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Merleau-Ponty - "Las relaciones con el prójimo en el niño" - Seminario de Diseño Gráfico y Publicitario - Cátedra: Savransky

Merleau-Ponty - "Las relaciones con el prójimo en el niño" - Seminario de Diseño Gráfico y Publicitario - Cátedra: Savransky

LAS RELACIONES CON EL PROJIMO EN EL NIÑO
Por Maurice Merleau-Ponty


EL PROBLEMA TEORICO

¿En qué condiciones llega el niño a tomar contacto con los otros? ¿De qué naturaleza es esta relación con los otros en el niño? ¿Cómo es posible esta relación del niño con los otros a partir del comienzo de la vida? Se trata de una problemática que la Psicología Clásica no abordó de manera correcta por basarse en supuestos y prejuicios errados. Para la Psicología Clásica, la relación con el otro se hace incomprensible. El psiquismo o lo psíquico es aquello que es dado a uno solo. Lo constitutivo del psiquismo, tanto en mí como en el otro, es su carácter incomunicable. Solo yo soy capaz de aprehender mi psiquismo. El psiquismo del otro se me aparece como inaccesible, al menos en su existencia misma. No puedo alcanzar las otras vidas, los otros pensamientos, que por definición no están abiertos más que a la inspección de un solo individuo, esto es, su dueño. Puesto que no puedo tener acceso directo al psiquismo del otro, es necesario admitir que sólo puedo comprenderlo indirectamente a partir de sus apariencias corporales, a partir de sus expresiones fisonómicas, de sus gestos y palabras, esto es, fenómenos corporales de los que soy testigo. Cabe preguntarse cómo es que puedo percibir, a partir de ese cuerpo y sus expresiones corporales, un psiquismo ajeno. La concepción que la Psicología Clásica tiene del cuerpo y de la conciencia es un escollo para la resolución del problema.

Se entiende por cenestesia un conjunto de sensaciones que expresarían al sujeto el estado de los diferentes órganos y el estado de las distintas funciones del cuerpo. Es así como mi cuerpo para mí y el de ustedes para ustedes sería aprehendido y conocido por medio de una cenestesia. Un manojo de sensaciones es tan individual como el psiquismo mismo. Si mi cuerpo no es cognoscible por mí más que por el conjunto de sensaciones que me ofrece, al que ustedes no podrán tener ningún acceso y del que no tenemos ninguna experiencia concreta, entonces la conciencia que tengo de mi cuerpo es impenetrable para ustedes. Ustedes no pueden representarse como siento yo mi propio cuerpo y yo no puedo representarme como sienten ustedes su propio cuerpo. Cabe preguntarse cómo es que supongo que detrás de esa apariencia corporal hay alguien que experimenta su cuerpo de la misma manera que yo experimento el mío, es decir, un sujeto como yo.

La psicología clásica se vale del recurso de considerar los gestos y palabras del otro como signos a ser descifrados y de proyectar detrás de ese cuerpo ajeno, del que veo y oigo gestos y palabras, lo que yo mismo siento de mi propio cuerpo. Transfiero al otro la experiencia íntima que tengo de mi propio cuerpo. Como yo tengo un psiquismo y mi psiquismo se manifiesta en comportamientos corporales observables, supongo por analogía que los comportamientos que observo del otro tienen también detrás de sí un psiquismo.

El problema de la experiencia del prójimo da origen a un sistema de cuatro términos. En primer lugar, mi propio psiquismo alcanzable solo por mi mismo vía introspección. En segundo lugar, la imagen que me hago de mi propio cuerpo por medio de los sentidos y la cenestesia (imagen exteroceptiva e interoceptiva de mi propio cuerpo) En tercer lugar, el cuerpo del prójimo tal como yo lo veo o cuerpo visual. En cuarto lugar, un término hipotético que yo tengo que imaginar y reconstruir, que es el psiquismo del prójimo, esto es el sentimiento que el otro tiene de su propia existencia, tal como yo puedo suponerlo e imaginarlo a través de las apariencias que el otro me ofrece por intermedio de su cuerpo visual.

Existe el problema para el niño de asociar su expresión fisonómica y lo que él siente (por ejemplo, una sonrisa y el beneplácito, la satisfacción y la alegría)  con la misma expresión que ve en el otro y proyectarle a partir de lo que él siente el beneplácito, la satisfacción y la alegría. El otro tendría la experiencia directa de estas sensaciones, que el niño sólo puede captar indirectamente y proyectando a parir de su propia experiencia, de la que sí tiene acceso directo. Ese proceso complicado parece incompatible con la relativa precocidad de la percepción del prójimo. El otro se aparece para la psicología clásica a través de una operación intelectual de analogía, transfiriendo una vivencia propia sobre el otro.

Para que la proyección a partir de las propias expresiones fisonómicas y sensaciones sea posible debe fundarse en una analogía entre las expresiones fisonómicas que el otro ofrece al niño y las expresiones fisonómicas que él mismo ejecuta. Tendría que haber un medio para el niño de aproximar la sonrisa visible del otro con la sonrisa sentida por él mismo. Cabe preguntarse si el niño tiene el medio de hacer la comparación entre el cuerpo del prójimo tal como aparece en la percepción visual y el cuerpo de él tal como lo siente a partir de la interoceptividad y la cenestesia. Si tiene el medio para hacer una comparación sistemática entre el cuerpo del otro tal como es visto por él y el cuerpo de él tal como es sentido por él. Sería necesario que hubiera entre ambas experiencias una correspondencia regular. Pero el niño tiene de su propio cuerpo una experiencia visual reducida en comparación con las sensaciones que tiene de su propio cuerpo. Hay muchas partes que no ve ni verá hasta la etapa del espejo. La correspondencia regular entre las dos imágenes del cuerpo no es puntual. El niño identifica los dos cuerpos globalmente, pero no construye punto por punto una correspondencia entre la imagen visual del prójimo y la imagen interoceptiva del cuerpo propio.

