario - Cátedra: Savransky
Castoriadis, C.: “Lo imaginario: la creación en el dominio histórico-social”
El ser no es un
sistema, ni un sistema de sistemas, el ser es caos o abismo. Esto quiere decir
que implica “organizaciones” parciales, cada vez especificas de los diversos
estratos que descubrimos en el ser. El ser no esta simplemente “en” el tiempo,
sino que es por el tiempo, mediante y en virtud del tiempo; esencialmente el
ser es tiempo.
Pero el tiempo no
es nada o es creación, rigurosamente es impensable sin la creación. Creación
aquí significa creación auténtica, creación ontológica, creación de nuevas
formas. Ahora bien, estos hechos fundamentales relativos al ser, al tiempo y a
la creación quedaron encubiertos por la ontología tradicional, porque ella
trabajó siempre en su corriente principal valiéndose de la hipercategoría de la
determinación, y la determinación lleva a negar el tiempo, a la atemporalidad:
si algo está verdaderamente determinado, lo esta desde siempre y para siempre. Los
sucesos no son pues, más que la realización de las leyes y “la historia”, no es
más que el despliegue a lo largo de una “sucesión” que solo es simple
coexistencia para un espíritu absoluto. De manera que también el tiempo es pura
repetición de las realizaciones de leyes, si no de los sucesos.
Entonces, la
ontología tradicional, por vincularse a la determinación, limita los tipos
posibles de ser a tres categorías: sustancias (cosas), sujetos y conceptos o
ideas, y los conjuntos de sustancias, sujetos e ideas.
Por ello se
entiende que la pregunta “¿qué proviene, en lo que conocemos, del observador, y
que proviene de lo que es?” no tiene respuesta, ni nunca la tendrá.
Ahora, a las
preguntas “¿qué es la forma, y como surge?” responderé discutiéndolas tal y como
ellas aparecen en el dominio histórico-social, el dominio del hombre.
El hombre nos
interesa no solo porque nosotros somos hombres, debe interesarnos porque el
fantástico nudo de cuestiones relacionadas con la existencia del hombre y con
el tipo ontológico de ser representado por el hombre no puede reducirse a la
física o a la biología.
El hombre solo
existe en la sociedad y por la sociedad, y la sociedad es siempre histórica. La
sociedad como tal es una forma, y cada sociedad dada es una forma particular y
singular. La forma implica la organización, el orden. Estos términos adquieren
un sentido no superficialmente nuevo en el dominio histórico-social.
En este dominio
histórico-social se presentan dos cuestiones fundamentales. Primera: ¿Qué
mantiene unida a una sociedad? Segunda: ¿Qué es lo que hace nacer formas de
sociedad diferentes y nuevas?
Lo que mantiene a
una sociedad unida es evidentemente su institución, el complejo total de sus
instituciones particulares, lo que yo llamo “la institución de la sociedad como
un todo”, donde la palabra institución significa normas, valores, lenguaje,
herramientas, procedimientos y métodos de hacer frente a las cosas y de hacer
las cosas, y, desde luego, el individuo mismo, tanto en general como en el tipo
y las formas particulares que le da la sociedad considerada.
¿Cómo se imponen
las instituciones? Superficialmente lo hacen mediante la coerción y las
sensaciones; de manera más amplia mediante la adhesión, el apoyo, el consenso,
la legitimidad, la creencia. Pero en última instancia lo hacen mediante la
formación de la materia prima humana en individuo social, en el cual se incorporan
tanto las instituciones mismas como los “mecanismos” de la perpetuación de
tales instituciones.
Todos somos en
primer término fragmentos ambulantes de la institución de nuestra sociedad,
fragmentos complementarios, somos sus partes totales. De conformidad con sus
normas, la institución produce individuos, quienes, por construcción, son no
solamente capaces de reproducir la institución sino que están obligados a
reproduciría.
La institución de
la sociedad está evidentemente hecha de múltiples instituciones particulares.
