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Murmis y Portantiero - Historia Social Argentina y Latinoamericana - Cátedra: López

Murmis y Portantiero – movimiento obrero

El texto de Murmis y Portantiero se inscribe en un debate que intenta explicar cómo y por qué la clase obrera en América latina apoya a los modelos nacionales populares o populistas.
Los autores comienzan su análisis poniendo en evidencia a la teoría clásica, bien representada por Gino Germani, que afirma que ese comportamiento responde a una "desviación" del esperado de la clase obrera. En lugar de apoyar un movimiento específico de clase, de orientación de izquierda o revolucionario, en defensa de su autonomía en relación a las elites políticas, termina apoyando movimientos "fascistas", ajenos en sus propósitos al movimiento obrero. 
Según ese modelo clásico, ese comportamiento se explica por la existencia de una fractura de la clase trabajadora, una división entre obreros viejos y nuevos, propia de los países latinoamericanos que se industrializan de manera tardía y acelerada. Mientras los obreros viejos se comportarían como es esperable de la clase obrera, según ese modelo clásico, los nuevos mostrarían actitudes desviadas
Los viejos, inmigrantes europeos, en su mayoría, tendrían ya experiencia en el trabajo industrial, una mayor conciencia de clase y una tradición de organización y búsqueda de autonomía y, por ello, rechazarían a los gobiernos populistas, autoritarios y ajenos a sus intereses de clase.
Por el contrario, los nuevos obreros, migrantes internos, incorporados tardíamente en nuevas industrias y en la vida urbana, luego de la industrialización posterior a 1930, no tendrían una conciencia de clase ni una tradición de organización. Estos, aparentemente, no tuvieron la posibilidad (el tiempo) de adquirir esa conciencia y organizarse en sindicatos y partidos, lo que provocó, por lo tanto, que mantuvieran su tradicionalismo rural (caudillismo, autoridad paternalista) y, que quedaran en disponibilidad para ser cooptados por otros movimientos. Esto provocaría que los obreros nuevos "...se transformen en masas "desplazadas" y por lo tanto "disponibles" para su manipulación por una elite".  En este sentido, la teoría clásica afirmaría que el apoyo de la clase trabajadora al populismo (peronismo, varguismo) es el resultado de su alienación y la manipulación de un líder carismático, que daría origen a un comportamiento irracional
La teoría clásica afirma que existen diferencias entre ambos tipos de obreros, en relación a condiciones materiales y orientaciones ideológicas, que provocan esa separación.
En primer lugar, los obreros viejos tendrían mayor experiencia en el trabajo industrial y una mayor calificación. Su trabajo estaría caracterizado por una mayor participación en el proceso de producción, mayor control sobre el producto (más ligado a la producción artesanal), lo cual daría origen a una tradición más fuerte de autonomía, de intento de control sobre las condiciones de existencia. Por el contrario, los nuevos obreros tienen menos experiencia, debido a que son tardíamente integrados al trabajo industrial, y también menor calificación. No tienen control en el proceso de producción debido a que se integran en un momento de especialización y tecnificación, como “apéndices de la maquina”, lo que origina una tendencia mayor a la alienación y la heteronimia.
En segundo lugar, en relación al consumo y la vida urbana, los viejos obreros tendrían una experiencia de constante segregación y exclusión, mientras que los nuevos se habrían integrado a la vida urbana en un momento de auge del consumo de masas (fortalecimiento del mercado interno). Esto habría provocado una distinta conciencia de la movilidad: mientras que los obreros viejos la entienden solo como producto de su propia organización, lucha o esfuerzo, los nuevos la interpretan como ligada a estructuras externas, ajenas a su propia condición obrera, como puede ser el Estado (nunca sufrieron la segregación, como los viejos). Esto provocaría, también, una mayor tendencia a la autonomía por parte de los viejos y a la dependencia, la heteronimia, en los nuevos. “…la “conciencia de movilidad” de los nuevos funcionaria como obstáculo para su conciencia de clase”.
En tercer lugar, los nuevos obreros ingresan a la vida política urbana sin ser convocados por las organizaciones y sindicatos tradicionales, es decir, en un estado de orfandad política. Los viejos obreros fracasan en convocar a los nuevos en sus organizaciones y sus programas. Esto provoca que queden disponibles para ser convocados por organizaciones o instituciones del Estado, lo cual limita su participación política autónoma.
