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Sarlo, B. (1994): “El sueño insomne” - Comunicación II - Cátedra: Mangone Gándara


Sarlo, B. (1994): “El sueño insomne”, en Escenas de la vida posmoderna, Buenos Aires, Ariel. (pp. 57-105).
 
Objetivo del dictado del texto: Presentar una visión crítica de la TV en los ´90 a partir de los ejes de problematización del momento y, por lo tanto, de confrontación con las visiones neo-populistas: La TV como un medio democratizador, el ideal de participación del público, entre otros-

Palabras claves:   televisidad,  política massmediatizada, autorreflexividad.

Conceptos en tensión:
TV democrática/TV comercial;  igualitarismos, proximidad/ raiting;  política/inmediatez televisiva;  cita/parodia.

Cuestionario guía:
1- Zapping
¿Cuál es el significado del zapping y por qué se diferencia del montaje?
Describa el concepto de televisidad.
2- Registro Directo
¿Cuáles son los rasgos que adquiere el happening en directo-directo?
 ¿Cuáles son las características más importantes de la programación televisiva?
¿Por qué existe una falsa idea de igualitarismo? ¿En qué sentido la TV “refleja a su público”?
Señale las diferencias que la autora remarca en relación con la visión neo-populista de los análisis de la TV.
3- Política
Confronte el ideal televisivo de “Doña Rosa” con la acción de la política y de los políticos.
4- Cita
¿Cómo se diferencia la cita de las tradicionales manifestaciones artísticas, de la cita televisiva?
Explique por qué la cita y la parodia en la televisión son un  recurso permanente, qué significado adquieren las mimas. 


1) Sarlo explica que la imagen ha perdido intensidad. Hubo una pérdida del silencio y del vacío en la imagen, siendo éste un problema propio del discurso televisivo que no estuvo impuesto por la propia naturaleza del medio sino por el uso que desarrolla alguna de sus posibilidades técnicas y clausura otras. Entonces, afirma que la velocidad y el llenado total del tiempo son leyes no de la TV como posibilidad virtual sino de la TV como productora de mercancías, cuyo costo es gigantesco y, por ello, los riegos de las apuestas deben reducirse al mínimo.

Las demasiadas imágenes que hay en pantalla y el control remoto hacen posible el gran avance interactivo de las últimas décadas: el zapping. El control remoto es entendido por la autora como una “moviola hogareña” de resultados imprevisibles e instantáneos, es una máquina sintáctica, una base de poder simbólico que se ejerce según leyes que la TV enseñó a sus espectadores: 1) Producir la mayor acumulación posible de imágenes de alto impacto por unidad de tiempo y baja cantidad de información por unidad de tiempo o alta cantidad de información indiferenciada, que ofrezca el “efecto de información”. 2) Extraer todas las consecuencias del hecho que la retrolectura de los discursos visuales o sonoros que se suceden en el tiempo. La TV explota este rasgo como una cualidad que le permite una enloquecida repetición de imágenes: la velocidad del medio es superior a la capacidad que tenemos de retener sus contenidos. 3) Evitar la pausa y retención temporaria del flujo de imágenes porque conspiran contra el tipo de atención más adecuada a la estética massmediática y afectan lo que se considera su mayor valor: la variada repetición de lo mismo. 4) El montaje idea, aunque no siempre posible, combina planos muy breves: las cámaras deben moverse todo el tiempo para llenar la pantalla con imágenes diferentes y conjurar el salto de canal.

Es en la atención a estas cuatro leyes que reside el éxito de la TV, además de la posibilidad estructural del zapping. El control remoto es un arma de los espectadores que aprietan botones cortando donde los directores de cámara no habían pensado cortar y montando esa imagen trunca con otra imagen trunca, producida por otra cámara, en otro canal o en otro lugar del planeta. El control remoto no ancla a nadie en ninguna parte: es la irreverente sintaxis del sujeto del sueño producido por un inconsciente posmoderno que baraja imágenes planetarias.

El zapping permite enlazar imágenes en lugar de superponerlas, realizar una lectura basada en la subordinación sintáctica y no en la coordinación; nos permite leer como si todas las imágenes-frases estuvieran unidas por “y”, “o”, “ni” o simplemente separadas por puntos.

Entonces, no se trata de un montaje soberano, como quería Eisenstein, sino de la desaparición del montaje, ya que el zapping demuestra que el montaje hogareño, conoce una sola autoridad: el deseo moviendo la mano que pulsa el control remoto. El zapping, como muchos otros fenómenos de la industria cultural, parece una realización de democracia: el montaje autogestionado por el usuario, televidentes productivos, ciudadanos participantes en una escena electrónica pública, espectadores activos en contradicción… sin embargo, la novedad del zapping exagera algo que ya formaba parte de la lógica del medio: hace con mayor intensidad lo que la TV comercial hizo desde un principio: en el núcleo del discurso televisivo siempre hubo zapping como modo de producción de imágenes encadenadas sacando partido de la presencia de más de una cámara en el estudio.