Estas forman un todo coherente y funcionan como un todo coherente; aún en
situaciones de crisis una sociedad continúa siendo todavía esa misma sociedad,
si no lo fuera, no podría haber lucha alrededor de los mismos objetos, objetos
comunes. Hay, pues, una unidad en la institución total de la sociedad, y esta
unidad es la cohesión interna de la urdimbre inmensamente compleja de
significaciones que empapan, orientan y dirigen toda la vida de la sociedad
considerada y a los individuos concretos que la constituyen. Esa urdimbre es lo
que yo llamo el magma de las significaciones imaginarias sociales, que
cobran cuerpo en la institución de la sociedad y que, por así decirlo, la
animan.
Llamo
“imaginarias” a estas significaciones porque no corresponden a elementos
“racionales” o reales” y no quedan agotadas por referencia a dichos elementos,
sino que están dadas por creación. Y las llamo sociales porque solo existen
estando instituidas y siendo objeto de participación de un ente colectivo
impersonal y anónimo.
¿Cuál es la
fluente, la raíz, el origen de este magma y de su unidad? En ese punto podemos
ver claramente los límites de la ontología tradicional. Ningún sujeto o
individuo habría podido ser ese origen, ya que son ellos mismos los productos
de un proceso de socialización y su existencia presupone la existencia de una
sociedad instituida. Debemos reconocer que el campo histórico-social es
irreducible a los tipos tradicionales de ser y que aquí observamos el fruto, la
creación de lo que yo llamo imaginario social o la sociedad instituyente en
cuanto ella se opone a la sociedad instituida y que pone gran cuidado en no
hacer de nuevo otra “cosa, sujeto o idea”.
Si consideramos en
una sociedad dada cómo operan el magma de significaciones imaginarias sociales
y las instituciones correspondientes, percibimos una similitud entre la
organización social y la organización biológica en un aspecto preciso, el
aspecto del cerco. Tanto la organización social como la organización biológica
exhiben un cerco de organización, de información y conocimiento. Toda sociedad
instaura, crea su propio mundo en el que evidentemente ella está incluida. En
suma, es la institución de la sociedad lo que determina aquello que es “real” y
aquello que no lo es, lo que tiene un sentido y lo que carece de el. Toda
sociedad es un sistema de interpretación del mundo, toda sociedad es una
construcción, una constitución, creación de un mundo, de su propio mundo. Su
propia identidad no es otra cosa que ese “sistema de interpretación”, ese mundo
que ella crea. Y esa es la razón por la cual la sociedad percibe como un
peligro mortal todo ataque contra ese sistema de interpretación, lo percibe
como un ataque contra su identidad, contra si misma. En este sentido, el “sí
mismo” de una sociedad, el hecho de que ella es esta sociedad y no otra puede
compararse con la autonomía del ser vivo y con las especificaciones de esa
autonomía que realiza Varela. Pero las diferencias son también esenciales y no
solo descriptivas. Veremos algunas:
1)
La fijación de los “caracteres” de una
sociedad no posee base física que garantice la conservación de dichos
caracteres y su transmisión a través del tiempo; aquí no existe el equivalente
de un código genético.
2)
Para la sociedad no hay, en un sentido
propio, “ruidos”, todo cuanto sobreviene a una sociedad debe significar algo
para ella, o bien ser declarado explícitamente carente de sentido.
3)
Por más que en el ser vivo parezca
haber una redundancia de los procesos que elaboran la información, en el caso
de la sociedad, esta fabricación de la información se presenta como ilimitada y
va mucho más allá de toda caracterización “funcional”.
4)
La finalidad parece una categoría
inevitable, tanto en el caso del ser vivo como en el caso de la sociedad. Pero
se puede afirmar que los procesos que se desarrollan en el ser vivo están
gobernados por la finalidad de su conservación, que ella misma está gobernada
por la finalidad de la conservación de la biosfera como todo. En el caso de la
sociedad, por más que la mayor parte de las finalidades que observamos en ella
estén evidentemente gobernadas por una especie de “principio de conservación”,
esa conservación es, en definitiva conservación de atributos arbitrarios y
específicos de cada sociedad: sus significaciones imaginarias sociales.
5)
El meta-observador puede asignar un
elemento correlativo físico a todo lo que es en el caso de un ser vivo. No
ocurre en modo alguno lo mismo en el caso de la sociedad que crea, en gran
escala y masivamente, seres sin elemento correlativo físico: espíritus, dioses,
virtudes, pecados, derechos, etc., y para la cual este tipo de ser es siempre
de un orden más elevado que el ser puramente físico.