La imitación es la ejecución de un gesto semejante al que realiza el otro. Por ejemplo, el niño que sonríe porque nosotros le sonreímos. Sería necesario que la imagen visual que el niño tiene de la sonrisa del otro se tradujese en un lenguaje motor propio. Pero el niño no tiene el sentimiento motor interno que el otro tiene de su rostro y tampoco tiene la imagen visual de sí mismo sonriendo. Si se quiere resolver el problema de la transferencia de una conducta del otro hacia el niño, no se puede descansar en absoluto en la supuesta analogía que hay entre el rostro del prójimo y el del niño.

Es necesario renunciar al prejuicio fundamental según el cual el psiquismo es aquello que no es accesible más que a una sola persona. Mi psiquismo sería lo que no es accesible sino a mí, lo que no se puede ver desde afuera. Mi psiquismo no es una serie de estados de conciencia rigurosamente encerrados en sí mismos e impenetrables para todo otro. Mi conciencia está desde un comienzo vuelta hacia el mundo, es ante todo una relación con el mundo. La conciencia del otro, también ella, es ante todo, una cierta manera de comportarse en el mundo respecto al mundo. Es en su conducta donde voy a poder encontrar al otro. Si la conciencia es comportamiento o el comportamiento es consciente, lo que veo en el comportamiento no es la manifestación exterior de una interioridad que me es inaccesible sino que lo que veo es ella misma siendo conciencia. Merleau-Ponty postula un cuerpo que instituye un sentido originario e independiente de la operación de la conciencia o del pensamiento.

Lo que el niño imita no es a alguien, sino sus conductas. El problema de saber cómo puede transferirse una conducta del prójimo a él es menos complicado de resolver que el problema de saber cómo me puedo representar un psiquismo que sería radicalmente extraño al mío. Una perspectiva se abre sobre el prójimo a partir del momento en que yo lo defino y me defino a mí mismo como una conducta puesta a obrar en el mundo, como una cierta aprehensión del mundo natural y cultural que nos rodea.

Se vuelve necesario reformar la noción de psiquismo, que será reemplazada por la noción de conducta y del cuerpo propio. Si mi cuerpo debe retomar como suyas las conductas que observo a fin de constituir su propia unidad, es necesario que mi cuerpo me sea dado, no como un manojo de sensaciones privadas y accesibles sólo a sí mismo, sino como un esquema corporal o postura corporal. Mi cuerpo propio no es una aglomeración de sensaciones (visuales, táctiles, kinestésicas y cenestésicas), sino un sistema donde los diferentes aspectos interoceptivos y exteroceptivos se expresan recíprocamente y que comporta relaciones esbozadas con el espacio circundante y sus direcciones principales. La conciencia que tengo de mi propio cuerpo es un esquema corporal o postura corporal, es la percepción de la posición de mi cuerpo con respecto a la vertical, a la horizontal y a ciertos ejes de coordenadas importantes del medio en que se encuentra.

Los diferentes dominios sensoriales que están comprometidos en la percepción de mi propio cuerpo (visuales, táctiles, kinestésicos y cenestésicos) no se me ofrecen como otras tantas regiones totalmente extrañas unas a otras, sino como un conjunto ya organizado. La experiencia que tengo de mi propio cuerpo podrá ser mucho más fácilmente transferida al otro que la cenestesia de los clásicos y dar lugar a una impregnación postural de mi propio cuerpo por las conductas de las que soy testigo.

Puedo percibir, a partir de la imagen visual del prójimo, que este prójimo es un organismo y que este organismo está habitado por un psiquismo porque esta imagen visual del prójimo es interpretada por la noción que yo mismo tengo de mi cuerpo, no como manojo de sensaciones accesibles únicamente a mí, sino como esquema corporal. El otro se me aparece como la envoltura visible de otro esquema corporal.

Tenemos en términos de la psicología actual un sistema de dos términos, que son mi comportamiento y el comportamiento del otro, que funciona como un todo. La transgresión intencional es lo que hace posible la percepción del prójimo. La transgresión intencional consiste en lo siguiente. Con respecto a mí, consiste en ver, comprender, retomar y hacer mía la conducta intencional (significativa) del otro. Yo puedo lo que puede el otro. Con respecto al otro, consiste en ver, comprender, retomar y hacer suya la conducta intencional (significativa) mía. El otro puede lo que puedo yo. Se trata de una transferencia de mis comportamientos intencionales en el cuerpo del otro y de una transferencia de sus comportamientos intencionales en el cuerpo mío. Una alienación del otro por mí y de mí por el otro. La transgresión intencional es posible a medida que uno va elaborando y constituyendo el esquema corporal propio ya no como un psiquismo encerrado en sí mismo sino como comportamientos intencionales en el mundo y en relación al mundo que se ofrecen a la aprehensión de las intenciones motrices de los otros.

No se podrá dar cuenta de la percepción de uno del prójimo y de uno por el prójimo si se suponen un ego y otro ego absolutamente conscientes de sí mismos y encerrados en sí mismos y por consiguiente que reivindiquen una originalidad absoluta en relación al prójimo que está frente a ellos.

La psicogénesis comienza por un estado en que el niño se ignora a sí mismo y al otro en tanto que diferentes. Por lo tanto no puede decirse que el niño se comunique verdaderamente con el prójimo, puesto que para que haya comunicación es necesario que exista una distinción entre el que comunica y aquel con el que se comunica. Max Scheller postula un estado de pre-comunicación en el cual las intenciones del otro juegan a través de mi cuerpo y mis intenciones juegan a través del cuerpo del otro.


