Michael
Foucault: Quinta conferencia
Panoptismo:
Forma de vigilancia que se ejerce sobre los individuos de forma individual y
continua, como control de castigo y recompensa y como corrección, es decir,
como método de formación y transformación de los individuos en función de
ciertas normas.
Estos
tres aspectos, vigilancia, control y
corrección, constituyen una dimensión fundamental y característica de las
relaciones de poder que existen en nuestra sociedad.
La
aparición del panoptismo comporta una especie de paradoja. En los años que
preceden a su surgimiento, se forma una teoría del derecho penal, de la
penalidad y el castigo, que subordina el hecho y la posibilidad de castigar a
la existencia de una ley explícita, a la comprobación de que se ha cometido una
infracción a esta ley y a un castigo para reparar o prevenir el daño causado a
la sociedad por la infracción. Esta teoría es absolutamente opuesta al
panoptismo. En éste, la vigilancia sobre los individuos no controla lo que
hacen, sino lo que son o lo que pueden hacer. La vigilancia tiende a
individualizar al autor del acto, dejando de lado el acto en sí mismo.
Esta
teoría fue oscurecida por el panoptismo que se formó al margen de ella.
En
otros tiempos, la mayor preocupación de los arquitectos era resolver el
problema de cómo hacer posible el espectáculo de un acontecimiento, un gesto o
un individuo al mayor número posible de personas. Es el caso del sacrificio
religioso, del teatro, de los juegos circenses. Este problema dominó la
civilización occidental hasta la época moderna.
Actualmente,
el problema fundamental para la arquitectura moderna es exactamente el inverso.
Se trata de hacer que el mayor número de personas pueda ser ofrecido como
espectáculo a un solo individuo encargado de vigilarlas. Lograr una
arquitectura de la vigilancia, que haga posible que una única mirada pueda
recorrer el mayor número de rostros, cuerpos, actitudes, celdas.
El
surgimiento de este problema arquitectónico es un correlato de la desaparición
de una sociedad que vivía en comunidad espiritual y religiosa y la aparición de
una sociedad estatal. El estado se presenta como una cierta disposición
espacial y social de los individuos, sometidos a una única vigilancia.
El
procurador no debe tener como única función la de perseguir a los individuos
que cometen infracciones; su tarea principal ha de ser la de vigilar a los
individuos antes de que la infracción sea cometida. El procurador es ante todo
una mirada, un ojo siempre abierto sobre la población. El emperador es el ojo universal
que abarca a la sociedad en toda su extensión. Se vale de una serie de miradas
dispuestas en forma piramidal a partir del ojo imperial y vigila a toda la
sociedad.
El
panoptismo; esta vigilancia, existe en la base, menos claramente y más alejado del
poder del estado. Existe en el funcionamiento cotidiano de instituciones que
encuadran la vida y los cuerpos de los individuos: el panoptismo, por lo tanto,
afecta la existencia individual.
Fábricas-prisiones,
parecen el sueño patronal o la realización del deseo que el capitalista produce
en su fantasía; un caso límite que jamás existió. Pero este “panóptico”
industrial existió en la realidad y se trata de un fenómeno que tuvo en su
época una amplitud económica y demográfica muy grande. Hay dos especies de
utopías: las utopías proletarias socialistas que tienen la particularidad de no
realizarse nunca, y las utopías capitalistas que, desgraciadamente, tienden a
realizarse con mucha frecuencia. La utopía fábrica-prisión se realizó no sólo
en la industria, sino en una serie de instituciones que respondían a los mismos
modelos y principios de funcionamiento.
Esas
instituciones industriales han sido en cierto sentido perfeccionadas,
dedicándose múltiples esfuerzos para su construcción y organización.
Muy
pronto se vio que no eran viables ni gobernables. Desde el punto de vista
económico representaban una carga muy pesada y su estructura rígida conducía a
la ruina de las empresas. Desaparecieron.
Se organizaron técnicas para asegurar, en el mundo industrial, las funciones de
internación, reclusión y fijación de la clase obrera que, en un comienzo,
desempeñaban estas instituciones rígidas. Se crearon ciudades obreras, cajas de
ahorro y cooperativas de asistencia para fijar a la población obrera en el
cuerpo mismo del aparato de producción. Esta reclusión moderna del siglo XIX es
una heredera de dos corrientes del siglo XVIII: la técnica francesa de
internación y el procedimiento de control de tipo inglés. Se originó en
Inglaterra la vigilancia social en el control ejercido por los grupos
religiosos sobre sí mismos, obre todo entre los grupos religiosos disidentes, y
en Francia la vigilancia y el control eran ejercidos por un aparato del Estado,
fuertemente investido de intereses particulares, que esgrimía como sanción
principal la internación en prisiones y otras instituciones de reclusión. Puede
decirse, en consecuencia, que la reclusión del siglo XIX es una combinación del
control moral y social nacido en Inglaterra y la institución propiamente
francesa y estatal del a reclusión en un espacio cerrado.
En
el sistema inglés del siglo XVIII el control se ejerce por el grupo sobre un
individuo o individuos que pertenecen a este grupo. Más tarde se produce el
desplazamiento de las instancias hacia arriba, hacia el Estado. El hecho de que
un individuo perteneciera a un grupo lo hacía pasible de vigilancia por su
propio grupo. En las instituciones del siglo XIX la condición de miembro de un
grupo no hace a su titular pasible de vigilancia; el hecho de ser un individuo
indica justamente que la persona en cuestión está situada en una institución.
Se entra en la escuela, en el hospital o
en la prisión en tanto se es un individuo. Se establece una diferencia entre
dos momentos en la relación entre la vigilancia y el grupo.
