Canclini - "Los paradigmas políticos de la acción cultural, en Políticas culturales en América latina" (1987) - Comunicación II - Cátedra: Mangone Gándara
Canclini - "Los paradigmas políticos de la acción cultural, en Políticas culturales en América latina" (1987) - Comunicación II - Cátedra: Mangone Gándara
El área cultural aparece a menudo como un espacio no
estructurado, en el que coexistirían arbitrariamente instituciones y agentes
personales muy heterogéneos. La falta de interés de los estados y de los
partidos, de derecha e izquierda, deja esta zona de la vida social en manos de
diversos mecenas o librada a las iniciativas de instituciones desconectadas.
Uno de los encuentros que mejor muestra la
fecundidad de estos esfuerzos internacionales de coproducción intelectual fue
el organizado en marzo de 1985, en chile, por el CENECA y CEDES de argentina y
el INTERCOM de Brasil. En la convocatoria se dice que la democratización de los
países del cono sur ofrece a los más diversos actores políticos, intelectuales
y culturales el desafío y la posibilidad de desempeñar un rol activo en el
diseño de marcos orientadores y de políticas culturales, pero esta oportunidad,
semejante a la de la década de los sesenta, se diferencia ahora porque se da
luego de largos gobiernos militares y en un periodo de crisis y replanteamiento
en la matrices teóricas y en los análisis sobre política, democracia, estado,
sociedad y cultura.
Estos cambios en el tratamiento de las políticas
culturales se deben en parte a la crisis de los modelos productivistas, tanto
keynesianos como marxistas, que hasta hace poco regían la planificación del
desarrollo. La incapacidad de las soluciones meramente económicas o políticas
para controlar las contradicciones sociales, las explosiones demográficas y la
depredación ecológica han llevado a científicos y políticos a preguntarse por
las bases culturales de la producción y del poder.
Las evidencias de inviabilidad del modelo
metropolitano en nuestros países, y la crisis de la concepción unilineal de la
historia que lo sustenta, abrieron el espacio científico a nuevas maneras de
ver las funciones sociales y económicas de la cultura. Se presta creciente
atención al papel de las diversidades culturales en el crecimiento económico, a
la solidaridad étnica o religiosa como recurso de cohesión social, y a las técnicas
de producción y los hábitos de consumo tradicionales como base de formas
alternativas de desarrollo.
Entenderemos por políticas culturales el conjunto de
intervenciones realizadas por el estado, las instituciones civiles y los grupos
comunitarios organizados a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer
las necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de
orden o de transformación social.
Los paradigmas políticos de la acción cultural en
relación con los agentes sociales que los sustentan, con sus modos de
estructurar la relación entre política y cultura y con su concepción del
desarrollo cultural:
El mecenazgo liberal
La primera forma de promoción moderna de la cultura,
sobre todo en la literatura y en las artes, es el mecenazgo. El mecenazgo
moderno impone menos indicaciones precisas sobre el contenido y el estilo del
arte porque la burguesía no exige relaciones de dependencia y fidelidad
extremas al modo de los señores feudales. Su protectorado se guía por la
estética elitista de las bellas artes, y por eso mismo establece los vínculos
entre mecenas y artistas según los ideales de gratuidad y libre creación.
El desarrollo de la cultura no es visto como una
cuestión colectiva sino como el resultado de relaciones individuales, es una
decisión personal la de financiar ciertos gastos culturales y elegir a quien se
dará el dinero, y se supone también que la creación artística y literaria es un
acto de individuos aislados. Si bien esta promoción del arte toma en cuenta a
veces la difusión a un público amplio,
subvencionando bienales o publicaciones, es mas para reubicar la acción
mecenal en la dimensión masiva de la cultura contemporánea que por un real
intento de responder a demandas sociales.
Suele reducirse a la alta cultura y no pretende
fijar estrategias globales para resolver los problemas del desarrollo cultural.
Sin embargo, consideramos al mecenazgo una forma de política cultural porque ha
servido y sirve en varios países para normar las relaciones en este campo,
distribuir fondos importantes, establecer líneas prioritarias de crecimiento y
desestimar otras.
El tradicionalismo patrimonialista
Esta posición ha surgido especialmente en los
estados oligárquicos y en los movimientos nacionalistas de derecha. Define a la
nación como un conjunto de individuos unidos por lazos naturales, el espacio
geográfico, la raza, e irracionales, el amor a una misma tierra, la religión,
sin tomar en cuenta las diferencias sociales entre los miembros de cada nación.
Se olvidan los conflictos en medio de los cuales se formaron las tradiciones
nacionales y se los narra legendariamente como simples tramites arcaicos para
configurar instituciones y relaciones sociales que garantizarían de una vez
para siempre la esencia de la nación, la iglesia, el ejercito, la familia, la
propiedad. Este discurso arcaizante ha encontrado la forma de insertarse en
algunos movimientos populares. En Argentina fue elaborado originariamente por
figuras como Lugones e Irazusta.
