SEMINARIO DE DISEÑO GRAFICO Y PUBLICITARIO
1 ER CUATRIMESTRE DE 2011
CATEDRA: CARLOS SAVRANSKI
DOCENTE: CARLOS SAVRANSKI
FECHA: 27-04-11
Voy a hacer un resumen de lo visto la clase pasada.
Estuvimos planteando la necesidad de unir dos problemas. Por un lado, la
construcción de la unidad del sujeto a partir de su relación con el otro y de
su relación con el mundo. Esta doble perspectiva guía y orienta esta unidad. Si
el cuerpo es el sujeto de las prácticas y hay un proceso de construcción de su
unidad, que es además condición de la unidad de sentido del objeto, es decir de
su producción de sentido, el tema de la unidad del sujeto aparece como un tema
central. Tenemos dos textos centrales en esta unidad: La espacialidad del cuerpo propio y La motricidad y Las relaciones con el prójimo en el niño. En el
primero se analiza el problema de la espacialidad del cuerpo propio en relación
con las prácticas en el mundo y el segundo aborda la relación con el otro. Nos
planteamos la necesidad de juntar ambos textos y las perspectivas de uno y del
otro.
Me gustaría plantear algunas reflexiones en torno a la
cuestión del espacio. Reflexiones que adelanté en clases anteriores, pero que
ahora vamos a profundizar. Siempre se planteó y siempre se creyó que nosotros
percibimos el espacio como percibimos los objetos. Quien da cuenta de la
existencia del espacio es nuestra percepción. De la misma manera que mediante
la percepción damos cuenta de la existencia de los objetos del mundo, mediante
la percepción también damos cuenta de la existencia del espacio, lo que permite
suponer la existencia de un espacio objetivo. Dentro de la concepción de un
espacio objetivo hay una serie de propiedades que ese espacio objetivo tendría,
que son las que definen la física newtoniana. En términos generales, se lo
concibe como un espacio absoluto. Henri Pointcaré fue un físico que defendió el
carácter relativo del espacio, discutiendo con Isaac Newton y con una
concepción del espacio absoluto. Plantea la existencia de un espacio relativo.
“Es imposible representarse el espacio vacío. Todos
los esfuerzos para imaginar un espacio puro, del que estarían excluidas las
imágenes variables de los objetos materiales, no pueden tener por resultado más
que una representación en la que las superficies fuertemente coloreadas por
ejemplo, serían reemplazadas por líneas muy débilmente coloreadas. No se podría
llegar al final de esta senda sin que todo se desvaneciera y acabara en la
nada. De ahí proviene la relatividad irreductible del espacio. Cualquiera que
hable del espacio absoluto emplea una palabra carente de sentido” En su
argumentación sobre la relatividad del espacio, Pointcaré sostenía que no se
puede hablar de espacio sino en función de un punto de referencia y de medida,
y no en términos absolutos.
“Si estoy en París en la Plaza del Panteón y digo que
volveré mañana al mismo lugar del espacio, estaré de sin embargo equivocado,
porque la Tierra se habrá trasladado más de dos millones de kilómetros respecto
del Sol llevándose con ella la Plaza del Panteón y este último se habrá
desplazado con respecto a la Vía Láctea, la cual a su vez, tiene un movimiento
cuya velocidad desconocemos. De modo tal que si afirmo que mañana estaré en el
mismo sitio que hoy, lo que quiero decir es que estar en la misma relación con
respecto a la cúpula y al frente del panteón y
si no existiera más el Panteón, entonces mi frase carecería de sentido y
el espacio se desvanecería”.
“Pero esta es una de las formas, la más banal, del
principio de la relatividad del espacio.
Otra es la de Leboeuf, otro físico. “Supongamos que
una noche todas las dimensiones del universo se vuelven as grandes. El mundo
permanecerá semejante a él mismo. Solamente, lo que tenía un metro de largo,
medirá en adelante un kilómetro y lo que medía un milímetro, medirá un metro.
El lecho en que estoy acostado y mi cuerpo se habrán agrandado en la misma proporción.
Cuando me despierte a la mañana siguiente, ¿qué experimentaré ante semejante
transformación? No me habré dado cuenta de nada. Las medidas más preciosas
serán incapaces de revelarme nada de
esta inmensa revolución, puesto que los métodos de los que me servía habrían
variado en la misma proporción que los objetos que yo tratara de medir con
ellos. En realidad, este trastorno sólo existe para los que razonan como si el
espacio fuese absoluto. Dejando a un lado las argumentaciones de Pointcaré
acerca de porque no es posible alguna intuición de la distancia, la dirección,
la línea recta o el espacio, como intuición de un absoluto, lo que interesa
aquí es cuál es para el pensamiento de este matemático, su conclusión respecto de cómo es posible que
haya sin embargo una noción del espacio.