La repetición es uno de los rasgos de la estética televisiva. Como el folletín, repite una estructura, un esquema de personajes, un conjunto pequeño de tipos psicológicos y morales, un sistema de peripecias e incluso un orden de peripecias. La repetición serial, rasgo de la literatura popular, el cine de género, la música campesina, el circo, el melodrama, el folletín es una respuesta obligada por el sistema de producción de la televisión comercial. Los estilos televisivos llevan en las señales un discurso serializado: comedias, dramas, costumbrismo, entretenimientos a un estilo marco: el show, en vez de responder a una tipología de géneros. El show tributa a sus orígenes en las variedades cómicas, musicales, circenses. Planea sobre todas las demás matrices estilísticas: show de noticias, show de reportajes, show de medianoche… El estilo marco funda la televisividad, una condición que debe ser dominada no sólo por los actores sino por todos los que aparecen en pantalla, tiene la importancia de la fotogenia en las décadas clásicas de Hollywood: asegura que las imágenes pertenezcan a un mismo sistema de presentación visual, las homogeiniza y vuelve reconocibles. La televisividad es el fluido que le da su consistencia a la TV y asegura un reconocimiento inmediato por parte de su público.

2) A diferencia del cine, la TV tiene una posibilidad particular: el registro directo unido a la transmisión en directo. Allí las manipulaciones de la imagen, aunque subsisten, no tienen al tiempo como aliado: lo que se ve es literalmente tiempo “real” y, por lo tanto, lo que sucede para la cámara sucede para los espectadores. Todo sucede como si fuera así: el público pasa por alto las posibles intervenciones y la institución televisiva refuerza su credibilidad en el borramiento de cualquier deformación de lo sucedido cuando se recurre al registro directo transmitido en directo. Entonces, se genera una ilusión: lo que veo es lo que es, en el mismo momento en que lo veo: veo lo que va siendo y no lo que ya fue una vez y retransmitido diferidamente; veo el progreso de la existencia y veo el paso del tiempo; veo las cosas como son y no las cosas como fueron: veo sin que nadie me indique cómo debo ver lo que veo, ya que las imágenes de un registro directo transmitido en directo dan la impresión de que no fueron editadas. Veo, entonces, como si estuviera allí. La ilusión de verdad del discurso directo es la más fuerte estrategia de producción, reproducción, presentación y representación de lo real. Hay poquísimas intervenciones y esas intervenciones parecen neutras porque se las considera técnicas. Frente al registro directo se puede pensar que la única autoridad es el ojo de la cámara, anulando un debate de siglos sobre la relación entre el mundo y la representación, estando un lente en las antípodas de la neutralidad. En incluso el más directo de los registros, subsiste la puesta en escena, la cámara sigue eligiendo el encuadre y qué queda fuera de cuadro… la que decide es la ideología y la estética del medio. El registro directo pone al espectador en los ojos de la cámara y nadie tiene que contarle nada porque es como si hubiera estado ahí. Los espectadores reciben lo que han buscado directamente la vida. En el happening: el suceso en su sucederse, la TV construye un modo de representación que amplía y mejora el realismo de otros formatos. En el happening de registro directo en directo se produce la ilusión de que no hay narrador: los personajes se imponen sin filtro de ninguna intermediación institucional televisiva que busca borrar sus marcas.  La verdad de la TV está en el registro directo en directo, no sólo porque ésa sería su novedad técnica, sino porque en ella se funda uno de los argumentos de confiabilidad del medio: frente a los problemas públicos, frente a las instituciones, la TV presenta lo que sucede tal como está sucediendo y en su escena las cosas parecen siempre más verdaderas y más sencillas.

El pacto con el público se apoya en un basismo ideológico: hace sonar la voz de una verdad que todo el mundo puede comprender rápidamente, por eso se presenta como igualitarista. Además, en los nuevos formatos de reality show y programas participativos, es decir, aquellos que son imposibles sin público en el estudio y frente a las cámaras, dan ilusión de participación. Mediante la inclusión de público, llamados telefónicos y no expertos opinando, la TV promete que todos entraremos en cámara alguna vez, porque no existen cualidades específicas sino “acontecimientos” que pueden llevarnos a la TV. Justamente, la TV comercial, vive en el este punto de un imaginario fuertemente igualitarista y nivelador. De todos modos, no nos muestra sólo a nosotros, sino se convertiría en una pesadilla hiperrealista: ella nos muestra a sus astros, seres excepcionales, hablan una lengua familiar y no evitan las banalidades cotidianas: “cultura espejo” de su público mediada por el aura del star-system. Se funda una cultura común, entendida como democratismo televisivo, que permite reconocer a la TV como un espacio mítico, en el que están las estrellas de la sociedad de masas, y, a la vez próximo: el público tutea con las estrellas, tiene acceso a su vida cotidiana… las estrellas y el público navegan en el mismo flujo cultural. Esta comunidad de sentidos refuerza un imaginario igualitarista y, al mismo tiempo, paternalista. La TV reconoce a su público porque necesita de ese reconocimiento para que su público sea efectivamente público suyo.