El estatismo populista
Hay otra concepción sustancialista de la cultura.
Para ella la identidad no esta contenida en la raza, ni en un paquete de
virtudes geográficas, ni en el pasado o la tradición. Se aloja en el estado.
Como consecuencia de proceso de independencia o revolución, el estado aparece
como el lugar en que se condensaron los valores nacionales, el orden que reúne
las partes de la sociedad y regula sus conflictos.
Para esta concepción lo nacional reside en el estado
y no en el pueblo, porque este es aludido como destinatario de la acción del
gobierno, convocado a adherirse a ella, pero no reconocido efectivamente como
fuente y justificación de esos actos al punto de someterlos a su libre
aprobación o rectificación. También suele recurrirse al origen étnico o al
orgullo histórico para reforzar la afirmación nacional, por lo cual esta
corriente y el control de la identidad nacional no se derivan mecánicamente del
pasado sino de la cohesión presente tal como el estado la representa.
La política cultural de esta tendencia identifica la
continuidad de lo nacional con la preservación del estado. Promueve, las
actividades capaces de cohesionar al pueblo y a algunos sectores de la
burguesía nacional contra la oligarquía. Esta política favoreció en el primer
gobierno peronista un desarrollo inusitado de la cultura subalterna y generó una industria cultural bajo la protección del estado, política nacional de
radiodifusión, creación de estudios de cine que por primera vez legitimó y
divulgó masivamente muchos temas y personajes populares.
Al no cuestionar las estructuras ideológicas de la
dominación, los programas de democratización educativa y reivindicación de la
cultura popular emprendidos por los gobiernos peronistas quedaron a mitad de
camino. Su caracterización chovinista de los popular y lo nacional, explicable
en el primer gobierno de Perón como la ideología que acompañaba la política de
sustitución de importaciones, hizo rechazar en bloque lo extranjero y encumbrar
indiferenciadamente los temas y el lenguaje del pueblo mezclando lo reaccionario
y lo progresista, los intereses de los oprimidos y los de la industria
cultural. El peronismo atenuó el desigual acceso al arte y el saber, al
facilitar el ingreso a la educación media y superior a todo tipo de
espectáculos y productos culturales masivos. Pero esta expansión cuantitativa,
lo mismo que el distribucionismo económico, no modificó las causas
estructurales de la desigualdad, ni fue acompañada por una reelaboración
critica de los hábitos culturales del pueblo.
La privatización neoconservadora
La corriente hegemónica en la actualidad es la que
desarrolla una política coherente con la reorganización monetarista de las
sociedades latinoamericanas. Las tendencias que buscaron expandir el papel del
estado en la cultura estuvieron asociadas a regímenes nacionalistas o
desarrollistas que impulsaron cierto crecimiento autónomo y redistribución de
la riqueza, esta constante se observa en países y procesos tan dispares como en
varios gobiernos mexicanos, los dos primeros del peronismo, el periodo de Velasco
en Perú y el de la Unidad
popular en Chile.
A mediados de los setenta la crisis económica
internacional y las dificultades internas de los gobiernos democráticos fueron
ahogando las expectativas desarrollistas y socializantes. Para enfrentar la
crisis, las corrientes neoconservadoras reorganizan el modelo de acumulación,
eliminan las áreas ineficientes del capital y buscan una recuperación de la
tasa de ganancia mediante la concentración monopólica de la producción y su
adecuación al capital financiero transnacional. Simultáneamente se restringe el
gasto público en servicios sociales, entre ellos, el financiamiento de
programas educativos y culturales, y las inversiones para investigación
científica, sobre todo si no dan resultados inmediatamente utilizables para el
desarrollo tecnológico en las áreas priorizadas por la política monetarista.
El objetivo clave de la doctrina neoconservadora en
la cultura es fundar nuevas relaciones ideológicas entre las clases y un nuevo
consenso que ocupe el espacio semivacío que ha provocado la crisis de los
proyectos oligárquicos de los proyectos populistas y de los proyectos
socialistas de los años sesenta y setenta. Para lograrlo, los principales
recursos son transferir a las empresas privadas la iniciativa cultural, disminuir
la del estado y controlar la de los sectores populares.
Los estados autoritarios aplican más enérgicamente
la propuesta monetarista de reducir el apoyo estatal a la promoción pública de
la cultura en beneficio de la apropiación privada. Desinteresados del consenso
masivo, y habiendo suspendido o restringido a la actividad política, dejan que
la iniciativa privada sustituya al estado, a los partidos y organizaciones
populares en la restructuración de la identidad cotidiana, de los sistemas de
reconocimiento, prestigio y diferenciación simbólica entre las clases.
