Lobato – Los trabajadores en la era del progreso - Historia Social Argentina y Latinoamericana - Cátedra: López
Lobato – Los trabajadores en la era del progreso
PRIMERA ETAPA – 1880 a 1916
Luego de ver el análisis que realizan Ansaldi, Chiaramonte, Oszlak, Rock
y Rofman y Romero, es pertinente analizar el texto de Lobato, que analiza el
surgimiento del movimiento obrero luego de la consolidación del Estado nacional
argentino y la economía agroexportadora de expansión hacia afuera. La
estabilización social y política del estado unificado y el comienzo del
desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas en el país hicieron
necesarias ciertas transformaciones. Además del ingreso de capitales
extranjeros, llegaron al país millones de inmigrantes, trabajadores libres que
vinieron como mano de obra a “hacerse la América”, que tanto prometía. Era
común la falta de brazos pero el exceso de vagos, como afirmaban los sectores
dominantes. El peón rural no tenía la disciplina requerida y era más propenso a
vivir de la caza furtiva y el campo. La inmigración seria, entonces, la
solución a la “baja calidad” de la mano de obra local, con su capacidad para
transformar las costumbres. Además, el rápido crecimiento de la economía
requería un número demasiado elevado de trabajadores que el crecimiento
demográfico local no podía satisfacer. Por eso, ante la escasez de mano de obra
local tanto cuantitativa como cualitativa, según los estándares de progreso que
imponía la sociedad occidental, el gobierno alentó una serie de medidas a
mediano y largo plazo, como promesas de ascenso social, leyes contra vagos,
etc., que permitió asegurarle a los sectores terratenientes una oferta de mano de obra regular,
disciplinada y dispuesta al empleo asalariado. Según Lobato, la argentina
moderna se conformo en el plano del trabajo con los inmigrantes.
La complejización de la economía tuvo su correlato, entonces, en la complejización
del mercado laboral con la incorporación de millones de trabajadores a ocupaciones
antes inexistentes. Empleados en el sector primario su mayoría, muchos en los
crecientes sectores secundarios y terciarios de las urbes en desarrollo (de
acuerdo a la complejización de las necesidades y la realización de obras de
infraestructura). También se modifico la distribución espacial del trabajo ya
que la mayoría de esos inmigrantes se estableció en la ciudad.
Sin embargo, uno de los fenómenos más importantes fue la complejización de las condiciones de
trabajo. Hacia fines del siglo XIX, existían pésimas condiciones de trabajo
en Buenos Aires y el resto de las provincias, descripto como un sistema bárbaro de esclavitud por los
mismos observadores de la época, con el fin de mantener bajos los costos de
producción. La ley de descanso dominical era recurrentemente violada, la
seguridad no estaba garantizada, los obreros no tenían capacitación, etc. Desde
ese momento, los trabajadores comenzaron a reclamar por mejoras en las
condiciones: jornada laboral de 8 hs, mejores condiciones de higiene,
protección contra accidentes y enfermedades, protección para las mujeres y
niños, etc.
Uno de los aspectos que resalta Lobato como paradójico de la historia
argentina es la debilidad del conflicto
obrero rural y la distinción, por el contrario, de los conflictos del mundo
urbano, en un país basado en una economía rural. La heterogeneidad de las
actividades, las diferentes condiciones según la región y la rama y el carácter
itinerante o ambulante de los obreros eran cuestiones claves para explicar los límites
de la organización del movimiento obrero rural. “En el trabajo rural los conflictos se manifestaban de diversas maneras
así como se contraponían intereses de múltiples actores que, por otra parte,
iban cambiando en cada coyuntura. Colonos contra las autoridades, arrendatarios
versus propietarios de tierras y empresarios colonizadores, estibadores y
carreros contra acopiadores, peones enfrentados a arrendatarios y propietarios.
Diversos contendientes fueron desdibujando la oposición que podía
materializarse contra los dueños de grandes propiedades”. Además, muchas de
las tensiones tenían que ver más con la incertidumbre de los cambios y la
rapidez de la modernización que con cuestiones obreras.
Distinto al movimiento obrero rural fue el de los trabajadores urbanos. Desde fines del siglo XIX comenzaron a
organizarse para lograr una serie de reivindicaciones propias de la época y se
expansión comenzó a atemorizar a las clases dirigentes. Muchos obreros que
comenzaban a protestar y a llevar a cabo huelgas (principal herramienta de la
lucha obrera) como los ferroviarios y los portuarios, eran claves para la
economía agroexportadora y podían llegar a paralizarla si no llegaban a un
acuerdo con los propietarios.
