Rofman y Romero - Modelo Agroexportador - Historia Social Argentina y Latinoamericana - Cátedra: López
Modelo agroexportador
Rofman y Romero comienzan explicando el proceso de crecimiento del
capitalismo mundial con la segunda revolución industrial y la consecuente
división internacional del trabajo a partir de la teoría de David Ricardo de
las ventajas comparativas. Así como
el desarrollo industrial provoco el aumento de la demanda de materias primas, el
aumento de la población y su traslado a las ciudades (centros industriales) provocaron
no solo el crecimiento de la demanda de alimentos sino que también generaron un
excedente de población y el aumento de los costos de producción. De ahí que
fuera necesario para los países centrales organizar
en la periferia economías primarias, que produzcan los alimentos y materias
primas necesarias y compren las manufacturas producidas. De este modo, cada
región se “especializaría” en producir lo que sus recursos naturales le
permiten, aprovechando sus “ventajas comparativas naturales”. Estas regiones
fueron también claves en la nueva organización de la economía mundial ya que
absorbieron los excedentes demográficos y las inversiones de capital de los
países centrales, contradicciones surgidas del propio desarrollo capitalista. Expulsión
de mano de obra por trabas en el ascenso social y necesidad de colocar “el capital acumulado, que no encontraba ya
áreas rendidoras de inversión en la metrópoli, (que) hallo en la misma periferia la solución a la tasa decreciente de la
ganancia” (Rofman y Romero). Para los autores, “la expansión imperialista no solo aseguro el dominio del mundo a los
países capitalistas sino que evito, además, su propia destrucción interna” (Rofman
y Romero).
En este escenario, Argentina se incorpora al mercado mundial como
productora de materias primas. La ventaja radicaba en que la región ya se
dedicaba a actividades agropecuarias, por lo tanto, si bien se modificaron
muchas de sus características y tuvieron que adaptarse a las nuevas
condiciones, en definitiva se acentuaron muchas tendencias que ya se venían dando.
A fines del siglo XIX, comenzó el auge de la economía agroexportadora
en la nueva sociedad argentina, como resultado, dice Rock, al igual que Rofman
y Romero, de la necesidad de Inglaterra de materias primas y alimentos. Según estos
autores, esto se produce en un momento donde la estructura básica de la propiedad de la tierra ya estaba configurada.
Siguiendo a Ansaldi, se podría decir que la acumulación originaria ya se había
consolidado y que las tierras estaban en manos de unos pocos terratenientes. Aquellos
que históricamente se habían beneficiado por las actividades mercantiles de
Buenos Aires virreinal, volcaron las crecientes ganancias del comercio exterior
en la compra de tierras, a un precio casi inexistente. El auge de las
exportaciones hizo que el valor de esas tierras aumentara considerablemente y
que sus dueños tuvieran enormes cantidades de ganancias en rentas. Esto dio
como origen una estructura latifundista
de propiedad (bajos rendimientos unitarios, utilización de la
tierra por debajo de su nivel de máxima explotación, bajo nivel
tecnológico, mano de obra empleada en condiciones
precarias y, en consecuencia, con bajo nivel de vida) y una ELITE terrateniente poderosa. Sumado a
esto, las mejores tierras, las de mejor calidad, más aptas y productivas de la
región estaban ubicadas en el litoral, lo cual (junto a los beneficios de los
medios de comunicación) les daba a los terratenientes una renta diferencial que aumentaba aun más sus ganancias.
Este poder económico derivado del aprovechamiento de las
circunstancias externas dio origen también a un creciente poder político.
Aliada a los intereses británicos, la
elite terrateniente local comienza a manejar la política local con el fin de beneficiarse
de esas ventajas económicas y luego mantenerlas. El modelo económico buscó
su correlato en lo político: la elite comenzó a manejar las riendas del país
según sus intereses. “Cuando se inicio el
proceso de expansión, la oligarquía lo condujo de modo tal que las bases de su
hegemonía – la posesión de la tierra – no se vieran alteradas; la expansión se
realizó al ritmo de la progresiva conquista y ocupación de nuevos territorios,
que fueron entregados por el Estado a precios muy bajos, a los que ya entonces
eran grandes propietarios” (Rofman y Romero).
