Merleau-Ponty - "El mundo de la percepción" - Seminario de Diseño Gráfico y Publicitario - Cátedra: Savransky
EL MUNDO DE LA
PERCEPCION. SIETE CONFERENCIAS
Por
Maurice Merleau-Ponty
EL MUNDO PERCIBIDO Y EL MUNDO DE LA CIENCIA
El mundo de la percepción
es el mundo que nos revelan nuestros sentidos y la vida que
hacemos. Parece ser el mundo que mejor conocemos, pero en gran
medida es ignorado por nosotros. Uno de los méritos del pensamiento moderno es
hacernos redescubrir este mundo donde vivimos, pero que siempre estamos
tentados de olvidar.
Se reconoce a la ciencia y a los conocimientos
científicos un valor tal que toda nuestra experiencia
percibida y vivida del mundo resulta desvalorizada. La ciencia nos
hace a acceder a la verdadera naturaleza de las cosas, mientras que los sentidos sólo nos hacen percibir y vivir ilusiones. El
progreso del saber consiste en olvidar lo que nos dicen los sentidos
consultados, el mundo verdadero no son los colores, los tamaños, las formas,
las texturas que se me presentan ante mis ojos, sino las ondas lumínicas y los
corpúsculos de los que me habla la ciencia y que se encuentran tras esas
fantasía sensibles.
El
mundo fenoménico es el mundo que nos revelan nuestros sentidos y la vida
que hacemos. El mundo vivido y percibido es desvalorizado por el
conocimiento científico, para el cual los sentidos solo nos hacen vivir y
percibir ilusiones (apariencia del mundo) Solo es posible conocer mediante
la razón o el intelecto, subsumiendo las cualidades sensibles a una esencia
y los hechos particulares a leyes explicativas. No es posible considerar a
lo fenoménico como una simple apariencia destinada a que la inteligencia
científica la supere. La epistemología de Merleau-Ponty abre la puerta a la
exploración del mundo vivido y percibido.
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No se trata de negar o de limitar la ciencia. Se trata
de saber si la ciencia ofrece u ofrecerá una representación del mundo que sea
completa y acabada, que determine al mundo de una vez y para siempre. Se trata
de saber si ella tiene el derecho a negar o excluir como ilusorias todas las
búsquedas que no procedan, como ella,
por medidas y comparaciones y que no concluyan con leyes.
Desde fines del siglo XIX, los sabios se acostumbraron
a considerar sus leyes y teorías explicatorias ya no como la imagen exacta de
lo que ocurre en la naturaleza y en el mundo histórico-social, sino como
esquemas más simples que el acontecimiento natural o histórico-social,
destinados a ser corregidos como conocimientos aproximados.
Los hechos que nos propone la experiencia están
sometidos por la ciencia a un análisis que no podemos esperar que alguna vez
concluya, puesto que no hay límites a la observación y porque siempre es
posible imaginarla más completa o exacta de lo que es en un momento
determinado. Lo concreto y lo sensible (lo fenoménico) asignan a la ciencia una
tarea de elucidación interminable.
No es posible considerar a lo fenoménico como una simple
apariencia destinada a que la inteligencia científica la supere, porque no la supera nunca,
ya que lo fenoménico ofrece a la ciencia un quehacer interminable e indeterminado.
El hecho percibido de la naturaleza y los
acontecimientos histórico-sociales percibidos no pueden ser deducidos de cierta
cantidad de leyes que compondrían la cara permanente del universo. Es la ley
una expresión aproximada del hecho de la naturaleza y del acontecimiento
histórico-social y deja subsistir la opacidad de lo fenoménico. El sabio de hoy
no tiene ya la ilusión de acceder al objeto mismo, la objetividad absoluta y
última es un sueño. Las observaciones están ligadas a la posición del observador,
a su situación, ni la razón ni el objeto son puros, sino situados.
Merleau-Ponty combate el dogmatismo de una ciencia que se
considera saber absoluto y total y reflejo del mundo vivido y percibido. La epistemología
de Merleau-Ponty abre la puerta a la exploración del mundo vivido y percibido.
EXPLORACION DEL
MUNDO PERCIBIDO: EL ESPACIO
La ciencia clásica está fundada en una distinción
clara entre el espacio y el mundo físico de los objetos percibidos. El espacio
es el medio homogéneo donde las cosas están distribuidas según tres dimensiones
y donde conservan su identidad a despecho de todos los cambios de lugar.
