Radicalismo
Se debe ubicar el origen del radicalismo en un movimiento de diversos sectores de la elite que se vieron
excluidos de la vida política por el gobierno de Juárez Celman (“Políticos en disponibilidad”),
excluidos de cargos públicos y del acceso al patronazgo estatal. Para Rock, el
surgimiento del radicalismo es la expresión de la imposibilidad de Juárez
Celman de mantener el consenso necesario entre los sectores dominantes,
necesario para la mantención del orden oligárquico y del MAE.
En tanto miembros de la elite, entonces, no querían llevar adelante
una transformación de la estructura económica ni una reforma de las relaciones
de producción. Las bases del MAE nunca estuvieron bajo cuestión. Por el
contrario, querían proteger los intereses de la fracción de la elite a la que
representaban, que estaba siendo desplazada de los beneficios de los que
tradicionalmente había gozado.
Lo novedoso de la UC (luego UCR) era que por primera vez se intentaba movilizar políticamente a los sectores
urbanos y capitalizar su apoyo. “Aunque
cuando la depresión estuvo en su apogeo mucho publico asistía a sus asambleas,
y en el momento en que Juárez Celman dimitió hubo un estallido de júbilo, en el
alzamiento de 1890 la combatividad popular fue escasa. La decepción con
respecto al gobierno parecía más una expresión efímera de la crisis económica más
que una demanda autónoma en pro de los cambios institucionales que la UC prometía”
(Rock).
Si bien la revolución del ’90 no logro derrocar al gobierno, logro la
renuncia de Juárez Celman y la revisión
de la distribución del poder dentro de la elite. La UC pacto con el nuevo
gobierno y recupero ciertos espacios de poder, lo que provoco su propia ruptura.
Nació la UCR de los grupos de la elite que todavía seguían excluidos y seguían
carentes de poder.
“A despecho de su
pronunciamiento a favor de la democracia representativa, el radicalismo siguió
siendo en muchos aspectos un partido tradicional que procuraba apoderarse del
Estado para recompensar a sus adictos” (Rock). Tienen un carácter netamente
reformista. La oligarquía logro mantener el orden ofreciéndoles a algunos
miembros de la UC cargos públicos.
En los años sucesivos, hasta 1905, si bien la UCR llevo adelante
algunas medidas en contra de la oligarquía, como el golpe de Estado organizado
por Yrigoyen, no lograron modificar nada. Lo que si sucedió es que le dejaron
en claro a los grupos en el poder que existía una fuerza en proceso de
constitución a la cual debían temer porque introducía en la agenda política
temas que antes eran ajenos a la política argentina. Hasta la sanción de la Ley
Sáenz Peña en 1912, sus filas no dejaron de expandirse especialmente entre los
sectores de clase media urbanos. La oligarquía en el poder cerraba los caminos
para la búsqueda de la riqueza y la posición social a los que estaba
acostumbrada la clase media, como el acceso a la educación universitaria y a
los puestos en la administración pública. Quince años atrás “Alem había actuado antes de que esta tensa
situación alcanzara un punto crítico, y su pedido de apoyo estuvo dirigido a
los grupos criollos de Buenos Aires, mientras que Yrigoyen se dirigió a los
argentinos hijos de inmigrantes, empleados en su mayoría en el sector
terciario. El gobierno representativo cobro atractivo para estos grupos, que
acusaban a la elite criolla de sus dificultades para ascender en la escala
social…” (Rock).
Una de las principales características del radicalismo era que no dejaban explicito ningún programa político
ni se ataban a ningún interés sectorial en tanto procuraban ganar adeptos sin
importar su procedencia ideológica, sin distinción, sin importar su clase o la
región. Su vaguedad, entonces, termino siendo una ventaja debido a que les
permitió, mediante proclamas moralistas y heroicas, conquistar a diversas
fracciones de la sociedad.