En relación a estas diferencias objetivas, existen también, según la teoría clásica, diferencias a nivel subjetivo, de las orientaciones y los intereses. Los viejos obreros tendrían un marco normativo estable, una ideología más marcada, lo cual les permitiría definir intereses y objetivos de clase específicos y organizarse adecuadamente según los mismos. Tienen, según este modelo, una conciencia de clase y, por eso, se organizan de manera más autónoma, en defensa de esos intereses, contra el Estado y otras clases. Tienen objetivos a largo plazo, progresistas, que buscan la transformación de las condiciones de vida. Por el contrario, los nuevos obreros no tienen un marco normativo tan definido debido a que conservan todavía rasgos de tradicionalidad rural (Paternalista, caudillista) y, debido a su repentina incorporación a la fábrica, no tuvieron tiempo de desarrollar ese marco normativo y, por lo tanto, un programa propio de reivindicaciones. Al no tener conciencia de clase, no tienen un proyecto común y sus intereses terminan estando ligados, entonces, mas a necesidades del corto plazo, inmediatas e individuales. Sus valores, entonces, se orientan a la búsqueda de ventajas económicas individuales o para el grupo primario al q pertenece el obrero (por ejemplo, la familia), en tanto "pobres", y no, como los viejos obreros, para la clase. Son más bien reformistas, lo cual los lleva a aliarse con movimientos que les prometen esas reivindicaciones. "El comportamiento político de los nuevos... los alejará de las tradiciones de autonomía sostenidas por los viejos obreros, llevándolos a integrarse en un movimiento nacional y popular, dirigido por una elite ajena a la clase obrera, que, desde el poder, les proporcionará los canales para la participación social y política, aunque ella sea finalmente ilusoria y por lo cual deban sacrificar su posibilidad de autonomía".
Sería entonces, según la teoría clásica, esta masa indefinida de nuevos trabajadores, huérfanos políticos, ingenuos y manipulables, orientados por razones emocionales en la búsqueda de participación en ese nuevo mundo moderno, la base del apoyo al populismo. En este sentido, las organizaciones de viejos obreros, que no apoyarían bajo ningún punto de vista un movimiento ajeno, no son consideradas por la teoría clásica. "De ese modo... la teoría descarta o considera irrelevante el papel que los viejos obreros y sus organizaciones pueden llegar a tener en la estructuración de un movimiento populista como salida para una situación particular, en tanto este es expresamente definido como antagónico a sus tradiciones sindicales y políticas".
Existen también otras teorías que, si bien concuerdan en la idea de la fractura de la clase obrera, entienden al peronismo como un movimiento potencialmente revolucionario y a los nuevos obreros como los más capacitados para romper con el inmovilismo y el colaboracionismo de los viejos obreros. 
El análisis de Murmis y Portantiero se distancia de estas teorías no solo por una consideración diferente respecto de esa supuesta división programática de la clase obrera sino, también, porque encuentran diferencias estructurales entre el modelo populista brasilero y argentino, generalmente homologados.
Los autores afirman que, si bien existe una diferencia entre viejos y nuevos obreros, esta es una diferencia más bien generacional y no programática: existe entre ellos, entonces, una continuidad de intereses y orientaciones. Murmis y Portantiero afirman que existía una unidad de la clase obrera “como sector social sometido a un proceso de acumulación capitalista sin distribución del ingreso, durante el proceso de industrialización bajo control conservador que tiene lugar durante la década del 30”. Ambas generaciones habían sido igualmente víctimas de la distribución regresiva del ingreso durante el proceso de industrialización por sustitución de importaciones y de un gobierno que no atendía sus reivindicaciones. La pretensión de unidad en la lucha queda demostrada con la fundación del partido Laborista en 1945.
De esto se deduce también que existía una rica tradición de sindicalismo previa, en concordancia con lo planteado por Hugo del Campo, con un protagonismo ya clave en muchos momentos anteriores (como durante el gobierno de Yrigoyen) y una lista ya existente de alianzas policlasistas, con anterioridad al surgimiento del peronismo. El sindicalismo previo no era, bajo ningún punto de vista, inexistente ni débil, como intentan afirmar las teorías clásicas ni  tampoco creció exponencialmente con la consolidación del populismo, desde el Estado (las organizaciones gremiales mostraban, de hecho, un proceso de crecimiento ya desde 1936). Entre 1930 y 1935, la capacidad negociadora de los sindicatos había sido seriamente coartada debido a los mecanismos de disciplinamiento de la clase obrera que el capitalismo ponía en práctica: una alta tasa de desocupación y políticas represivas. Recién cuando existió un crecimiento económico, aunque sin redistribución del ingreso, los sindicatos lograron aumentaron su poder de negociación. “La desocupación comienza a descender, robusteciendo la capacidad de negociación del sindicalismo, mientras que los salarios reales, en cambio, se estancan o aun bajan, aumentando el monto de reivindicaciones insatisfechas”, una especie de ejército de reserva pero al revés. El aumento del nivel de ocupación estaba acompañado por un aumento de la explotación del trabajador. Esto provocó el crecimiento de las organizaciones gremiales (en número y en afiliados) y de su poder de movilización.
