SARLO, B - “Políticas culturales. Hoy, los medios audiovisuales” - Comunicación II - Cátedara: Gándara Mangone
SARLO, Beatriz
“Políticas
culturales. Hoy, los medios audiovisuales” en La ciudad futura
Hace algunas semanas leímos en los
diarios dos noticias entre las que no se establecía ninguna vinculación. Pero cuya importancia reside precisamente en
lo que las une. Por un lado, como ya es sabido, ATC canal 7 figuraba en el
cuarto puesto de las mediciones mensuales de audiencia, después de los tres grandes canales privados.
Por otro, el ministerio de economía
había destinado a subsidiar a ATC la suma de 12 millones de pesos del
presupuesto de 1994, un auxilio ciertamente esplendido.
El caso ATC es un buen punto de
partida para prensar el tema que la ciudad futura me ha propuesto. Imaginemos
dos situaciones diferentes:
- En la primera, ATC recibe los 12
millones de pesos de subsidio estatal y también figura cuarto entre los canales
de aire. Pero, en cambio, su programación es
verdaderamente original, ha abandonado el seguidismo torpe de las peores
tendencias del mercado televisivo, ha implantado el principio del pluralismo
ideológico en sus programas y ha presentado más información diversificada, social
y territorialmente. En esta situación imaginaria, ATC sigue sin autofinanciarse
pero logra ser un canal intelectual, formal e ideológicamente respetable.
-En la segunda situación hipotética,
ATC no ha recibido los 12 millones de pesos del presupuesto nacional. Ha
logrado, sin embargo, autofinanciar su programación con éxito, tanto en la captación de
publicidad como en la captación de audiencia. Es uno mas dentro del mercado de
bienes simbólicos, ofreciendo una variante de sus mercancías y algunos
servicios suplementarios sin mayor desequilibrio para las finanzas públicas.
Esta segunda hipótesis tiene, a su vez, dos alternativas:
1. El canal público sigue
siendo un botín para los amigos del gobierno
2. El canal público, aunque regido
totalmente por la lógica comercial, se
esfuerza por regular la propaganda gubernamental e introducir un relativo
pluralismo.
Lo que la realidad presenta es otra
cosa: un canal estatal que compite en el
mercado, con la estética del mercado en sus peores versiones y que, al mismo
tiempo no obtiene en el mercado resultados que justifiquen ese servilismo
combinado con el fracaso económico. Este resultado puede ayudarnos a pensar
algunas cuestiones que están en el centro de un debate sobre políticas
culturales. Si se las define desde el estado, la Argentina todavía
conserva dos medios tecnológicamente poderosos que pueden transformarse, en
verdaderos laboratorios de alternativas culturales y difusión pluralista. Me
refiero a ATC y Radio Nacional. Ambos medios alcanzan una cobertura casi total
del territorio y cuentan con recursos técnicos razonablemente actualizados.
¿Por qué
comenzar acá cuando lo que se me propone es una reflexión sobre políticas
culturales?
Vivimos en un mundo que ha sido
completamente reorganizado por los medios audiovisuales; ellos compiten con las
instituciones culturales públicas o privadas (y también con la institución
escolar) en condiciones que convierten a la tv en el Gran Bureau Educativo de
la república.
El cable, con una mayor oferta de
programación, información y opciones diferenciadas, no logra expulsar de su
lugar central a la televisión de aire que da el tono de la estética y la
ideología televisivas.
Ninguna política de Estado debería
plantearse la competencia con los canales de aire (el Estado no está para hacer
lo que los actores privados).
Por el contrario, desde el estado una
política cultural debería plantearse por lo menos tres objetivos:
En primer
lugar, la creación de un espacio
independiente del gobierno, que subraye la naturaleza estatal- pública de ATC y
Radio Nacional (y, en consecuencia, su colocación al servicio de interés
generales no partidarios). Deberá
buscarse la formula de un nuevo marco institucional de funcionamiento de
estos medios estatales que asegure el
control por parte de todos los partidos políticos pero, de ningún modo, el
loteo político de su administración.
En segundo lugar, deberá garantizarse el pluralismo
informativo, que contemple no solo posiciones diferenciadas y opuestas sino
también el ideal de un nuevo tipo de espacio donde las complejidades de las
opciones políticas puedan desplegarse ante los ciudadanos.
En tercer lugar, dentro de una
estrategia global donde el Estado debe enfrentar aquellas tareas que los
actores privados no cubren por razones de rentabilidad, ausencia de iniciativa
o riesgo empresario, los medios estatales son el espacio donde una cultura de
innovación formal, investigación intelectual, densidad semántica, debate
valorativo e intensidad estética encuentre posibilidades de despliegue. El Estado no debe hacer (mal) lo que ya
hacen los privados en una competencia feroz, por el contrario, debe plantearse adecuadamente una política
cultural de desarrollos diferenciados que por sus riesgos comerciales, sus
exigencias estéticas o su complejidad de ideas, los medios privados no
practican precisamente porque no la encuentran favorable a sus intereses.
Pueden hipotetizarse diferentes
consecuencias. Por un lado, que los medios audiovisuales estatales sigan
requiriendo un subsidio equivalente o incluso mayor que el que hoy recibe la
pandilla menemista. Por el otro lado, que sigan manteniendo un nivel de
audiencia muy inferior al de los medios privados. Ambas consecuencias deben ser
encaradas con un criterio de servicio público, cualitativo y atento a las repercusiones
en el mediano plazo y no en la estricta coyuntura del balance contable o el
rating.
La existencia de una tv y una radio
diferentes pueden potenciar no solo el polo de la audiencia (que tendrá mayores
alternativas de elección), sino también el polo de la producción de nuevas
formas discursivas, alternativas diferentes de procesamiento de la información.
La producción audiovisual necesita o
de mecenas que hasta el momento no parecen dispuestos a encarar esa generosa
tarea o de instituciones públicas en cuyo marco pueda realizarse verdaderas
movidas culturales.
Una política como la sugerida
permitiría colocar a la audiencia frente a una posibilidad más amplia de
opciones tanto en el campo ideológico como en el estético; respetaría la
diversidad territorial y cultural Argentina y, sin garantizar el éxito de
público. Abriría la posibilidad de garantizar el pluralismo de ideas, valores e
intereses.
En el período actual, privatizados los
grandes canales, no existe una política cultural que se plantee actuar de
manera dinámica, decidida, audaz y organizada.
Un tema tradicional de las políticas
culturales, el de la cultura popular, hoy no puede ser encarado lejos del
espacio audiovisual. Dos áreas son fundamentales si se quiere intervenir en un
sentido democrático y en una ampliación de las oportunidades y reparación de
las desigualdades: la escuela, como
institución formal de producción de capacidades y la esfera audiovisual como
espacio hegemónico del tiempo libre.
Una intervención progresista en el
plano de la cultura combinará estrategias: deberá colaborar en la repuesta de
la crisis de las instituciones escolares, ofrecer una alternativa pluralista en
el espacio audiovisual que sea un balance a las tendencias de un mercado
salvaje y abrir oportunidades productivas en aquellas prácticas que no pueden
encontrar en las relaciones mercantiles la base suficiente para desplegarse de
manera original.
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