La sociabilidad sincrética es la indistinción entre un yo y el otro. Construyo mi esquema corporal en relación al prójimo a partir de la diferenciación con el otro, de la co-presencia con el otro y de la impregnación postural y transgresión intencional. La noción de psiquismo o consciencia (encerrados en sí mismos e inaccesibles para el otro) es remplazada por la de comportamiento. El comportamiento es un comportamiento consciente con una intención significativa. La impregnación postural y la transgresión intencional consiste en lo siguiente. Con respecto a mí, consiste en ver, comprender, retomar y hacer mía la conducta intencional (significativa) del otro. Yo puedo lo que puede el otro. Con respecto al otro, consiste en ver, comprender, retomar y hacer suya la conducta intencional (significativa) mía. El otro puede lo que puedo yo. Se trata de una transferencia de mis comportamientos intencionales en el cuerpo del otro y de una transferencia de sus comportamientos intencionales en el cuerpo mío

El desarrollo tendría el siguiente curso. En la primera fase de pre-comunicación no hay un individuo frente a un individuo sino una colectividad anónima e indiferenciada. Luego y sobre esta base de la comunidad anónima e indiferenciada se produce la individuación o distinción entre individuos (nunca del todo acabada) por objetivación del cuerpo propio, por una parte y por objetivación del cuerpo del otro, por otra parte. La objetivación del cuerpo propio y ajeno le hace aparecer al niño su diferencia y la diferencia del prójimo. El niño toma conocimiento poco a poco de su propio cuerpo y de lo que lo distingue radicalmente del cuerpo del otro cuando comienza a vivir sus intenciones en los comportamientos del otro y a vivir las intenciones del otro en sus propios comportamientos (transgresión intencional). La imagen visual que adquiere de su propio cuerpo con ayuda del espejo le revela el aislamiento y diferencia de los sujetos, uno frente al otro.

El primer yo es un yo virtual o latente que se ignora a sí mismo y al otro en su diferencia absoluta, pues la conciencia de sí mismo y del otro como individuos incomparables, en cuyo lugar nadie se puede introducir, es tardía y no primigenia al desarrollo humano. Es un yo que se ignora a sí mismo y que ignora al prójimo.

La sociabilidad sincrética es la indistinción entre un yo y el otro, confundidos en el interior de una situación que nos es común a ambos. A continuación interviene la objetivación del cuerpo propio que va a establecer entre yo y el otro una separación y que va a hacer que en adelante no me confunda más con lo que el otro piensa, en particular con lo que piensa de mí, igual que no lo confundiré más con lo que yo pienso, en particular con lo que pienso de él.


UBICACIÓN DEL ESQUEMA CORPORAL Y ESBOZO DE LA PERCEPCION DEL PROJIMO: EL NIÑO DE 0 A 6 MESES
Se ha establecido una correlación entre la conciencia del cuerpo propio y la percepción del prójimo. Son dos operaciones no solamente simétricas lógicamente, sino que forman realmente sistema. Hay allí operaciones complementarias y la experiencia de mi cuerpo y la del otro forman una totalidad, constituyendo una forma. La percepción del cuerpo propio se adelanta al reconocimiento del prójimo y en consecuencia, si los dos forman sistema, es un sistema articulado en el tiempo. La percepción del cuerpo propio se adelanta a la percepción del prójimo. El niño toma antes conocimiento de su propio cuerpo que de las expresiones fisonómicas del otro. Esto no impide que los dos fenómenos estén interiormente ligados. Los dos fenómenos pueden muy bien formar sistema, aunque sólo se destaquen sucesivamente. Decir que el fenómeno es un fenómeno de forma, no quiere decir de ningún modo que en cada una de sus etapas está en reposo absoluto. La noción de forma es dinámica.

El cuerpo propio de 0 a 6 meses
El cuerpo comienza por ser interoceptivo. En el comienzo de la vida del niño, la exteroceptividad (percepciones visuales, auditivas, táctiles, olfativas, gustativas u todas aquellas que nos ponen en contacto con el mundo exterior) aunque comience a ejercerse, no puede hacerlo en colaboración con la interoceptividad. La interoceptividad es el medio mejor organizado, durante el período indicado, para ponernos en relación con las cosas del mundo. Al comienzo de la vida del niño la percepción exterior o es imposible por la simple razón de la insuficiencia de la acomodación visual y de la insuficiencia de la regulación muscular de los ojos.

El espacio que puede estar contenido o explorado por la boca o por el aparato respiratorio constituye el límite del mundo para el niño, otorgándole una primera experiencia del espacio. En el comienzo de la experiencia del niño las relaciones del niño con el seno materno son los primeros vínculos del niño con el mundo. Todas las regiones que están ligadas a las funciones de la expresión toman una importancia extrema durante los meses que siguen.

Es entre el tercer y sexto mes que se produce la soldadura entre los dos dominios, interoceptivo y exteroceptivo además de la conexión entre los aparatos que proporcionan los diferentes datos sensoriales. La percepción es imposible hasta ese momento por otra razón que supone la toma de conciencia del funcionamiento del esquema corporal, esto es la toma de conciencia de la posición de mi propio cuerpo en el espacio. La percepción del mundo y la del cuerpo propio en el espacio (esquema corporal) forman sistema. La atención del niño a su propio cuerpo o a las partes de su propio cuerpo es relativamente tardía. La conciencia del cuerpo propio es en un comienzo lacunar y se va integrando poco a poco. Las experiencias tienden a familiarizar al niño con la correspondencia que existe entre el cuerpo tal como es visible por él mismo (en partes)  y el cuerpo tal como es sentido por él mismo (en todo mediante la interoceptividad).

El prójimo entre 0 y 6 meses
La puesta en funciones del esquema corporal es al mismo tiempo una puesta en funciones de la percepción del otro. Las primeras formas de reacción frente al otro no están ligadas a una percepción visual del otro sino que corresponderían más bien a los datos de la interoceptividad, a diferencias de bienestar o malestar sentidas por el niño en el interior de su propio cuerpo. Hasta los tres meses no habría percepción exterior del prójimo en el niño, solo reacciones frente a él que consisten en diferentes sensaciones sentidas en el interior de su propio cuerpo.

El primer contacto exterior con el prójimo sólo puede darlo la exteroceptividad. Mientras el prójimo es sentido sólo como una especie de bienestar o malestar en el organismo del bebé, no se puede decir que el prójimo sea percibido.

El primer estímulo exteroceptivo activo sería la voz humana, que provoca gritos o sonrisas. Luego, la mirada humana que se posa sobre él, los gritos de otro bebé, que a su vez lo hacen llorar hasta que se desarrolla la percepción visual del otro. Después va percibiendo cuando alguien entra o sale de la habitación. 