A partir de 1912 comenzó una intensa organización partidaria: Yrigoyen
realizó acuerdos con los terratenientes de provincia y sus seguidores y, en las
ciudades, conformó un sistema de
caudillos de barrio, de patronazgo a través de comités, que le sirvió a la
hora de conseguir votos dentro de la clase media. Los caudillos, que generalmente
resultaban electos presidentes de los
comités, utilizaban su posición para retribuir a los votantes con cargos
políticos, más bien simbólicos, lo cual aumentaba considerablemente el número
de adherentes (en especial de clase media, como ya dijimos, tradicionalmente
dependiente y clientelista). “Junto con
el cura de la parroquia, el caudillo de barrio se convirtió (sobre todo en la
ciudad de Buenos Aires) en la figura más poderosa del vecindario y el eje en
torno del cual giraba la fuerza política y popularidad del radicalismo” (Rock).
El comité les servía a los radicales para procesar las exigencias de
sus votantes y para tener una gran penetración de su aparato partidario. Según
Rock, la organización del partido sustituyo a un programa político inexistente
y le permitió al radicalismo absorber las diferencias entre terratenientes (que
todavía controlaban el partido) y la clase media. “…era un movimiento de masas
manejado por grupos de alta posición social más que un movimiento de origen
popular que operara impulsado por las presiones de las bases”. La idea era transmitir a los grupos
urbanos que se daría una justa división de la riqueza en lugar de cambios
novedosos y profundos en la estructura social derivada de la economía
agroexportadora. No defendían la reforma agraria ni el desarrollo industrial
sino más bien una estructura
institucional diferente, que permitiera absorber los reclamos de los
consumidores urbanos y otorgarles favores oficiales. En este sentido, los
radicales eran reformistas pero tradicionalistas
y encaraban una reforma del Estado para que adoptara medidas más paternalistas. A la par que le daban a
la clase ciertas oportunidades de ascenso social, preservaban la hegemonía de
los terratenientes.
LEY SAEN PEÑA
Ese carácter casi omnipresente y conciliador de clase del radicalismo
fue el que le dio el triunfo en las elecciones de 1916.
Pese a los conflictos al interior del partido entre las distintas
fracciones, la UCR era muy similar a la alianza que la oligarquía había querido
realizar entre los terratenientes y las clases urbanas para mantenerse en el
poder. Ambas fracciones estaban unidas por un acuerdo tácito: la oligarquía
aceptaba la participación de los sectores medios mientras las bases mismas de
su poder no fuesen cuestionadas. La dependencia del capital extranjero y la
estructura agraria de la economía nunca fue, para los radicales, un eje en
cuestión. Los terratenientes querían medidas conservadoras y estabilidad
política para seguir con sus negocios, por eso se mostraron dispuestos a
ampliar el acceso, por ejemplo a universidades, a la participación política
(ley Sáenz Peña) y a diversos cargos públicos. “El triunfo del radicalismo (…) no implico, empero, una alteración real
en los fundamentos del poder. La oligarquía, que había visto desgastarse
aceleradamente el consenso de que gozo durante el fin de siglo, cedió el gobierno a un partido que contaba
con amplio apoyo popular pero que, por sus mismas características, no aspiraba
a modificar los elementos básicos del poder, que permanecieron en manos de
los viejos sectores” (Rofman y Romero).
No representaba un peligro fundamental para la elite, quien creía que la
oposición se disiparía haciendo algunas concesiones políticas.
RADICALISMO Y MOVIMIENTO OBRERO
Antes de llegar al poder, el radicalismo no hacia demasiada referencia
al conflicto obrero más que para tener una excusa más para criticar la política
oligárquica.
Una vez en el poder, comienza a oficiar de mediador entre el
movimiento obrero y las clases propietarias con fines puramente electoralistas
en vistas de ganar la mayoría en el Congreso. Apoyando a los trabajadores les
permitiría disputarle los votantes al partido socialista en la capital. Si bien
intentaron aunque sin éxito aplicar la tradicional política paternalista/clientelística,
si dieron cuenta pronto que esta no tenia penetración en el movimiento obrero
organizado. En un contexto de depresión postguerra y de creciente inflación, el
radicalismo comienza a entablar relaciones cada vez más estrechas con los sindicatos.
En concordancia con lo que afirma Del Campo, Rock asegura que este acercamiento
nunca hubiese sido posible de prevalecer la corriente sindicalista al mando del
movimiento.
VER PAGINA 41 y 42
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