Para el pensamiento moderno, el espacio y las cosas en
el espacio se vuelven rigurosamente imposibles de distinguir. Las partes y
dimensiones del espacio son heterogéneas, dejan de ser sustituibles unas por
otras y afectan a los cuerpos que en él se desplazan con ciertos cambios.
El arte clásico realiza un esfuerzo infructuoso por
recuperar el mundo tal y como lo captamos en la experiencia vivida y percibida
a partir de la ley de perspectivas. Bajo la ley de perspectivas, toda
representación está dominada por una mirada fijada en el infinito u horizonte.
A partir de allí, según el punto que fije, las dimensiones de los objetos son
modificadas. En presencia de un paisaje, el pintor clásico pone sobre su tela
una representación convencional de lo que ve. Se las arreglará para no hacer
figurar más que un acuerdo entre sus diversas visiones. Se esforzará por
encontrar un común denominador a todas sus percepciones atribuyendo a cada
objeto no el tamaño, los colores y el aspecto que presentan cuando el pintor
los mira, sino un tamaño, unos colores y un aspecto convencionales.
No es así como se nos presenta el mundo en el contacto
perceptual que tenemos con él, es decir determinado de acuerdo a un único punto
de vista o abarcando todos los puntos de vista posibles de una sola vez. A cada
momento, mientras nuestra mirada viaja a través del paisaje, estamos sometidos
a un punto de vista u horizonte de perspectiva diferente y las instantáneas
sucesivas, para cada parte determinada del paisaje, no son superponibles, son
consecutivas. En pintura clásica, el pintor sólo logra dominar esa serie de
visiones consecutivas que no se dan todas juntas a la misma vez y extrae un
solo paisaje eterno a condición de interrumpir el modo natural de la visión.
La pintura contemporánea intenta reproducir el modo de
la experiencia perceptiva reproduciendo ya no uno sino diversos puntos de
vista, negándose a someterse a la ley de perspectiva, lo que conduce en un
principio al espectador desatento a interpretarlo como error de perspectiva
para luego tener la sensación de un mundo donde dos objetos jamás son vistos
simultáneamente y donde entre las partes del espacio siempre se interpone la
duración necesaria para llevar nuestra mirada de una a otra. El ser no está
dado sino que muda a través del tiempo. El espacio no es el medio de las cosas
simultáneas que podría dominar un observador absoluto sin puntos de vista y sin
situación espacio-temporal desde los cuales ve sucesivamente distintos
paisajes.
La idea de un espacio homogéneo ofrecido por completo y
de una sola vez a un observador absoluto que todo lo abarca a la misma vez es
reemplazada por un espacio heterogéneo con direcciones, perspectivas y puntos
de vista privilegiados que se encuentran en relación con nuestras
particularidades corporales y con nuestra situación de seres arrojados al mundo.
EXPLORACION DEL
MUNDO PERCIBIDO: LAS COSAS SENSIBLES
Si interrogamos un manual de psicología clásica,
nos dirá que la cosa es un sistema de cualidades o sensaciones ofrecidas
a los sentidos y que estas cualidades o sensaciones están
reunidas por un acto de síntesis intelectual. Sin embargo, no vemos
lo que une cada una de esas cualidades con las otras y a pesar de todo nos
parece que la cosa posee la unidad de un ser, todas cuyas cualidades no son
sino diferentes manifestaciones.
Las cosas no son simples objetos neutros que
contemplamos, cada una de ellas simboliza para nosotros cierta conducta y
provoca por nuestra parte reacciones favorables o desfavorables. Los gustos, el
carácter, la actitud frente al mundo, se leen en los objetos que el hombre
escogió para rodearse. Nuestra relación con las cosas
no es una relación distante, cada una de ellas habla a nuestro cuerpo y a
nuestra vida (nos
interpelan), están revestidas de características humanas y viven en
nosotros como otros tantos emblemas de las conductas que queremos o detestamos.
El hombre está investido de las cosas y estas están investidas en él.
Exploración del mundo percibido: la animalidad
Cuando se pasa de la ciencia, de la pintura y de la
filosofía clásica a la ciencia, la pintura y la filosofía moderna, se asiste a
una suerte de despertar del mundo vivido y percibido. Reaprendemos a ver este mundo a
nuestro alrededor del que nos habíamos alejado con la convicción de que
nuestros sentidos no nos enseñan nada válido y que tan sólo el saber
rigurosamente objetivo merece ser considerado.