6)
La sociedad crea un nuevo tipo de
autorreferencia, crea a sus propios meta-observadores. Desde luego no hay
“solipsismo” biológico o social. El ser vivo organiza para si una parte o
estrato del mundo físico y la reconstruye para formar su propio mundo. Hasta
cierto punto, la situación es la misma en el caso de la sociedad, pero el tipo
de relación que crea e instituye con el mundo pre-social es diferente, se trata
de una relación de apoyo. Las operaciones por las cuales toda sociedad se
remite al primer estado natural, lo organiza y lo utiliza, están siempre
sujetas a significaciones imaginarias sociales que son arbitrarias y diferentes
en las distintas sociedades.
Todo lo expuesto
hasta ahora se refiere a la demarcación de la sociedad respecto del ser vivo y
por oposición a éste. Pero lo importante es la caracterización intrínseca de la
organización de la sociedad. No hay sociedad sin mito, ella organiza el mundo
lógicamente por medio del mito. El mito es esencialmente un modo por el que la
sociedad caracteriza con significaciones el mundo y su propia vida en el mundo,
un mundo y una vida que estarían de otra manera evidentemente privados de
sentidos. Esta observación nos lleva a formular una proposición central en lo
referente a la organización de la sociedad, proposición que la caracteriza de
una manera intrínseca y positiva. La institución de la sociedad y las
significaciones imaginarias sociales incorporadas en ella se despliegan siempre
en dos dimensiones indisociables: la dimensión conjuntista-identitaria (lógica)
y la dimensión estrictamente o propiamente imaginaria.
En la dimensión
conjuntista-identitaria, la sociedad opera con elementos, con clases, con
propiedades postuladas como distintas y definidas. El esquema supremo es el de
la determinación. La exigencia consiste en que todo lo concebido este sometido
a la determinación y las implicaciones o consecuencias que de ello se siguen.
Desde el punto de vista de esta dimensión, la existencia es la determinación.
En la dimensión
propiamente imaginaria, la existencia es significación. Se relacionan
indefinidamente las unas con las otras según el modo fundamental de un
remitirse. Toda significación remite a un número indefinido de otras
significaciones. Las significaciones no son ni distintas ni definidas, tampoco
están ligadas por condiciones y razones necesarias. La remisión (la relación de
remitir) que abarca tanto una casi equivalencia como una casi pertenencia opera
esencialmente mediante un quid pro quo, “una X está por una Y”. Ese quid pro
quo es el núcleo de lo que yo llamo la relación signitiva, entre el signo y
aquello de lo que el signo es signo, que está en el fundamento del lenguaje.
La distinción
entre la dimensión conjuntista-identitaria y la dimensión propiamente
imaginaria no es una distinción de sustancias sino que es una distinción de uso
y de operación. Las dos dimensiones son siempre densas en el lenguaje y en la
vida social, lo cual quiere decir que por cerca que uno este de cada punto del
lenguaje, existe un elemento perteneciente a la dimensión
conjuntista-identitaria y también un elemento perteneciente a la dimensión
propiamente imaginaria.
Así, las
significaciones imaginarias sociales propias de una sociedad dada nos presentan
una organización a la que llamo magma. Un magma contiene conjuntos pero no es
reductible a ellos, por ricos y complejos que estos sean. Un magma tampoco
puede ser reconstituido analíticamente por medio de categorías y de operaciones
con conjuntos El orden y la organización sociales no pueden reducirse a los conceptos
habituales del orden y de la organización, pero lo que importa no es esta
negación, sino la afirmación positiva de que lo histórico-social crea un tipo
ontológico nuevo de orden. Pero lo histórico-social no lo crea de una vez por
todas, sino que ese tipo es cada vez materializado por medio de otras formas,
cada una de las cuales representa una creación, un nuevo eidos de sociedad.
Entonces, si es cierto todo lo que acabo de decir hasta aquí, no hay ni podría
haber leyes o procedimientos determinados en virtud de los cuales una forma
dada de sociedad pudiera producir otra sociedad o causar su aparición.
Aquí, la ontología
y la lógica heredadas están desprovistas de medios de trabajo, pues se ven
condenadas a ignorar el ser propio de lo histórico-social. Pero la creación,
como obra de lo imaginario social, de la sociedad instituyente, es el modo de
ser del campo histórico-social, modo en virtud del cual ese campo es. La
sociedad es autocreación que se despliega como historia.