Ahora, otra cita de Pointcaré: “Si esta intuición de
la distancia, de la dirección, de la línea recta, si esta intuición directa del
espacio, en una palabra, no existe, entonces, ¿por qué creemos tenerla? Si no
es más que una ilusión, ¿de dónde proviene que esta ilusión sea tan tenaz?
Hemos dicho que no hay intuición directa del grandor, que sólo podemos
comprender la relación de este grandor con respecto a nuestros instrumentos de
medida. No hubiéramos podido construir el espacio, si no hubiéramos tenido un
instrumento para medirlo. Pues bien, este instrumento al cual relacionamos
todo, del que nos servimos instintivamente, es nuestro propio cuerpo” Esta es
la conclusión de un físico “Es nuestro cuerpo el que nos sirve de sistema de
ejes de coordenadas” No sé si ustedes recordarán que la clase pasada, mientras
leíamos un fragmento del texto de Merleau-Ponty perteneciente al libro La espacialidad del cuerpo propio y la motricidad,
Merleau-Ponty decía que el aquí
de mi cuerpo es el principio de todas las coordenadas posibles.
“La palabra aquí
aplicada a mi cuerpo no designa una posición determinada en relación con otra
posición, esto es en relación con coordenadas exteriores, sino la instalación
de las primeras coordenadas” Resulta interesante esta similitud problemática de
un físico dedicado a la reflexión sobre el tema del concepto del espacio y
estas cosas que está planteando Merleau-Ponty al respecto. Obviamente que en el
contexto del pensamiento de Pointcaré, el cuerpo como relación vivida sólo
aparece como un punto de referencia a ser pensado, es decir, como un punto de
referencia intelectual, cuando en realidad, la diferencia entre lo que está
planteando Pointcaré con Merleau-Ponty, es que para Merleau-Ponty, esta referencia
no es del orden del pensar, no es del orden de lo explícito o de una
comparación intelectual, sino de la relación que el cuerpo propio tiene en el
mundo antes de toda reflexión. Es decir, en el dominio del orden de lo
fenoménico. La relación cuerpo-espacio que plantea Pointcaré sería la relación del
cuerpo como medida relacional respecto del espacio en el terreno de lo
objetivo, mientras que Merleau-Ponty está trabajando esta misma idea, pero no
en el terreno de lo objetivo, sino en el terreno de lo fenoménico.
Tal vez habría que seguir ahondando en algunas
cuestiones relativas a la espacialidad y pensar en ciertas ideas como el
contra-ejemplo. Pointcaré habla del ejemplo de Leboeuf acerca de qué pasaría si
todo aumentase en la misma proporción de un metro a un kilómetro. El
contra-ejemplo seria Swift en sus cuentos sobre Gulliver. Todo aumenta, menos
el cuerpo o todo se achica, menos el cuerpo. Si el cuerpo es el instrumento de
medida, Gulliver en el país de los gigantes, él es más chico que todo el resto
del universo y todo el resto del universo mantiene las relaciones de medida de
unos objetos respecto de los otros, siempre iguales. Lo único que disminuye (o
aumenta) es el cuerpo, que es justamente el instrumento de medida. Las
relaciones que ese cuerpo, sea más pequeño o más grande, sea en el país de los
enanos o en el país de los gigantes, lo que aumenta o disminuye es el cuerpo,
que es justamente el punto de relación. Por consiguiente, la constitución del
mundo donde el punto de relación, que es el cuerpo, varía, varía también la
relación con el mundo y varía por
consiguiente su constitución. La constitución de su espacialidad. El ejemplo de
Leboeuf es interesante porque si todo, nuestro cuerpo incluido, cambia en la
misma proporción, no nos damos cuenta de nada. Sólo nos daríamos cuenta si
nuestro cuerpo deja de transformarse como se transforma el resto del mundo, sea
deviniendo más grande o deviniendo más pequeño. Entonces, lo de Jonathan Swift
aparece como un ejemplo gracioso de este problema de la construcción del
espacio. Si el espacio es referencial a nuestro cuerpo y nuestro cuerpo es el
punto de constitución de la espacialidad, digamos, en términos de una
espacialidad fenoménica, esta es la clave central para entender nuestro modo de
inserción en el mundo y de constitución del sentido del mundo a partir de
nuestro cuerpo.