Los primeros bosquejos de una observación del otro consistirían en fijaciones sobre las partes del cuerpo. El niño mira los pies, la boca, las manos, pero no mira a la persona como un todo. El examen de las partes del cuerpo del otro va a enriquecer considerablemente la percepción que el niño se va forjando de su propio cuerpo. Se lo ve trasladar sobre sí mismo, desde los seis meses, los distintos conocimientos que puede tomar del organismo del otro por la vista. A los seis meses, el niño mira al otro niño a la cara y se tiene la impresión de que se trata esta vez de percibir a otro.


DESPUES DE LOS SEIS MESES: LA CONCIENCIA DEL CUERPO PROPIO Y LA IMAGEN ESPECULAR

El presente capítulo se propone analizar paralelamente el desarrollo de la experiencia del cuerpo propio (en su aspecto interoceptivo y en su imagen especular) y de la experiencia del cuerpo del otro (toma de conciencia del otro) a partir de los seis meses. Después de los seis meses y hasta el año ocurren dos procesos. Por un lado, el desenvolvimiento de la percepción del cuerpo propio a partir de la interoceptividad y de la especularidad, que va a ser considerablemente mejorada, en particular porque el niño llegara a comprender la imagen de su cuerpo en el espejo, lo que es un fenómeno de gran importancia dado que el espejo produce en el niño una percepción de su cuerpo, que no podría tener nunca por sus propios medios. Por otro lado, el desarrollo de los contactos con el otro, que permite hablar de una sociabilidad incontinente o sincrética.


La imagen especular
Hasta los seis meses el niño toma conciencia de su cuerpo propio mediante interoceptividad y exteroceptividad, aunque sea percibiendo su propio cuerpo de a poco y por partes. “Todas estas experiencias tienden a familiarizar al niño con la correspondencia que existe entre el cuerpo tal como es visible y el cuerpo tal como es sentido por la interoceptividad”.

En lo que concierne al desarrollo de la conciencia del cuerpo propio, el hecho de mayor importancia es la adquisición de una representación o de una imagen visual del cuerpo propio gracias al uso del espejo.

Las conductas de los animales y de los niños frente al espejo son diferentes. El animal incompleto por la muerte de su pareja se recompleta por la imagen de sí mismo que percibe en el vidrio a la que empero, no considera como la imagen de sí mismo. Ella es como un segundo animal frente a sí. Para el perro, la imagen percibida en el espejo no es para él otro perro. Pero tampoco es su imagen visual. El dato visual es para él una especie de complemento y tan pronto como un estímulo externo le remite a su cuerpo tal como le es dado por interoceptividad, descuida la imagen especular. En presencia del espejo, el animal retorna a los datos que para él son fundamentales, dados por la experiencia interoceptiva. En el momento en que los chimpancés llegan a acceder a la conciencia de imagen, es decir, a tratar a lo que pasa en el espejo como reflejo o símbolo de su cuerpo verdadero, se alejan del objeto y lo tratan como extraño. La conciencia de imagen como imagen de sí mismos apenas si aparece, se delinea apenas en ellos. El chimpancé parece reconocerse a sí mismo en el retrato de sí mismo que se le presenta, pero no termina de llegar a la conciencia plena de su imagen especular.

El niño hace mucho más rápidamente la distinción entre la imagen especular del prójimo y la realidad del cuerpo del prójimo de como hace la distinción entre la imagen especular del cuerpo propio y la realidad del cuerpo propio.

El niño y su padre están frente al espejo. En un principio el niño no tiene conciencia de la relación imagen (reflejo del cuerpo del padre) y modelo (cuerpo del padre) Por eso se sorprende cuando el padre le habla de que la voz no provenga de la imagen y se vuelve hacia el modelo. El niño otorga a la imagen y al modelo una existencia relativamente independiente. Esta el modelo, que es el cuerpo del padre y está el espejo, que es un doble o fantasma del padre.

Es más tarde que para la imagen especular del prójimo, que se constata de manera clara una reacción de sorpresa en el niño al ver su imagen en el espejo. La imagen especular del cuerpo propio está retrasada con respecto a la imagen especular del cuerpo del otro. El niño dispone de dos experiencias visuales del prójimo. La que obtiene mirándolo (modelo) y la que obtiene mirando el espejo (imagen) Puede comparar una con la otra.

En lo que concierne a su propio cuerpo, la imagen del espejo es el único dato visual completo que obtiene de sí mismo. Puede percibir exteroceptivamente sus manos y sus pies, pero no su cuerpo completo.

Se trata de comprender que la imagen visual de su cuerpo que ve allá en el espejo no es él puesto que él no está allá en el espejo sino localizado acá donde se siente a sí mismo por medio de la interoceptividad. Se trata de comprender que no estando localizado allá en el espejo sino acá donde se siente por medio de la interoceptividad, que es visible por un testigo exterior en ese mismo punto donde él se siente bajo el aspecto visual que le ofrece el espejo.

Le es necesario desplazar la imagen del espejo, del lugar aparente y virtual que ocupa en el fondo del espejo hasta sí mismo, identificarla con su cuerpo interoceptivo. El niño comienza por ver la imagen especular del cuerpo propio como un doble del verdadero cuerpo.

Se trata asimismo de comprender para el niño que lo que parece estar en diferentes lugares está en verdad en un único lugar, lo cual se logra alrededor del año reduciendo la imagen a simple apariencia sin espacialidad propia. Lo que tiene espacialidad propia es el cuerpo propio.

Hay un sistema MI CUERPO VISUAL-MI CUERPO INTEROCEPTIVO-EL CUERPO DEL OTRO. Así como hay una identificación global del niño con su imagen visual en el espejo, hay también una identificación global del niño con el otro. Si el niño no posee antes de los seis meses una noción visual de su propio cuerpo como un todo, no sabrá limitar su propia vida. No puede, en tanto no tiene esta conciencia visual de su cuerpo como un todo, separar lo que él vive de lo que viven los otros. Existe la ausencia de un tabique entre yo y el otro que funda la sociabilidad sincrética.

La comprensión de la imagen especular consiste en el niño en reconocer como suya esta apariencia visual que está en el espejo. Hasta el momento en que la imagen especular interviene, el cuerpo es para el niño una realidad fuertemente sentida (interoceptividad) pero confusa.