“El golpe militar de junio de 1943 encuentra, pues, a una clase trabajadora que, pese a haber intensificado la movilización en defensa de intereses propios, no ha resuelto a su favor, en la mayoría de los casos, las reivindicaciones planteadas. El crecimiento de la combatividad y de la organización sindical… era tan grande como el monto de las reivindicaciones insatisfechas”. En el surgimiento del peronismo, por lo tanto, las organizaciones y dirigentes obreros "viejos" tuvieron una intensa e importante participación, en conjunto con las nuevas. 
El surgimiento del peronismo no se da, entonces, en un momento de orfandad política de los nuevos obreros o de vacío de organización proletaria autónoma sino, muy por el contrario, en un momento de organización activa y de unidad de clase. Previo al peronismo, se había desarrollado en la sociedad argentina un modelo de acumulación excluyente, sin intervencionismo social, que provocó el aumento de las demandas obreras, que el sindicalismo (es verdad) no había logrado satisfacer. Lo que ocurre con la llegada de Perón es que, por primera vez, todas esas reivindicaciones postergadas comienzan a ser escuchadas, por acción de políticas estatales, lo que provoca que la mayoría de los sindicatos, tanto nuevos como viejos, opten por una alianza con el Estado. Sin embargo, esto no significa que el peronismo haya intentado minimizar el rol de los sindicatos en el momento previo de llegada al poder, ni que haya provocado un cambio vertiginoso en la organización de los mismos ni que haya provocado la pérdida de autonomía e independencia (la creación del Partido Laborista indica lo contrario). 
En este sentido, la centralidad del argumento del autores se basa en demostrar que, en realidad, es difícil calificar a los "nuevos" obreros como pasivos, heterónomos, cortoplacistas e irracionales ya que no sólo prevalece, por lo menos hasta el ’47, la intención de la clase obrera de participar en las decisiones políticas (creación del partido laborista) sino que también se entienden las mejoras obtenidas, desde la llegada de Perón a la Secretaria de Trabajo y Previsión, como el resultado de la lucha obrera y la organización, donde el Estado es el intermediario. La clase obrera decide llevar adelante una alianza con los sectores de poder debido a que, finalmente, comienzan a ver satisfechas muchas de sus demandas históricas. “Mientras que en años anteriores tropezaron con el egoísmo frio y la indiferencia de los gobiernos de la oligarquía… en los hombres del gobierno revolucionario la clase obrera encontró el acogimiento favorable que solo dispensan quienes quieren realizar justicia”. A pesar de esta actitud de relación y colaboración con el Estado, que se observa ya desde el ’30 (Hugo del Campo), el sindicalismo muestra también una fuerte tendencia a la autonomía y a la su conformación en tanto grupo de presión, que intentaría inclinar la balanza del gobierno hacia el lado más conveniente para el movimiento. El movimiento obrero organizado, especialmente el de dirigentes tradicionales, brinda un profundo apoyo al peronismo debido a que el saldo de reformas y reivindicaciones cumplidas era muy amplio, luego de casi dos décadas de exclusión. Además, el movimiento presentaba una cierta heterogeneidad en relación a la actitud frente al Estado, presentando formas de participación más pasivas o activas, pero más que nada en relación al peso que los mismos trabajadores le otorgaron a su sindicato, en función de los resultados por este obtenidos.
“Desde el punto de vista de los comportamientos obreros, su adhesión al populismo en el momento de su estructuración podría ser, entonces, legítimamente percibido como la elección más adecuada, dentro de las alternativas ofrecidas por la realidad, de una alianza política que pudiera servir de salida a un proceso de industrialización que se llevaba a cabo bajo el control de una elite tradicional, sin, por lo tanto, ninguna participación obrera ni ningún tipo de intervencionismo social”. Por lo tanto, el apoyo obrero y sindical al peronismo no puede ser entendido como producto de la manipulación o de orientaciones irracionales sino, más bien al contrario, debe ser comprendido como una alianza estratégica que permitía conseguir, finalmente, la participación económica y social por tanto tiempo buscada.










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