Este grupo hegemónico no era para nada homogéneo: la riqueza e
influencia dependía de la proximidad al centro de comercio, es decir, al puerto
de Buenos Aires. Las luchas de la primera mitad del siglo XIX (descriptas por
Ansaldi, Chiaramonte y Oszlak) demuestran esa lucha por la supremacía. Recién a
partir de 1880, con la victoria definitiva del proyecto de Buenos Aires y la
alianza con los sectores dominantes de otras provincias, se construyó un
sistema de intereses relativamente estable y, como dicen Rofman y Romero, un sistema nacional de dominación que
supero las divisiones dentro de la clase. El grupo dominante logro controlar el
aparato estatal y realizar una serie de medidas para favorecer sus intereses:
tenían acceso a créditos estatales y fondos para expandir sus posesiones; los
ingresos impositivos del Estado no provenían del comercio sino de del consumo
urbano interno (mantenía la desigualdad de clases); conformaron un sistema
monetario que aumentaba los precios en el mercado pero mantenía sus costos
bajos y altas sus ganancias.
Esto dio origen, desde 1880 hasta 1912, al llamado periodo
de la oligarquía: dueños de propiedades, de tierras o de grandes
acumulaciones de dinero que son poseedores de fuerza en la dirección política
gracias a sus fuertes influencias económicas. Los distintos grupos que
integraban esa oligarquía intentaron articular sus intereses en el Partido
Autonomista Nacional que, si bien no era un partido político en el sentido
moderno de la palabra, permitió la participación y la canalización de tensiones
internas de la oligarquía.
Este grupo necesitaba unificar la región y establecer el “orden” a
través de un Estado nacional para generar la confianza y estabilidad necesaria
para que ingrese al país uno de los principales factores necesarios para el
desarrollo de la economía: EL CAPITAL EXTRANJERO. Estas ingresaron
al país como empréstitos oficiales manejados por el Estado (es decir, por la
elite), como inversiones en ferrocarriles y medios de comunicación para el
desarrollo del comercio y como inversión en servicios públicos. No se destinaron
a la producción directamente sino que las inversiones fueron administradas por
el Estado. Los grupos de poder locales tenían estrechos lazos con los ingleses:
así como numerosos políticos argentinos formaban parte de los directorios de
empresas británicas en la región, los ingleses tenían conexiones estrechas con
diputados y senadores y con los principales órganos de prensa, lo cual
aseguraba su posición. Existía entre la
elite y los ingleses una complementariedad de intereses.
Otro de los factores que fue elemental para el desarrollo de la
economía, siempre dentro de los estándares que imponía el comercio
internacional y el progreso occidental, fue la llegada masiva de INMIGRANTES.
Fueron necesarios como mano de obra para las cosechas y el arrendamiento de la
tierra y luego, con el desarrollo mismo de la economía, como obreros
ferroviarios, portuarios, de servicios y de las pequeñas industrias. Según
Rock, el 60% del crecimiento demográfico debe ser atribuido a la llegada de los
inmigrantes, que terminaron colapsando las ciudades y saturando el mercado
laboral. Su llegada formó parte de una política de Estado, con el fin de
mantener un gran número de trabajadores disponibles (ejército de reserva),
dispuestos a moverse a distintas ramas de la economía y mantener los salarios a
un nivel bajo. “Aunque la movilidad
social estaba muy difundida (Argentina ofrecía salarios comparativamente
altos y posibilidades de desarrollo), un
gran número de inmigrantes seguían quedando entre las filas de la clase obrera.
Había franca explotación en muchos aspectos, sobre todo en materia de vivienda
y alquileres. Esto pronto origino ciertas tensiones y una tradición de conflictos de clase…” (Rock). Muchas veces, el progreso prometido nunca llego y los inmigrantes
tuvieron que trabajar en condiciones de explotación. Tanto a la elite local
como al capital extranjero le convenía la disponibilidad de mano de obra barata
para mantener bajos los costos de producción y aumentar las ganancias. Muchas
veces, las tradiciones políticas de los inmigrantes (anarquismo, socialismo)
fueron los motores de las luchas obreras locales y tiñeron con sus cualidades
al movimiento obrero nacional. La inestabilidad propia de la economía agraria
dependiente hacia que la demanda de mano de obra y el nivel de salarios sea
siempre cambiante, generando mucho malestar entre la clase trabajadora, que
avanzado el modelo económico avanzo en su conciencia de clase. “…la elite argentina no tenía interés alguno
en apoyar las aspiraciones económicas y la movilidad social de los inmigrantes
como medio de expandir el mercado interno de consumo” (Rock). Para la
elite, los inmigrantes no eran más que mano de obra barata, un factor de
producción casi deshumanizado que servía para desarrollar la economía
exportadora pero para beneficio de la misma elite y del capital extranjero. No tenía contacto directo con el
inmigrante y no había logrado conseguir su apoyo (tampoco lo creía necesario) y
por eso recurrió siempre a la represión ante los conflictos con los mismos y a
la restricción de su participación política. “La relación entre la elite y los inmigrantes fue el rasgo conflictivo más
marcado de la sociedad argentina en la época en que su economía
primario-agroexportadora alcanzo la madurez” (Rock).
