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Oszlak – Reflexiones sobre la formación del Estado y la construcción de la sociedad Argentina - Historia Social Argentina y Latinoamericana - Cátedra: López

Oszlak – reflexiones sobre la formación del Estado y la construcción de la sociedad argentina

El autor pretende analizar el proceso de formación del Estado nacional argentino, es decir, el mismo proceso que ya se viene analizando con Ansaldi y Chiaramonte, que se puede decir que culmina en 1880 con la federalización de la ciudad de Buenos Aires.

Según Oszlak, la conformación de un Estado es parte constitutiva de la construcción social, de la constitución de un orden cuya especificidad depende de muchas circunstancias históricas como el desarrollo de las fuerzas productivas, las relaciones de producción, los recursos naturales disponibles, la estructura de clases que estos definen y la relación de esa sociedad con el exterior. La conformación del Estado es el aspecto político, la instancia de organización del poder y del ejercicio de la dominación política. Se materializa en la construcción de una serie de instituciones que permiten legitimar esa dominación.

El Estado tiene una serie de potestades o capacidades:
1.       Externalizar su poder, es decir, ser reconocido como soberano por otros Estados
2.       Monopolio de los medios de coerción
3.       Crear instituciones públicas para extraer recursos de forma estable de la sociedad civil
4.       Capacidad de crear símbolos y una identidad colectiva, lo cual permite el control ideológico.

Para el autor, la constitución de un Estado Nacional es el producto de una lucha entre modelos de marco institucional, ideas sobre el orden político que se cree adecuado para organizar la vida social. De esto se deduce que no existe una identidad colectiva, una sociedad civil con carácter de sociedad nacional, que precede y conforma el Estado sino más bien que ambos se constituyen y determinan mutuamente. La Nación no precede al Estado Nacional.

Esto es lo que le permite afirmar a Oszlak que como el Estado no fue un resultado inmediato de la revolución emancipadora, tampoco lo fue la Nación. Al igual que Ansaldi y Chiaramonte, describe las innumerables tensiones y luchas entre los proyectos del Interior y de Buenos Aires, entre los diferentes proyectos de Estado que ambos bloques tenían, lo cual permite dar cuenta de la ausencia de una identidad común, de la conciencia de un origen, que permitiera la unidad nacional y, con ello, la unidad política. Diferencias de origen, de idioma; diversas formas de producción y distintos niveles de ingresos; diversas formas de gobierno autónomo, pero no lo suficientemente fuertes como para encarar un Estado nacional propio. Cada una de las características de ambos bloques parecía imaginar una irremediable ruptura en pequeñas unidades políticas. “Buenos Aires aspiro desde el mismo momento de la Revolución de Mayo a construir un Estado unificado bajo su hegemonía. Si otros intentos separatistas no prosperaron se debió, especialmente, a la enorme diferencia de fuerzas entre la provincia porteña y cualquier otra coalición de provincias o proyectos de estado alternativos. La Confederación Argentina, constituida luego de la caída de Rosas sin adhesión de Buenos Aires, no fue una excepción e ilustra el caso limite: la coalición de todas las provincias no consiguió imponerse a Buenos Aires.” Las provincias terminaron cediendo ante el poder creciente de Buenos Aires debido a que se dieron cuenta que era la única manera de no caer en la ruina y en el aislamiento. La conformación de un Estado Nacional “…resultaba siempre más atractiva y conveniente que el horizonte de miseria y atraso que la gran mayoría de las provincias podía avizorar de persistir el arreglo institucional vigente”. Si termina prevaleciendo la posición de Buenos Aires es por su poder y su hegemonía en contraste con la débil posición del resto de las provincias, las cuales entendieron que la única manera de “progresar” era ingresando al circuito económico que controlaba Buenos Aires a través del puerto.

De esto se deduce la afirmación clave que realiza Oszlak: la posibilidad de la unidad nacional se da recién cuando aparecen las condiciones materiales para la formación de una economía de mercado, de la que las provincias no querían (o podían) quedar aisladas y de la que Buenos Aires gozaba el monopolio. La necesidad de consolidar un mercado interno para participar del mercado internacional fue la clave para que se llegara finalmente a la construcción de un Estado Nacional. El estado de las cosas antes de 1862, derivado de cincuenta años de guerra civil y de tensión, no permitía el desarrollo de las fuerzas productivas necesario para que la región se integre a la nueva división del trabajo internacional. Las nuevas exigencias de ese mercado, luego de la segunda revolución industrial, comenzaron a movilizar intereses y dieron el impulso final para que los que los ideólogos de la emancipación finalmente encararan la constitución de una unidad política-económica nacional.