En
relación con el modelo francés, la internación del siglo XIX es bastante
distinta a la que se presentaba en Francia en el siglo XVIII. En esta época,
cuando se internaba a alguien se trataba siempre de un individuo marginado en
relación con su familia, su grupo social, etc. Era alguien fuera de la regla,
marginado. La internación respondía a esta marginación de hecho con una especie
de marginación de segundo grado, de castigo. Había una reclusión de exclusión.
En
nuestra época, las instituciones tienen como fin fijar a los individuos. La
fábrica los liga a un aparato de producción, la escuela los fija a un aparato
de transmisión del saber. Su finalidad primera es fijarlos a un aparato de
normalización de los hombres.
Es
lícito oponer la reclusión del siglo XVIII que excluye a los individuos del
círculo social a la que aparece en el siglo XIX, que tiene por función ligar a
los individuos a los aparatos de producción
partir de la formación y corrección de los productores. Trátase entonces
de una inclusión por exclusión.
Reclusión
del siglo XVIII: Exclusión de marginales o refuerzo de marginalidad
Secuestro
del siglo XIX: Inclusión y normalización.
En
la Inglaterra
del siglo XVIII se daba un proceso de control claramente extra-estatal e incluso
antiestatal, por medio del cual los grupos religiosos se aseguraban su propio
control. En Francia, por el contrario, había un aparato fuertemente estatizado.
En el siglo XIX aparece algo nuevo, mucho más blando y rico.
El
estado y aquello que no es estatal se confunde dentro de estas instituciones.
Más que instituciones estatales o no estatales habría que hablar de red
institucional de secuestro, que es infraestatal.
En
primer lugar, las instituciones tienen la curiosa propiedad de contemplar el
control, la responsabilidad, sobre la totalidad o la casi totalidad del tiempo
de los individuos: son instituciones que se encargan en cierta manera de toda
la dimensión temporal de la vida de los individuos.
En
la sociedad feudal y muchas sociedades primitivas, el control de los individuos
se realiza fundamentalmente a partir de la inserción local, por el hecho de que
pertenecen a un determinado lugar. La inscripción de los hombres equivale a una
localización.
La
sociedad moderna es relativamente indiferente a la pertenencia espacial de los
individuos, no se interesa en absoluto por el control espacial de éstos en el
sentido de asignarles la pertenencia de una tierra, a un lugar, sino
simplemente en tanto tiene necesidad de que los hombres coloquen su tiempo a
disposición de ella. Es preciso que el tiempo de los hombres se ajuste al
aparato de producción. Para la formación de la sociedad industrial es necesario
que el tiempo de los hombres sea llevado al mercado y ofrecido, y por otro lado
es preciso que se transforme en tiempo de trabajo.
A
lo largo del siglo XIX se dictan medidas con vistas a suprimir las fiestas y
disminuir el tiempo de descanso. Era preciso que en épocas críticas se pudiese
despedir a los individuos y, por otra parte, asegurarles unas reservas. Los
obreros no deben utilizar sus economías cuando les parezca. Surge entonces la
necesidad de controlar las economías del obrero y de ahí la creación de las
cajas de ahorro y las cooperativas de existencia que permiten drenar las
economías de los obreros y controlar su utilización. De este modo el tiempo del
obrero podrá ser utilizado de la mejor manera posible por el aparato de
producción. A través de estas instituciones encaminadas a brindar protección y
seguridad se establece un mecanismo por el cual todo el tiempo de la existencia
humana es puesto a disposición de un mercado de trabajo.
La
primera función de estas instituciones de secuestro es la explotación de la
totalidad del tiempo.
La
segunda función de las instituciones de secuestro no consiste ya en controlar
el tiempo de los individuos sino, simplemente, sus cuerpos. Se trata no sólo de
una apropiación o una explotación de la máxima cantidad de tiempo, sino también
de controlar, formar, valorizar, según un determinado sistema, el cuerpo del
individuo.
La
tercera función de estas instituciones de secuestro consiste en la creación de
un nuevo y curioso tipo de poder. Un poder polimorfo, polivalente. En algunos
casos hay, por un lado, un poder económico, y por otro, un poder político. Las
personas que dirigen esas instituciones se arrogan el derecho de dar órdenes,
establecer reglamentos, tomar medidas. En tercer lugar, ese mismo poder,
político y económico, es también judicial. No sólo se dan órdenes, se toman
decisiones y se garantizan funciones tales como la producción o el aprendizaje;
también se tiene el derecho de castigar y recompensar.
Hay
una cuarta característica del poder. Poder que de algún modo atraviesa y anima
a estos otros poderes. Se trata de un poder epistemológico, poder de extraer un
saber de y sobre estos individuos ya sometidos a la observación y controlados
por estos diferentes poderes (saber técnico, innovaciones, descubrimientos). Al
lado del saber tecnológico propio de todas las instituciones de secuestro, nace
un saber de observación, de algún modo clínico.
En
esta cuarta función de las instituciones de secuestro a través de los juegos
de poder y saber (poder múltiple y saber que interfiere y se ejerce
simultáneamente en estas instituciones), tenemos la transformación de la fuerza
del tiempo y la fuerza de trabajo y su integración en la producción. Que el
tiempo de la vida se convierta en tiempo de trabajo, que éste a su vez se
transforme en fuerza de trabajo y que la fuerza de trabajo pase a ser fuerza
productiva; todo esto es posible por el juego de una serie de instituciones que
se definen como instituciones de secuestro.
Comentarios
Publicar un comentario