Otra consecuencia de los regímenes autoritarios, que
contribuye a la transnacionalización y privatización de la cultura, es la
supresión de la autonomía del campo simbólico. Cerrado el juego plural en las
escuelas y las editoriales, en las prensas y la tv, en todas las instancias de
elaboración ideológica y mediación política, las instituciones nacionales
pierden formas culturales propias y de representar las demandas sociales. Esta
reducción de los espacios públicos de debate se refuerza con las tendencias
privatistas, dominantes en la vida cotidiana que rearticulan la existencia
social en torno al hogar. El campo cultural así despolitizado, congelado bajo
el control militar o administrativo, cede su espacio a la reorganización
empresarial.
Los paradigmas anteriores desaparecen. Son
reordenados en función del nuevo proceso. La intervención creciente de las
empresas en el funcionamiento y orientación de actividades culturales lleva a
algunas de ella a convertirse en mecenas. La reducción de los fondos públicos y
las exigencias de productividad impuestas por la tecnocracia monetarista en
todas las áreas, lleva a los estados a reducir las acciones no rentables y los
eventos que no se autofinancien y concentra la política cultural en la
promoción de grandes espectáculos de interés masivo.
La democratización cultural
Este paradigma concibe la política cultural como un
programa de distribución y popularización del arte, el conocimiento científico
y las demás formas de alta cultura. Su hipótesis básica es que una mejor
difusión corregirá las desigualdades en el acceso a los bienes simbólicos.
Encontramos el origen de este modelo en América Latina en los programas
educativos y artísticos desplegados masivamente en México después de la
revolución.
El éxito de este paradigma ha sido hasta ahora mas
retórico que práctico. Se declara en incontables discursos de gobernantes,
organismos nacionales e internacionales que el derecho a la cultura debe ser
activamente respetado, como uno de los derechos del hombre, desarrollando
programas de vasta difusión, facilitando el acceso a las instituciones
educativas y artísticas. Las publicaciones y resoluciones de la UNESCO demuestran que esta
doctrina fue la base de su tarea durante los años sesenta y parte de los
setenta. Su repercusión se prolonga hasta nuestros días, aunque se ha
sofisticado incorporando propuestas renovadoras.
Se sugiere descentralizar permanentemente los
servicios culturales, emplear los medios de comunicación masiva para difundir
el arte y usar recursos didácticos y de animación a fin de interesar a nuevos
públicos.
En los años recientes se viene cumpliendo en varios
países europeos y latinoamericanos un sustancioso debate sobre este paradigma.
Dos críticas son las mas extendidas. La primera dice que la democratización,
cuando consiste solo en divulgar la alta cultural, implica una definición
elitista del patrimonio simbólico, su valoración unilateral por el estado o los
sectores hegemónicos y la imposición paternalista al resto de la población. La otra objeción se refiere a que el
distribucionismo cultural ataca los efectos de la desigualdad entre las clases,
pero no cambia radicalmente las formas de producción y consumo de bienes
simbólicos. Lo confirma el hecho de que, aun en las ciudades con mayor número
de público en los eventos culturales, esas cifras siguen representando a una
minoría procedente de los sectores medios y altos, con educación superior.
También la pérdida del poder adquisitivo de los salarios
obstaculiza el acceso a la cultura, aun en sectores habituados a ir al teatro y
a conciertos o a comprar discos y libros.
La democracia participativa
Las críticas a la democratización difusionista han
llevado a formular un paradigma alternativo. A diferencia de las posiciones
unidimensionales y elitistas que sostienen los paradigmas mecenal,
tradicionalista, estatal y privatizante, e incluso se infiltran en el modelo
democratizador, esta concepción defiende la coexistencia de múltiples culturas
en una misma sociedad, propicia su desarrollo autónomo y relaciones
igualitarias de participación de cada individuo en cada cultura y de cada
cultura respecto de las demás. Puesto que no hay una sola cultura legitima, la
política cultural no debe dedicarse a difundir solo la hegemónica sino a
promover el desarrollo de todas las que sean representativas de los grupos
que componen una sociedad.
Otros dos rasgos que también distinguen a este
paradigma del anterior es que no se limita a acciones puntuales, sino que se
ocupa de la acción cultural con un sentido continuo y no reduce la cultura a lo
discursivo o lo estético, pues busca estimular la acción colectiva a través de
una participación organizada, autogestionaria, reuniendo las iniciativas mas
diversas. Además de transmitir conocimientos y desarrollar la sensibilidad,
procura mejorar las condiciones sociales para desenvolver la creatividad
colectiva. Bajo los dos postulados básicos de esta posición, pluralidad y
desarrollo libre de cada cultura, hallamos a sectores heterogéneos.
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