El aislamiento de los mercados regionales, el atraso en los medios de comunicación, la escasez de población, la inexistencia de una unidad monetaria y la consecuente anarquía en los medios de pago, la inestabilidad financiera y, sobre todo, la falta de garantías sobre la propiedad desalentaban completamente la iniciativa privada, aislando a la región del “progreso” que recomendaba el renovado sistema productivo mundial. Esta situación requería de la imposición de un nuevo marco de organización social que permitiera el desarrollo de las fuerzas productivas según las exigencias de ese sistema, que le permitiera a la región integrarse al mercado internacional. Ello solo podía ser posible si se unificaban las diferentes autonomías bajo un Estado Nacional, la instancia articuladora de la sociedad civil que en las nuevas condiciones históricas parecía la única viable. Resuelto el problema del orden, el camino al progreso sería posible. Esto permitiría obtener la confianza del capital extranjero para invertir en el país y permitiría la llegada de inmigrantes, factores sin los cuales ese progreso parecía imposible.

El gobierno surgido de la batalla de Pavón, en 1861, comenzara poco a poco a afianzar el dominio institucional del Estado. Esto supuso reclamar como propias funciones que antes llevaban adelante los gobiernos provinciales o, de hecho, otras instituciones tradicionales: emisión de moneda, administración de justicia, nacionalización de la banca, recaudación de impuestos, organización de un ejército, educación, registro de nacimientos y hasta concreción del matrimonio (reservados tradicionalmente a la iglesia). De esa manera se aseguraba que era el Estado el que imponía las pautas de integración (dominación política pero también simbólica) y de ese orden necesario para el progreso. Además, el mismo desarrollo de las fuerzas productivas y de la sociedad fue imponiendo nuevas necesidades de regulación y de servicios que el Estado nacional comenzó a tomar a su cargo: desarrollo de medios de comunicación, formación de profesionales, incentivo a la inmigración, etc.

Sin embargo, Oszlak asegura que esta nueva forma de organización social y de ejercicio del poder venía a alterar formas tradicionales de vida, el orden anterior establecido, lo cual dejaba muy en claro que la “simple” centralización del poder y de los recursos no era suficiente para conformar la unidad nacional necesaria (es decir, generar la adhesión de las provincias y eliminar los focos de tensión). Según el autor, la centralización del poder llevada adelante por el nuevo Estado solo pudo ser exitosa cuando tuvo éxito la descentralización del control, es decir, cuando logró construir el consenso necesario entre las provincias para ejercer su dominación, cuando logró tener una penetración profunda en la sociedad como presencia institucional permanente que legitimaba su poder.  Para ello, tuvo que tener una penetración represiva, cooptativa, material e ideológica. De esto se deduce que la constitución del Estado nacional argentino no fue un proceso lineal, sin conflictos y en total armonía, como lo muestran las cinco décadas de guerra civil desde la ruptura colonial, sino que estuvo signado por esas tradicionales tensiones entre los intereses de las provincias y los de buenos aires, entre las pretensiones de las clases dominantes de uno y otro sector, que se fueron constituyendo como tales y se fueron transformando en ese mismo proceso de formación del Estado nacional. Estas, que no eran las mismas que las que llevaron adelante las guerras de independencia, constituyeron en 1862 una alianza política que lideró el proceso de organización nacional y estatal, compuesta por actores de diversas regiones, clases, actividades, que hacen difícil su simple descripción. Estaba compuesta por diferentes fracciones de la naciente burguesía, tanto de Buenos Aires como del resto de las provincias, intelectuales, militares (claves en el proceso independentista), cuyos intereses comenzaban a alinearse con el desarrollo de las fuerzas productivas y del crecimiento acelerado de la participación en el mercado internacional. Al igual que Ansaldi, afirma que la clase dominante, al estar integrada por sectores tan variados, distaba de ser homogénea y fuerte. Ambos concuerdan en el papel fundamental del Estado como articulador de esa clase dominante.

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