Reconocer su imagen en el espejo es para el niño aprender que puede tener allí un espectáculo de sí mismo. Hasta ese momento, sólo se había visto parcialmente por exteroceptividad, pero gracias a la imagen especular llega a verse a sí mismo como un todo. Por la adquisición de la imagen especular el niño se apercibe como visible para sí y para el prójimo. Se produce el pasaje del yo interoceptivo al yo visible.

Hay inevitablemente un conflicto entre yo, tal como yo me siento a mí mismo (interoceptividad) y yo, tal como yo me veo o tal como los otros me ven. A ese yo vivido se superpone un yo visible y construido por mí y por el otro. El niño es sacado de su realidad inmediata y la imagen especular tiene una función desrealizante, en el sentido de que desvía al niño de lo que es efectivamente para orientarlo hacia lo que se ve ser y hacia lo que los otros lo ven ser. La alienación del yo inmediato en provecho del yo visible en el espejo dibuja la cosificación del sujeto por mí mismo que me observo y por los otros que me observan. Lo visual hace posible una escisión entre el yo inmediato y el yo visible en el espejo.

Wallon explica la reducción de la imagen especular por una operación intelectual. Veo al principio en el espejo un doble de mí mismo, luego, la toma de conciencia intelectual de mi propia experiencia hace que le retire la existencia a esta imagen y que la trate como símbolo o reflejo del mismo cuerpo, que por otra parte, me es dado a mí mismo por la interoceptividad. La actividad intelectual opera en todo momento reducciones e integraciones, despega la imagen especular de su arraigo espacial y transporta esta imagen especular y la experiencia interoceptiva al mismo lugar que es la espacialidad construida por la inteligencia.

Wallon señala que no se debe suponer que el niño comienza por localizar en dos lugares distintos su propio cuerpo, ni que hay cierto lugar donde está situado el cuerpo táctil e interoceptivo y otro lugar dónde está situada la apariencia visual del cuerpo. El niño ve la imagen y siente su cuerpo aquí, pero eso no significa que cuando percibe visualmente su imagen y táctilmente su cuerpo, los coloca a uno y a otro en lugares distintos del espacio, en el mismo sentido en que el adulto percibe en dos lugares distintos del espacio una lámpara y un micrófono. El estadio del espejo tiene que ver con la identidad a distancia estando a la vez el cuerpo presente en el espejo donde lo veo y presente donde lo siento. Los dos aspectos que se trata de coordinar no están realmente separados en el niño en el sentido en que los objetos en el espacio aparecen separados para las percepciones adultas. No hay que superar una dualidad absoluta del cuerpo visual y del cuerpo sentido. No se puede hablar de reducción a la unidad mediante el intelecto si no hay verdadera duplicidad o dualidad entre cuerpo visual y cuerpo sentido a pesar del fenómeno de la distancia que separa el cuerpo visual del cuerpo sentido.

El problema para el niño consiste en comprender que la imagen en el espejo es su imagen, la imagen de su propio cuerpo, que es lo que los otros ven de él, el aspecto que él ofrece a los otros. Al mirar la imagen en el espejo no tenemos conciencia de hacer un trabajo intelectual.


La sociabilidad sincrética
Entre los seis meses y el año se asiste a una explosión de la sociabilidad, que Wallon da en llamar sociabilidad sincrética o incontinente. Se multiplican los gestos y movimientos orientados hacia el prójimo y no sólo sobre el propio cuerpo. Asistimos a un acrecentamiento en cantidad y calidad de las relaciones con el prójimo.

Es extremadamente raro que los niños se interesen vivamente por pequeños de edad mucho menor porque hasta los tres años el niño no emerge de su propia situación como para interesarse por sujetos en una situación diferente. Será entre niños de edades relativamente cercanas que se establecerán las relaciones.
Se establece la relación entre el niño que alardea o se pavonea ante al niño espectador, en la que uno se exhibe en sus actividades más notables, mientras que el otro mira, reproduciéndose en cierta forma la dialéctica del amo y del esclavo. Lo que caracteriza esta relación del niño que alardea o se pavonea ante el otro que lo observa es que los dos niños se encuentran fundidos en la situación. El niño que contempla está verdaderamente identificado con aquel a quien contempla. No existe más que por este niño admirado. En cuanto al niño que se exhibe, depende para su exhibicionismo del reconocimiento del otro niño de ser menos habilidoso o de no tener las cualidades que él tiene. La relación de la que hablamos implicaría una confusión de sí y del otro en una misma situación sentimental. He aquí un estado de ensamble con el otro, que es lo propio de las situaciones afectivas infantiles. El exhibicionista existe gracias al reconocimiento de su superioridad por parte del otro y el otro no hace otra cosa que admirar e identificarse con el exhibicionista.
En este contexto surge la celosía. En los celos, la pareja conformada por el niño que se exhibe y por el niño que lo admira, es afectada por este último, que querría ser como aquel que contempla o tener lo que tiene aquel que contempla. Los celos son confusión de sí mismo y del otro. Es la actitud de quien no ve otra vida para sí mismo que la que el otro ha alcanzado, no se define por si mismo sino en relación a lo que otros tienen o son y que a él le gustaría ser o tener. Todo celo representaría una indiferenciación entre uno mismo y el otro, una inexistencia positiva del individuo que se confunde con el contraste que existe entre el otro y él mismo.