Siempre hay una
masa compleja de cosas existentes y de condiciones parciales, y en el interior
de esa masa es donde se realiza la creación histórica. Lo antiguo entra en lo
nuevo con la significación que lo nuevo le da y no podría entrar en lo nuevo de
otra forma.
Por otro lado, no podemos
renunciar al intento de establecer, en la medida de lo posible, las conexiones
causales” que aparecen en el dominio histórico-social y son aportadas por su
dimensión conjuntista-identitaria, pero este enfoque es muy limitado.
Nuestra segunda
cuestión era: Cómo emergen formas histórico-sociales nuevas? Por creación, pues
en cierta medida tenemos una experiencia directa de ese hecho; hemos sido
testigos directa o indirectamente, del nacimiento de formas histórico-sociales
nuevas. En cada uno de esos casos hay mucho que decir y un trabajo interminable
que hacer sobre las condiciones que precedieron y rodearon a esos nacimientos.
Podemos dilucidar tales procesos, pero no podemos explicarlos, ya que una
explicación implicaría derivar significaciones partiendo de no significaciones,
lo cual no tiene sentido.
Asimismo, dudo que
los principios de “orden partiendo del estrépito” puedan ayudar a dilucidar el
nacimiento de formas sociales nuevas. Como ya dije, no creo que pueda hablarse
de “estrépito” tratándose de una sociedad, ni siquiera el término desorden es
adecuado. Lo que se manifiesta como desorden en el seno de una sociedad es, en
realidad algo interno de la institución de esa sociedad, algo significativo y
negativamente evaluado... y esto es algo completamente diferente. Creo que los
únicos casos en los que podríamos hablar de desorden serían al hablar de viejos
sistemas en crisis o en procesos de desmoronamiento.
A mi juicio, lo
que establece la diferencia esencial entre el mundo biológico y el mundo histórico-social
es el surgimiento en este último de la autonomía o de un sentido nuevo de la
autonomía. Según el empleo de esa palabra que hace Varela, la “autonomía” del
ser vivo es su cerco, su cerco de organización, de información, de
conocimiento. Ese cerco significa que el funcionamiento del “sí mismo” vivo y
su correspondencia con las diversas cosas que son exteriores a él, están
gobernados por reglas, por principios que son dados por el ser vivo pero que
una vez dados lo son de una vez por todas y cuyo cambio parece aleatorio Pero
es exactamente lo que llamaríamos heteronomía en el dominio humano e
histórico-social: el estado en que son dados de una vez por todos los
principios, los valores, las normas y las significaciones en que la sociedad, o
el individuo no tiene ninguna posibilidad de obrar sobre ellos
Hoy en día, las
sociedades cuestionan su propia institución, su representación del mundo, sus
significaciones imaginarias sociales. Todo esto esta evidentemente implícito en
la creación de la democracia y de la filosofía que rompen el cerco de la
sociedad instituida que prevalecía hasta el momento y abren un espacio en el
que las actividades del
pensamiento y de
la política llevan a poner en tela de juicio no solo la forma dada de la
institución social y de la representación social del mundo, sino los posibles
fundamentos de cualquier forma de este tipo. La autonomía toma aquí el sentido
de una autoinstitución de la sociedad, autoinstitución explícita; nosotros
hacemos las leyes, lo sabemos y somos responsables de ellas, de modo que
debemos preguntarnos cada vez: ¿Por qué esta ley y no otra? Esto implica
también la aparición de un nuevo tipo de ser histórico en el plano individual,
es decir, la aparición de un individuo autónomo que puede preguntarse y también
preguntar: es justa esa ley.
Todo esto corre parejo con la lucha contra
el viejo orden, lucha que dista mucho de haber terminado. Es esta creación
histórica de la autonomía y de un nuevo tipo de ser capaz de poner en tela de
juicio las leyes mismas de su existencia, lo que condiciona para nosotros tanto
la posibilidad de la discusión de hoy, como lo que es mucho más importante, la
posibilidad de la verdadera acción política, de una acción con miras a
establecer una nueva institución de la sociedad, con miras a realizar
plenamente el proyecto de autonomía.
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