Sarlo explica que el funcionamiento de la TV contribuye a la erosión de legitimidades tradicionales porque construye a su público para poder reflejarlo y lo refleja para poder construirlo. El mercado audiovisual, que a todos ficcionaliza como iguales, reposa sobre ese pacto que no es necesario a las posibilidades técnicas del medio sino a la ley capitalista de la oferta y la demanda. La relación de fuerzas es tan desigual y tan satisfactoria que nada cambiará salvo que desde afuera se intervenga sobre ella. “Pero, ¿Quién querrá hacerlo en estos tiempos de liberalismo de mercado y populismo sin pueblo?”

3) Hoy, la política es, en la medida en que sea la TV. “El deseo de una sociedad donde las relaciones sean perceptibles inmediatamente a todos sus integrantes, donde la comunicación entre ellos sea siempre sencilla y directa, donde no parezcan necesarios los dispositivos artificiosos de la política, es un deseo anticultural”.
La TV inventó un personaje femenino que sintetizaba hasta la exageración hiperrealista este deseo: Doña Rosa. Para ella, la política deliberativa-institucional es un obstáculo y no un medio. Por eso, ataca a los políticos, desconfiando de sus intenciones y de su existencia misma. Los políticos separarían a los sujetos de la materialización de sus necesidades frente a los deseos de los sujetos que son considerados como naturales. Doña Rosa cree que por pagar los impuestos puede ser juez en la asignación de partidas del presupuesto nacional. Es una concepción fiscalista de la ciudadanía que se contrapone contra toda idea de igualdad: los que más pagan tendría más derechos a reclamar que los que pagan menos; la idea de ciudadanía de Doña Rosa está definida por el uso y no por el ejercicio, está centrada en los derechos y no en los derechos y deberes. Doña Rosa sólo puede vivir en un mundo de política massmediatizada, aborrece la cultura de la discusión parlamentaria porque en el Parlamento hay dilaciones insoportables. Para ella, todos los políticos son siempre corruptos. Hoy es imposible imaginar una política sin TV, la identidad de los políticos se construye en los medios y renuncian a aquello que los constituyó como tales: ser la expresión de una voluntad más amplia que la propia y al mismo tiempo trabajar en la formación de esa voluntad. Sucede que en la política hay poco de inmediato y mucho de construcción e imaginación. Si algunas políticas que son importantes para las amplias mayorías se convierten en objeto solamente massmediático, el sentido de la política y de los políticos no aparecerá evidente para nadie.

4) Los programas enseñan a los espectadores sus leyes de producción. La TV muestra su cocina no solo cuando lleva al público a sus estudios o  lo coloca frente a la cámara para interiorizar, sino que es la forma en que la TV interioriza a su público mostrándole cómo se hace para hacer TV. Lo que comenzó como recurso improvisado de ciertos actores y animadores en una época en la que la mayoría, en cambio, se esforzaba en ocultar las marcas de lo que estaba haciendo y se empeñaba en presentar a la TV como “cosa hecha”, hoy es un rasgo de estilo cuya productividad no se discute. La TV se presenta a sí misma en directo y no quiere borrar las señales de lo que es directo. Es un recurso que ofrece una garantía de transparencia: la autorreflexividad, funciona como una marca de cercanía que hace posible el juego de complicidades entre TV y público. Todos los programas, incluso los grabados, son autorreflexivos. La TV se nos muestra como un proceso de producción y no sólo como resultado. La autorreflexividad promete que el público puede ver las mismas cosas que ven los técnicos, los directores, los actores, las estrellas: nadie manipula lo que se muestra porque toda manipulación puede ser mostrada y de ella puede hablarse. La TV se cuenta sóla y al contarse es sincera.

La cita es utilizada por la TV, todos los espectadores están entrenados por ella para reconocerlas y al hacerlo participan de un placer basado en el lazo cultural que los une como medio: la TV los reconoce como expertos en TV y por eso proporciona esos momentos en los que el saber de los espectadores es fundamental para completar un sentido.

La culminación de la cita es la parodia que hoy se usa como recurso elemental de la comicidad televisiva: programas enteros, todos los días, parodian otros programas, sus títulos, sus programas, los peinados de sus personajes… repiten sus repeticiones.

La cita y la parodia son un plus de sentido. Ambas operaciones deben ser inmediatas porque una cita o una parodia explicada, como un chiste explicado, pierden todo efecto. La TV vive de parodiarse y citarse y así se recicla a sí misma y hace de su propio discurso el único horizonte discursivo.

En el arte, el Pop-Art, copiaba exactamente una lata de sopa lo cual es distinto a parodiar el diseño de la lata de sopa. La copia exacta presenta más problemas estéticos que su deformación porque impugna la idea de que el arte transforma todo lo que toca, además de que en su propia exactitud la copia, representa una ironía. Copiar exactamente implica ejercer un grado de violencia simbólica sobre el objeto.

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