La simpatía aparece en el niño sobre un fondo de mimetismo, al tiempo que comienzan sin embargo a diferenciarse la conciencia de sí y la conciencia del otro. El mimetismo es la captación por el prójimo, la invasión de mí por el otro, una actitud por la que yo asumo los gestos, las conductas, las palabras, las maneras de hacer, de aquellos frente a los cuales me encuentro. La mímica es el poder de retomar conductas o expresiones fisonómicas  y ese poder me es dado con la potestad que tengo sobre mi propio cuerpo y que me permite gobernar mi propio cuerpo. La mímesis es el poder que tengo de realizar con mi propio cuerpo comportamientos análogos a los que veo. Wallon habla de impregnación postural que se resuelve mediante comportamientos de imitación. Por ejemplo, un niño que contempla largamente un pájaro que aletea y que pía y luego de la impregnación postural reproduce sus aleteos con los brazos y sus píos con gritos. La percepción de un otro se traduce gracias a la función postural en comportamientos que se asemejan a los del otro. Nuestras percepciones del otro provocan en nuestro comportamiento una reorganización de nuestra conducta motriz sin necesidad de haber aprendido aun los movimientos en cuestión o mediante el despertar o recuerdo de acciones ya ejecutadas. El eje percepto-motriz es la correspondencia fundamental entre percepción y motricidad, el poder que tiene la percepción de organizar una conducta motriz.

El niño es verdaderamente la situación inmediata y no puede tomar distancia en relación a ella. La situación es tomada en su significación inmediata y todas las variaciones que hayan podido suceder o que puedan suceder con respecto a la misma situación, no son tomadas en consideración, esto es el niño no puede subsumir las diferentes situaciones en un mismo tipo de situación porque vive encerrado en su presente. Ello explica las conductas delictivas a repetición.

El transitivismo consiste en atribuir al prójimo lo que pertenece o acontece al sujeto mismo. Todo lo que somos y nos acontece nos sensibiliza respecto al prójimo y nos hace buscar en el otro el equivalente o el correlato de lo que nos ha sucedido. Es la misma noción que los psicoanalistas introducen cuando hablan de proyección. Los niños viven sus propios sentimientos no como acontecimientos interiores sino como cualidades de las cosas y de los otros. A falta de una reducción de esos sentimientos a una fuente subjetiva, esos sentimientos son vividos como de origen tanto interno como externo. La personalidad del niño es al mismo tiempo la personalidad del prójimo y esta indistinción de las dos personalidades hace posible el transitivismo, lo que supone toda una estructura de la conciencia infantil.

Las relaciones sincréticas con el otro que se revelan en la concepción infantil de la personalidad, se atestiguan también en el uso que el niño hace del lenguaje. Las primeras palabras del niño, consideradas por los psicólogos y por los lingüistas como representantes de frases (palabras-frases) sólo pueden ser el equivalente de una frase entera por efecto del sincretismo. Las primeras palabras frases apuntan tanto a las acciones del prójimo como a las propias. Cuando el niño pequeño dice “mano” significa  tanto la mano de su padre como la suya propia. No se trata de la capacidad de abstracción, sino de la indistinción radical entre su mano y la mano de los demás.

La celeridad y la habilidad con que los niños reconocen las partes del cuerpo humano en un dibujo, incluso en dibujos toscos o de multiperspectiva como los de Picasso, se explica porque el cuerpo del niño es para él un medio para comprender los otros cuerpos o sus partes, con los cuales no mantiene distinción. El niño esta esparcido por su persona en todas las imágenes.

El uso de la palabra YO en el niño es tardío. La usará cuando haya tomado conciencia de su propia perspectiva distinta a las de los demás y cuando haya distinguido a todos los otros de sí mismo. Cuando comprenda que cada uno de los que están delante de él puede decir YO y que cada uno es para sí un YO y para los otros un TU.


LA CRISIS DE LOS TRES AÑOS
A partir de los tres años el niño adopta un punto de vista y una perspectiva propia y comprende que cualquiera sea la diversidad de las situaciones y de los papeles que le toque desempeñar, él es alguien que está más acá de esas diferentes situaciones, más acá de esos diferentes papeles.

La adquisición de la perspectiva en el dibujo y en el desciframiento de una imagen visual (que se producirá más tarde) solo será posible para un sujeto a quien la noción de perspectiva individual ya le es familiar. El niño no podrá comprender lo que es representar las cosas que están delante de sí como se las ve desde un solo punto de vista si no llegara a la idea de que las ve desde un solo punto de vista en lugar de vivir en ellas. Es preciso que se produzca antes un desdoblamiento entre el espectáculo sensible inmediatamente dado, en el que el niño estaba hundido y un sujeto capaz de reordenar y de redistribuir la experiencia, siguiendo las direcciones elegidas por el pensamiento.

Hacia la edad de tres años se advierte la distancia entre el niño, por una parte y el espectáculo de los otros y del mundo, por otra parte. El niño de tres años esta inhibido o condicionado por la mirada del otro porque en adelante no sólo es lo que es a sus propios ojos sino que se siente ser también lo que los otros ven en él. El fenómeno de la imagen especular se generaliza y enseña al niño que no solamente es lo que el cree ser por su experiencia interior y perceptiva (parcial) sino que es, además, esta silueta que ve en el espejo y que también en los otros.

El YO apenas si se distingue del otro antes de los tres años de edad. Por eso no hay inhibición ni condicionamiento por parte del prójimo. Cuando estos fenómenos aparecen es porque la indistinción entre el YO y el prójimo ha cesado. El niño hace jugar constantemente la relación yo-otro, que cesa entonces de ser indivisión e  indiferenciación. Experimenta temor de ser mirado, quiere que se ocupen de él y comete faltas para llamar la atención del prójimo. Los regalos se convierten en transacción. Cuando regala un objeto es porque no lo quiere más y toma los objetos de los otros para usarlos.

Pero la sociabilidad sincrética no puede ser liquidada a los tres años. El estado de indivisión con el otro y sus manifestaciones (usurpación mutua del otro y de mí al interior de situaciones en las que estamos confundidos, presencia del mismo sujeto en varios papeles) se encuentra todavía en la vida adulta. La crisis de los tres años rechaza o torna lejano el sincretismo, pero no lo suprime definitivamente. La indistinción entre yo y el otro reaparece inevitablemente en ciertas situaciones del orden de los sentimientos, aunque se supere en la esfera de la vida cotidiana.



Explicación de los teóricos de Savransky (27-04-2011):

La construcción de la unidad del sujeto a partir de su relación con el otro y de su relación con el mundo. Tenemos dos textos centrales en esta unidad: "La espacialidad del cuerpo propio" y "La motricidad y las relaciones con el prójimo en el niño". En el primero se analiza el problema de la espacialidad del cuerpo propio en relación con las prácticas en el mundo y el segundo aborda la relación con el otro. Nos planteamos la necesidad de juntar ambos textos y las perspectivas de uno y del otro. 