Otra de las características centrales de la época de auge del M.A.E.,
además de la conformación de una elite oligárquica, la llegada de capital
extranjero y de inmigrantes, fue la formación de una CLASE MEDIA URBANA. Como
correlato necesario de la economía agraria-exportadora, se había concentrado en
Buenos Aires, por su importancia como nexo con el exterior por su puerto, la
mayoría de la población del país y, con ello, la mayor cantidad de industrias y
servicios. Esto provoco la formación de una amplia clase media urbana dedicada
a actividades industriales básicas (complementarias a la agroexportadora), a
servicios públicos, actividades administrativas del Estado, empleados de los
ferrocarriles o puertos y nuevas profesiones que comenzaban a demandar los
sectores de elite, como docentes, abogados, etc. En tanto se veían
beneficiados, como consumidores, por los bajos costos de los productos importados,
apoyaban fervientemente el Librecambio, por el temor de que ante un desarrollo industrial,
se eleven los costos de los productos a nivel local. Por eso mismo, Rock afirma
que “en lugar de estar ligadas al
desarrollo de una cabal economía industrial, las clases medias, y en muchos
casos incluso los empresarios, prohijaban el mantenimiento de la economía
agro-exportadora” (Rock). No tenían ningún interés en desarrollar
actividades propias de las clases burguesas de otros países porque sus
intereses eran complementarios con los de la elite terrateniente, a la cual
debían su ascenso social. Esto provoco que, a diferencia de otros países, la
clase media argentina tenga una relación
más bien clientelística y dependiente con la elite.
Esta particularidad de las clases medias argentinas va a ser clave
para el triunfo del radicalismo. Fue cuando la elite comenzó a restringir el
acceso de la clase media a las profesiones liberales y a limitar su acceso, por
ejemplo, a la universidad, que sus intereses comenzaron a encontrarse. El
estado manejaba esos mecanismos de asenso social y la creciente dependencia de
la clase media comenzó a dejar en claro que el gasto público tenía que aumentar
cada vez más para mantenerla, cuestión opuesta al tan defendido liberalismo
económico. La elite temía que si seguía aumentando el gasto público se pusiera
en peligro la situación crediticia del país en el exterior, se comenzaran a
cobrar impuestos sobre la tierra para nivelar el déficit presupuestario y se
provocara el incumplimiento de los pagos de la deuda externa. Este fue uno de
los mayores conflictos cuando la clase media, a través del radicalismo, llega
al poder. La particularidad de las clases medias, entonces, radica en que no
pretenden cambiar las bases de la economía agroexportadora sino que intentan
incorporarse a ella porque les parece legítima y llena de posibilidades de
ascenso.
“El triunfo del radicalismo (…) no
implico, empero, una alteración real en los fundamentos del poder. La
oligarquía, que había visto desgastarse aceleradamente el consenso de que gozo
durante el fin de siglo, cedió el
gobierno a un partido que contaba con amplio apoyo popular pero que, por sus
mismas características, no aspiraba a modificar los elementos básicos del poder,
que permanecieron en manos de los viejos sectores” (Rofman y Romero).
Cardoso y Falleto afirman que el caso argentino es él una economía
incorporada al mercado mundial a través del control nacional de las mercancías
de exportación. Su desarrollo dependió de la capacidad de las elites locales de
reorientar sus vínculos políticos y económicos en el plano externo (liquidar
intereses coloniales y negociar con los que manejan el sector financiero y
comercial en argentina, agentes de los países centrales) y en el plano interno
(con los grupos dominantes que quedan excluidos y a las sombras del MAE).
Argentina es un claro ejemplo de una economía de expansión hacia afuera, es decir, dinámica y en crecimiento pero
que no fortalece ni se basa en su mercado interno sino en su participación e
integración total al internacional.
Pelotudos, no explica una mierda de la vida de rofman arhe gato cumbia cajeatemsndemneneje
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