Según Lobato, la principal forma de organización obrera urbana fueron
los gremios, donde
trabajadores de una misma actividad se reunían, voluntariamente y con aporte de
fondos, para defender sus intereses. Fue muy común, sobre todo luego de 1901,
la formación de federaciones obreras,
que nucleaban a varios gremios de distintas actividades para unificar su poder.
En el periodo 1880-1916 se constituyeron los primeros gremios y las
primeras federaciones (UGT socialista, CORA sindicalista, FORA anarquista y la
FORA sindicalista), que aumentaron considerablemente luego de la crisis de 1890
y comenzaron con la organización de un movimiento obrero fuerte y con
conciencia de clase. “…se constituyo un contrapúblico subalterno de
clase obrera que con sus organizaciones, prensa y manifestaciones compitieron,
se opusieron y negociaron con el publico burgués y el Estado”. Uno de
los principales medios de difusión de las ideas de estas organizaciones, pero
también de cohesión y construcción de conciencia de clase fue la prensa.
Una de las cuestiones más importantes para el movimiento obrero
organizado de esa época era la mantención de la autonomía de las organizaciones gremiales de los partidos políticos.
Esto se debe a que la fuerza política más fuerte de la época eran los anarquistas (no lo socialistas ni los
sindicalistas), que no bregaban por el control del poder político sino más bien
por la revolución social. Se desplegaban verdaderas batallas por la
representación de un gremio entre socialistas,
anarquistas y sindicalistas, cada uno con diferentes concepciones de la
actividad parlamentaria, la necesidad de alcanzar el poder político, el papel
de las huelgas, las relaciones con el Estado, etc. (explicado por Del Campo). Lobato
afirma que esa autonomía se mantuvo hasta la llegada del peronismo, “…cuando los trabajadores ofrendaron su
autonomía a un coronel burgués…”. Del Campo, por el contrario, complejiza más
esta cuestión: habla de una pérdida progresiva de autonomía, aumento de la
relación con partidos políticos y el Estado y va más allá de las hipótesis
maniqueas del líder carismático y habla de una determinación mutua entre
gremios y peronismo.
Según la autora, la principal herramienta del movimiento obrero era la
huelga ya que tenía profundos
efectos simbólicos: no solo demostraba la cohesión del grupo, su conciencia de
clase, sino que también demostraba la ruptura de un orden que se creía normal.
Se recurrió tanto a huelgas parciales como a huelgas generales y uno de los
principales motivos de la protesta era la solidaridad
contra la represión policial, en apoyo a otros conflictos, contra leyes
coercitivas, etc. Estos movimientos tenían más éxito cuando eran llevados
adelante o apoyados por gremios directamente relacionados con la economía
agroexportadora, quienes tenían mayor poder para reclamar ya que de su
actividad dependía la continuidad misma de la producción y el comercio.
Al igual que Miguel Del Campo, Lobato afirma que la relación del
movimiento obrero con el Estado fue de gran tensión. Este último recurrió a la
represión y la violencia para tratar de controlarlo, es decir que lo entendía
como un problema policial, no
social. Sin embargo, la extensión y expansión constante de los conflictos
obligaron pronto a la clase dirigente a darse cuenta que debían hacer ciertas
concesiones para lograr mantenerse en el poder. El conflicto obrero comenzaba a
hacer visible las contradicciones del desarrollo capitalista y del “orden”
establecido por el estado nacional. “Las
acciones protagonizadas por los trabajadores… alteraron la idea de orden, que
fue un elemento central de la organización y constitución del Estado nacional.
Las huelgas en primer lugar, los boicots y las manifestaciones pusieron en la
mesa los nuevos problemas que el Estado debía resolver”.
Para Lobato, el movimiento obrero organizado tenía una conciencia de clase clara y sus acciones
iban dirigidas a la crítica de las exclusiones sociales, económicas y políticas
que sufrían cotidianamente. Sin embargo, sus reclamos eran limitados a la hora
de establecer una democracia más representativa y participativa ya que mientras
los socialistas tenían un acceso limitado al parlamento, los anarquistas
descreían tanto de este como de la democracia representativa misma y sus
conflictos al interior del movimiento impedían llegar un acuerdo.
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