Reflexiones en torno a la cuestión del espacio: siempre se planteó y siempre se creyó que nosotros percibimos el espacio como percibimos objetos. Quien da cuenta de la existencia del espacio es nuestra percepción. De la misma manera que mediante la percepción damos cuenta de la existencia de los objetos del mundo, mediante la percepción también damos cuenta de la existencia del espacio, lo que permite suponer la existencia de un espacio objetivo. 

Para Merleau-Ponty, la referencia del estudio de la física, no es del orden del pensar, no es del orden de lo explícito o de una comparación intelectual, sino de la relación que el cuerpo propio tiene en el mundo antes de toda reflexión. Es decir, en el dominio del orden de la fenoménico. La relación cuerpo-espacio que plantea Pointcaré (Físico) sería la relación del cuerpo como medida relacional respecto del espacio en el terreno de lo objetivo, mientras que MP está trabajando esta misma idea, pero no en el terreno objetivo, sino en el terreno de lo fenoménico. 

Lo que se pone en juego es el sentido del mundo Hubimos visto un problema doble. 
Toda práctica supone una finalidad o sentido. Una intención significativa. Ese sentido de la práctica supone que es relativo a un objeto sobre el cual se va a abatir mi acción o mi práctica. El sentido está destinado a este objeto. Ese objeto tiene él mismo un sentido, y no un sentido autónomo, sino un sentido que está constituido socialmente. No es que el sentido de algo sea un hecho de la naturaleza de es algo, porque si no, caeríamos en el fetichismo, en el mismo fetichismo de la mercancía denunciado por Marx en El Capital. No hay un valor como propiedad química de las cosas, pues el valor es una construcción social. Tampoco hay sentido en los objetos de la naturaleza, pues el sentido es una construcción social. Este sentido, que es una construcción social, está interpelado por el sentido o finalidad de mi acción y de algún modo, se refiere a este sentido socialmente constituido. Si el sentido fuese otro, el sentido de mi acción tendría que ser otro. Para cada tipo de objeto con un sentido constituido socialmente, hay una determinada finalidad o un conjunto de finalidades que yo puedo realizar. Pero el sentido siempre es doble: el sentido del objeto y el sentido de la acción que se abate sobre este objeto. Cuando hablamos de cualquier práctica que yo pueda de algún modo desarrollar una intención práctica en la intención de la acción, desarrollar una intención significativa o una finalidad respecto de este objeto. El objeto sólo puede constituir un sentido en la relación con otro y eso. 

En el texto "las relaciones con el prójimo en el niño" hay claves que me interesa desarrollar. En la psicología clásica aparece una dificultad. Tiene que ver con la relación yo-otro. Yo soy un psiquismo y puedo entender que detrás del otro hay también un psiquismo como el mío. Yo tengo experiencia de mi psiquismo, pero no tengo la experiencia del psiquismo del otro. Del otro tengo sólo una percepción, que es la de su cuerpo, la fisonomía que su cuerpo me ofrece. Ej de MP: Si yo me miro al espejo, la percepción que yo tengo de mi sonrisa es la percepción motora, es decir yo estiro los músculos y puedo sonreír porque tengo los músculos adaptados para ello. Cuando veo la sonrisa del otro, no tengo la experiencia de su sensación motriz. No puedo compaginar mi sensación motriz con mi percepción de la sonrisa del otro. Son de distinto carácter. No puedo articular una cosa con la otra. Si hubiese posibilidad de articulación, el problema de cómo yo entiendo que el otro es un psiquismo y un sujeto como yo, sería fácil de comprender. 

MP plantea esto como un límite de la psicología clásica. Es decir, cuando la psicología clásica se plantea que el psiquismo está encerrado en mi interior y yo sólo tengo acceso al psiquismo mío y no tengo acceso al psiquismo del otro. Cuando se plantea al psiquismo como algo que está detrás del cuerpo y que para poder descubrirlo yo tengo que generar procesos analógicos o procesos de pensamiento y de relación. Acá está el límite: cuando no pueden superponerse ambos procesos. Mi experiencia interior de la sonrisa y mi experiencia externa de la sonrisa del otro. Como no se pueden superponer ambos procedimientos, yo podría plantear que no entiendo el significado de la sonrisa del otro.

La imitación no resuelve el problema porque sigue teniendo el mismo límite. 

Desde muy temprano los niños son sensibles a las impresiones fisonómicas, como por ejemplo, la sonrisa. Este proceso complicado parece incompatible con la relativa precocidad de la percepción del prójimo. Para que la proyección sea posible y tenga lugar, sería necesario que me funde en la analogía que hay entre las expresiones fisonómicas que el otro me ofrece y los distintos gestos fisonómicos que yo mismo ejecuto. 

¿Tenemos el medio de hacer esta comparación entre el cuerpo del prójimo tal como aparece a la percepción visual y mi cuerpo tal como yo lo siento por intermedio de la interoceptividad y por medio de la sinestesia? Este es el problema y él plantea que no. Y este es el mismo problema que plantea con respecto a la imitación y dice: "estas dos dificultades son particularmente visibles cuando se trata de dar cuenta del fenómeno de la imitación. La imitación es la ejecución de un gesto semejante al que realiza el otro. Es necesario que el niño ponga en movimiento su rostro para reproducir esta expresión visible del otro que se llama sonrisa. No tiene el sentimiento motor interno que el otro tiene de su rostro. En lo que concierne a sí mismo no tiene una imagen visual de sí mismo sonriendo. 

Lo que está planteando MP acá es más de lo mismo en el sentido de que no puedo conjugar la experiencia interna que yo tengo como experiencia motriz de mi articulación o de mi sonrisa respecto de lo que yo tengo como experiencia del otro a nivel visual. La percepción visual y mi percepción motriz son distintas y no son comunicables. Entre la palabra y la cosa hay diferencias. La palabra no es la cosa. Está en reemplazo de la cosa, pero nunca es ella, nunca es la cosa en razón. 

