Raymond Birn - "Enciclopedismo - Enciclopedia de Diderot y D´Alambert" - PCPC - Cátedra: Forster
Raymond
Birn- Enciclopedismo.
Enciclopedia de Diderot y D’Alambert
Entre 1751 y 1772 se convirtió en el
diccionario de conocimientos más famoso, y hasta de mala reputación, del mundo
occidental.
Diderot y D’Alembert idearon su libro
pensando en un público lector socialmente más heterogéneo que el formado por
sabios ociosos o coleccionistas aristocráticos adinerados.
Diderot aconsejaba a los compradores sobre
el uso de la obra y pensó en los lectores como personas que participaban activa
y comprometidamente en la aventura del descubrimiento.
Diderot dudaba que generaciones anteriores
pudieran haber escrito una Encyclopédie como la suya. En su opinión, antes de
la década de 1750 habían escaseado los principios críticos sólidos y los
estudiosos trabajaban en relativo aislamiento. Nadie más había sido capaz de
organizar y canalizar las energías indagatorias de un gran equipo de
especialistas en investigación encauzándolas hacia una meta compartida para
llevarla a la imprenta.
Diderot convenció a 160 colaboradores. Una
vez finalizada comprendió 72.000 entradas de texto y más de 2.500 láminas en 28
volúmenes.
Diferentes tipos de diccionarios, léxicos y
“teatros mecánicos” vieron la luz del día durante los tres cuartos de siglo
anteriores a su empeño. Cada uno de ellos insistía en una o más de las
características que Diderot asimilaría, tomaría prestadas o modificaría.
1- Grand Dictionnaire, 1674: planeado como un único volumen, se
multiplicó por diez en las décadas siguientes. Se presentaba a mediados del
siglo XVIII como el compendio más amplio de información geográfica y biográfica
en francés y fue traducido al inglés, al alemán, al holandés y al español.
2- Diccionario alemán: contemporáneo al francés, eclipsa a éste.
Llamado Universal Lexicon, se publicó en 64 volúmenes y fue el primer
diccionario biográfico en recoger entradas para personas vivas.
3- Dictionnaire Universel (1690): recogió los logros en ciencia,
tecnología y artes.
4- Para competir con el anterior, en 1704 en Londres John Harris
publicó su Lexicon Technicum, que contenía láminas grabadas y bibliografías
completas.
5- 1697, Bayle publica una enciclopedia en dos volúmenes.
Superficialmente adoptaba una forma de presentación biográfica. Sus comentarios
y notas a pié de página contenían opiniones convencionales y mordaces al mismo
tiempo. Sus posturas religiosas inspiraron la irreverencia que Diderot llevaría
a la perfección en la
Encyclopédie.
En
1752, más de cuatro mil suscriptores habían recibido los dos primeros volúmenes
de la Encyclopédie.
Por desgracia, a los jesuitas periodistas y enemigos
literarios de Diderot no les gustó lo que encontraron en ellos. Llegaron quejas
de irreligiosidad e inexactitudes al Consejo del rey Luis XV y la publicación
de la obra fue suspendida.
Temeroso de perder a sus suscriptores,
D’Alembert apeló a la lealtad de los lectores para mantener la enciclopedia a
flote. Esta estrategia, en vez de mostrar respeto hacia la autoridad política o
religiosa, legitimaba el gusto popular como árbitro principal de las normas
culturales.
La decisión de contar con la presión del
público para salvar la enciclopedia fue prematura. Tras la aparición del
volumen VII, en 1759, fue revocado el privilege de publicación del libro. Diderot
editó en secreto todos los restantes manuscritos, en 1765 aparecieron
simultáneamente los últimos diez volúmenes del texto con el falso pie de la
imprenta de Samuel Falche.
Lo que diferenciaba a la Encyclopédie de
Diderot y D’Alembert de sus predecesores era el tamaño y la exhaustividad.
1797: aparece en Gran Bretaña la E. Britannica, muy
diferente a la enciclopedia de Diderot por sus objetivos y su tono. Se
convirtió en un monumento de afirmación nacional que exaltaba en especial los
logros británicos en ciencias, tecnología, comercio e imperialismo. El libro resultó
ser extraordinariamente influyente en el mundo de habla inglesa.
A finales del siglo XVIII, con la primera
revolución en la información, las enciclopedias tuvieron dificultades
crecientes para consolidar su fama de agentes activos del cambio cultural o de
almacenes generales de verdades universales. Lo que les garantizó su
supervivencia en el siglo XIX fue su transformación en muestrarios de los
logros culturales de una nación. Ciertos editores con sentido comercial
convencerían al hombre de la calle de su responsabilidad patriótica de cubrir
la repisa de su chimenea con unos volúmenes de producción masiva cuyos
contenidos confirmaban la misión civilizadora del Estado moderno.
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