El pensamiento clásico no da importancia al animal, al
niño, al primitivo, ni al loco, persuadidos sus cultores y representantes de
que hay un hombre consumado, destinado a ser dueño y poseedor de la naturaleza,
capaz de penetrar hasta el ser de las cosas, de constituir un conocimiento soberano,
de descifrar todos los fenómenos naturales e histórico-sociales. En algún
accidente del cuerpo reside la razón de las anomalías que mantienen al niño, al
primitivo, al loco y al animal alejados de la verdad. Ni el mundo del niño, del
primitivo, del enfermo y del animal, en la medida en que podemos reconstituirlo
a través de su conducta, constituye un sistema coherente. El hombre adulto,
sano y civilizado se esfuerza hacia esa coherencia, pero no llega a poseerla.
Lo normal no puede cerrarse sobre sí y debe preocuparse por comprender
anomalías de las que nunca está exento. Está invitado a examinarse, a
redescubrir en sí mismo todo tipo de ensoñaciones, fantasías, conductas
mágicas, fenómenos oscuros, que permanecen omnipotentes en su vida privada y
pública, en sus relaciones con otros hombres y a reconocer que el mundo de la
razón también está inconcluso y que existen lagunas y fisuras en él.
EL HOMBRE VISTO
DESDE AFUERA
Los otros hombres jamás son para mí puro espíritu o pura
alma, pues sólo los conozco a través de sus miradas, gestos, acciones,
palabras, tonos de voz, estado de la piel y de los cabellos, es decir, a través
de sus cuerpos. No puedo disociar
a alguien de su silueta, de su mirada, de su gestualidad, de sus actos, de sus palabras y acentos. Un otro dista de
reducirse a su cuerpo, es ese cuerpo animado de todo tipo de acciones, animadas
a su vez por intenciones o propósitos de los que yo me acuerdo y que
contribuyen a dibujar para mí su figura moral.
Para nosotros, los demás son espíritus o almas que
frecuentan un cuerpo y en la apariencia total de dicho cuerpo nos parece que
está contenido un conjunto de posibilidades de las que él es su presencia.
Conozco
al otro y el otro me conoce a mi a través del cuerpo y de las
manifestaciones corporales (acciones, comportamientos y palabras) animadas
a su vez por intenciones o propósitos significativos.
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La humanidad no es una suma de individuos, una
comunidad de pensadores de los cuales cada uno, en su soledad, está seguro de
entenderse con los otros porque todos participarían de la misma esencia
pensante (Descartes) Tampoco es un solo Ser donde la pluralidad de individuos
estaría fundada y destinada a reabsorberse (Kant) Jamás nos sentimos
existir sino tras haber tomado ya contacto con los otros y nuestra reflexión
sobre nosotros mismos debe mucho a nuestra frecuentación del otro.
Es porque el cuerpo del otro en sus diversas manifestaciones se nos aparece
como investido de una significación emocional, es por ello que conocemos
nuestro espíritu como comportamiento visible y como en la intimidad de nuestro
propio espíritu. No hay vida interior que no sea como un primer ensayo de
nuestras relaciones con el otro.
EL ARTE Y EL
MUNDO PERCIBIDO
La filosofía de la percepción, que quiere re-aprender
a ver el mundo, restituirá a la pintura y a las artes su verdadero lugar y su
verdadera dignidad, predisponiéndonos a aceptarlos en su pureza. La pintura y
el arte vuelven a ubicarnos imperiosamente en presencia del mundo percibido y
vivido. Al considerar el mundo de la percepción y de las vivencias aprendimos
que en este mundo es imposible separar las cosas en su esencia o en sí y su
manera de manifestarse.
Desinteresarse de todos los detalles y accidentes en
que se manifiestan las cosas no es percibir sino definir. La significación de
las cosas me interesa en la medida en que emerge de todos los detalles y
accidentes que encarnan su modalidad presente. La obra de arte es una totalidad
donde la significación no es libre sino ligada y cautiva de todos los detalles
que me la manifiestan de manera tal que la obra de arte se ve o se entiende y
ningún análisis, definición o explicación, por preciso que sea, puede
reemplazar la experiencia directa y perceptiva que hago de ella.
Si un cuadro representa objetos y un retrato
representa a alguien, entonces el objetivo de la pintura sería la apariencia y
su significación estaría por fuera del cuadro, en las cosas que representa, que
serían el tema. Pero el arte no sería imitación del mundo para la pintura
moderna, sino el mundo mismo. Hasta cuando trabaja sobre objetos reales, el
objetivo del pintor jamás es evocar el propio objeto sino fabricar un
espectáculo que se baste a sí mismo.
La distinción entre el tema del cuadro y la manera del
pintor no es legítima porque en la experiencia estética todo el tema está en la
manera en que se constituyen los objetos sobre la tela por el pintor. Lo que se
dice y la manera en que se lo dice no pueden existir por separado.