MP encuentra algo así como una solución. Esta solución es la idea de conducta o comportamiento. 
MP dice: "es necesario renunciar al prejuicio fundamental según el cual el psiquismo es aquello que no es accesible más que a una sola persona. Tal es el postulado de la psicología clásica. Mi psiquismo sería lo que no es accesible sino en mí mismo. Lo que no se puede ver desde afuera. Mi psiquismo no es una serie de estado de conciencia rigurosamente encerrados en sí mismos e impenetrables para todo otro. Mi conciencia está desde un comienzo vuelta hacia el mundo, vuelta hacia las cosas. Es ante todo mi relación con el mundo. La conciencia del otro es también ella una cierta manera de comportarse con el mundo. Es en su conducta o comportamiento, en esa manera en que el otro trata el mundo, que voy a poder encontrarlo. Es en el comportamiento en donde yo voy a poder encontrarme con el otro. 

Lo que se juega para hacer posible la comprensión del gesto del otro es una propiedad de la corporalidad y no pensamiento o intelecto, capa de generar analogías entre un fenómeno y otro fenómeno. 

Acá aparece el término indiferenciación. Esta indiferenciación es la que se encuentra entre un yo y el otro. Esta indiferenciación supondría que la relación yo-otro es más que nada algo así como un nosotros. 

Más que tener que ser pensado como déficit o limitación, es una virtud, pero no una virtud del sujeto pensado como un YO, sino una virtud del cuerpo propio. Esta cuestión de la virtud del cuerpo propio respecto de la indifrenciación es algo que hay que poder entender porque además en esto está basada la posibilidad de entender el fenómeno del lenguaje. Es decir, la posibilidad de entender que quiere decir transgresión intencional, en el sentido de Husserl y de algún modo entender esto de que hay una etapa de sociabilidad sincrética, como lo planteaba Henri Wallon, o el acortamiento de una transferencia. 

Vamos a ver el modo en que MP desplaza esta noción de sujeto que es el yo pienso, que lo hace en favor de un yo puedo. Se trata de las posibilidades que el cuerpo tiene de obrar. Es un cuerpo operante. Un cuerpo de la acción, un cuerpo de la práctica y no un cuerpo que piensa. 

Hay una estructura percepto-motriz que nos permite adquirir el hábito de, por ejemplo, escribir al tacto. La articulación percepto-motriz es la que me permite operar en el mundo. "Todos mis desplazamientos figuran por principio en un rincón de mis paisajes, son transportados al mapa de lo visible. Todo lo que veo está a mi alcance, por principio al alcance de mi mirada, al menos realzado en el mapa del yo puedo. Es decir de las posibilidades de mis operaciones motrices. El mundo visible y el de mis proyectos motores son partes totales del mismo ser". 

MP: "Yo soy parte del mundo, soy un cuerpo. El mundo es parte de mí y yo soy una cosa entre las cosas y las cosas son parte de mi tejido, son parte de mi cuerpo". Es justamente lo que muestra la relación protésica. Yo puedo tomar un objeto, incorporarlo a mí y convertirlo en una prolongación de mi propio cuerpo. 

"Las cosas son un anexo o una prolongación de mi cuerpo. Forman parte de su definición plena y el mundo está hecho con la misma tela del cuerpo".

La indiferenciación no es una falencia, sino una propiedad del cuerpo propio. Es la posibilidad que el cuerpo propio tiene de dirirmir lo que tiene en derredor como un anexo de sí mismo. Cuando estamos hablando e la indifrenciación no es una falencia sino una propiedad, una capacidad en el sentido positivo. Es el cuerpo propio el que hace posible apropiarse de todo lo que tiene en derredor y constituirlo en parte de sí mismo. Si el cuerpo no tuviera esta capacidad, no podríamos aprender a hablar, no podría constituirse el sentido del mundo como un sentido social y seríamos máquinas encerradas dentro de sí en el mimos sentido en que lo planteaba el cartesianismo. Si el cartesianismo es superable, es porque somos un cuerpo y porque la propiedad del cuerpo es esto que Husserl y Merleau-Ponty llaman transgresión intencional, esta capacidad que el cuerpo tiene de superponerse y de acoplarse al cuerpo del otro y de apropiarse del sentido que el cuerpo del otro realiza y esto sólo es posible en la conducta o comportamiento. 

EL PROCESO DE APRENDIZAJE NO ES UN PROCESO DE IMITACIÓN, SINO QUE ES UNA APROPIACIÓN QUE EL CUERPO HACE DEL COMPORTAMIENTO DEL OTRO. 

Esta apropiación tiene que ver justamente con esta transgresión intencional o transferencia, en donde como dice Merleau Ponty, las intenciones del otro juegan de alguna manera a través de mi cuerpo y mis intenciones juegan a través del cuerpo del otro. 

Con respecto al problema del lenguaje, Merleau Ponty dice casi exactamente lo mismo, con casi las mismas palabras. Detrás de esto está el tema de las posibilidades de mi cuerpo y de las posibilidades del cuerpo del otro. Es decir, la transgresión intencional, esta posibilidad de apropiarme de lo que el cuerpo del otro hace como sentido de sus operaciones, es una virtud del cuerpo y no del pensamiento o reflexión intelectual. Detrás de esto está lo que llamamos empatía y simpatía. Porque la empatía y simpatía son en definitiva posibilidades del cuerpo. 


El fundamento de la empatía es la transgresión intencional, esta posibilidad que yo tengo de trasponer los límites de mi propia corporalidad e incorporar y apropiarme de la corporalidad del otro, de su gestualidad, de lo que la gestualidad tiene inscripta en sus actos o comportamientos como sentidos que valen para mí en medida en que yo tenga la misma posibilidad de hacer lo que el otro hace. Aparece el juego de las posibilidades y de la igualdad de las posibilidades. Yo no puedo hablar hasta que no tenga la posibilidad de hablar. El otro habla pero yo no. Todavía yo no tengo desarrollada la posibilidad de la articulación. Lo que el otro habla mientras yo no puedo articular no tiene el mismo sentido que tiene para el otro. 

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