En presencia de un cuadro, no se trata de multiplicar
las referencias al tema. Como ocurre en la percepción de las cosas, se trata de
contemplar y percibir el cuadro sin razonamiento ni explicación.
La obra de arte cinematográfica es algo que también se
percibe. La belleza cinematográfica no es la historia en sí misma, ni las ideas
que puede sugerir, ni los procedimientos estilísticos por los cuales el
director se hace reconocer. Lo que cuenta es la elección de los episodios
representados y de los panoramas que se harán figura, la longitud dada a cada
uno de ellos, el orden en que se escoge representarlos, los sonidos o las
palabras con que se quiere o no se quiere acompañarlos.
Una novela o poesía lograda no existe como suma de
ideas sino a la manera de una cosa sensible y en movimiento que se trata de
percibir en su desarrollo, a cuyo ritmo es preciso adaptarse y que deja en el
recuerdo no un conjunto de ideas sino el emblema y monograma de sus ideas.
Una obra de arte se percibe. El mundo percibido no es
solamente el conjunto de las cosas naturales sino también los cuadros, las
películas, las músicas, los libros, es decir, el mundo cultural.
MUNDO CLASICO Y
MUNDO MODERNO
Esta conversación tiene como objetivo evaluar el desarrollo del pensamiento moderno como retorno al mundo percibido y
vivido, verificado en las ambiciones de la ciencia, la filosofía y
el arte modernos y compararlo con las ambiciones del mundo clásico en los
mismos órdenes.
Por un lado, tenemos la seguridad de un pensamiento
que no tiene dudas de estar consagrado al conocimiento integral de la
naturaleza, de la sociedad y de la historia y de eliminar todo misterio del
conocimiento de la naturaleza y del hombre.
Por otro lado, en vez de este universo racional
abierto a las empresas del conocimiento y de la acción, tenemos un saber y un
arte difíciles, llenos de reservas, restricciones y dudas, una representación
del mundo que nunca es acabada y que no excluye ni fisuras ni lagunas, una
acción que duda de sí misma y que no se enorgullece de lograr el asentimiento
de todos los hombres.
Los modernos no tienen ni el dogmatismo ni la
seguridad de los clásicos, ya se trate de arte, ciencia, literatura o acción
política. El carácter inconcluso y ambiguo de las manifestaciones artísticas,
de las obras literarias y del conocimiento científico moderno puede tomarse
como señal de decadencia. Concebimos las obras de la ciencia como provisionales
y aproximadas, mientras que Descartes creía poder deducir sus leyes de una vez
y para siempre. Los museos están llenos de obras a las que parece que nada
pudiera ser añadido, mientras que nuestros pintores entregan al público obras
que en ocasiones parecen bosquejos y que son tema de interminables
conversaciones y comentarios, ya que su sentido es plurívoco. Las obras
literarias o dramáticas modernas ofrecen una variada gama de sentimientos
humanos ambiguos y contradictorios, mientras que los clásicos son mucho más
simples en este sentido.
Si abandonamos la región del conocimiento y nos
adentramos en la vida y la acción, encontramos a los hombres modernos en lucha
con ambigüedades impactantes. No existe una palabra del vocabulario político
moderno que no haya servido para designar realidades tan diferentes u opuestas:
libertad, socialismo, feminismo, democracia. Cada una ha sido reivindicada por partidos
y movimientos cuyas acciones son antagónicas.
Si la ambigüedad y la inconclusión están escritas en
la vida colectiva y en las obras intelectuales, científicas y artísticas, sería
irrisorio responder con una reinstauración de la razón. Podemos y debemos
asumir y analizarlas ambigüedades y contradicciones de nuestro tiempo. Negarlas y ocultarlas en nombre de la
razón sería señal de decadencia. Tenemos razones para preguntarnos si la imagen
que a menudo nos dan del mundo clásico es algo más que mito o leyenda, si ese
mundo no conoció también la inconclusión y la ambigüedad, contentándose con
negarle existencia oficial. Lejos de ser un hecho de decadencia, la
incertidumbre de nuestra cultura es la toma de conciencia de algo que en verdad
siempre existió, sólo que no queríamos reconocer. Leonardo da Vinci dejó obras
inconclusas y Cezanne consideraba su pintura como una
aproximación a lo que buscaba a pesar de la sensación de conclusión y
perfección. Situaciones políticas del pasado, tales como la Revolución Francesa
y la Revolución Rusa prometían la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero
ello estuvo muy lejos de darse en la práctica.
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