Habíamos visto la clase pasada las dificultades que
había si nos queríamos plantear esta cuestión de cómo entender la relación
espacial con el mundo, habíamos visto que lo que se pone en juego es el sentido
del mundo. Y habíamos visto un problema doble. Toda práctica supone una finalidad
o sentido. Una intención significativa. Ese sentido de la práctica supone que
es relativo a un objeto sobre el cual se va a abatir mi acción o mi práctica.
El sentido está destinado a este objeto. Ese objeto tiene él un sentido, y no
un sentido autónomo, sino un sentido que está constituido socialmente. No es
que el sentido de algo sea un hecho de la naturaleza de ese algo, porque si no,
caeríamos en el fetichismo, en el mismo fetichismo de la mercancía denunciado
por Marx en El capital. No hay un
valor como propiedad química de la cosas, pues el valor es una construcción
social. Tampoco hay sentido en los objetos de la naturaleza, pues el sentido es
una construcción social. Este sentido, que es una construcción social, está
interpelado por el sentido o finalidad de mi acción y de algún modo, se refiere
a este sentido socialmente constituido. Si el sentido fuese otro, el sentido de
mi acción tendría que ser otro. Para cada tipo de objeto con un sentido
constituido socialmente, hay una determinada finalidad o un conjunto de
finalidades que yo puedo realizar. Pero el sentido siempre es doble: el sentido
del objeto y el sentido de la acción que se abate sobre este objeto. Cuando
hablamos de cualquier práctica siempre tenemos que tener en cuenta esta doble referencia.
Pero al mismo tiempo, tengo que tener en cuenta cómo se genera este sentido del
objeto para que yo pueda de algún modo desarrollar una intención práctica en la
intención de la acción, desarrollar una intención significativa o una finalidad
respecto de este objeto. El objeto solo puede constituir un sentido en la
relación con otro y eso.
¿Cuál es la relación entre sentido, mundo y el prójimo
(el otro)? Parecería una articulación que hay que elaborar. Habíamos visto la
clase pesada las dificultades que surgen cuando tenemos que analizar este
problema que es la relación yo-otro. Se trata de una relación matricial, que
tiene al mismo tiempo su desarrollo. En el texto Las relaciones con el prójimo en el niño hay claves que me interesa
desarrollar. En la psicología clásica aparece una dificultad. Tiene que ver con
la relación yo-otro. Yo soy un psiquismo y como puedo entender que detrás del
otro hay también un psiquismo como el mío. Yo tengo experiencia de mi psiquismo,
pero no tengo la experiencia del psiquismo del otro. Del otro tengo sólo una
percepción, que es la de su cuerpo, la fisonomía que su cuerpo me ofrece.
Merleau-Ponty da el ejemplo sobre la sonrisa. Si yo no me miro al espejo, ¿cuál
es la percepción que yo tengo de mi sonrisa? La percepción que yo tengo de mi
sonrisa es la percepción motora, es decir yo estiro los músculos y puedo
sonreír porque tengo los músculos adaptados para ello. Cuando sonrío tengo la
percepción motriz de mi sonrisa. Cuando veo la sonrisa del otro, no tengo la
experiencia de su sensación motriz. No puedo compaginar mi sensación motriz con
mi percepción de la sonrisa del otro. Son de distinto carácter. No puedo
articular una cosa con la otra. Si hubiese posibilidad de articulación, el
problema de cómo yo entiendo que el otro es un psiquismo y un sujeto como yo,
sería fácil de comprender. Merleau-Ponty plantea esto como un límite psicología
clásica, cuando la psicología clásica se plantea que el psiquismo está
encerrado en mi interior y yo sólo tengo acceso al psiquismo mío y no tengo
acceso al psiquismo del otro. Plantea al psiquismo como algo que está detrás
del cuerpo y que para poder descubrirlo yo tengo que generar procesos
analógicos o procesos de pensamiento y de relación. Aquí es donde se encuentra
este límite. No pueden superponerse ambos procesos. Mi experiencia interior de
la sonrisa y mi experiencia externa de la sonrisa del otro. Como no se pueden
superponer ambos procedimientos, yo podría plantear que no entiendo el significado
de la sonrisa del otro. Esto que estoy planteando es lo que vamos a ver cuando
veamos los problemas del lenguaje respecto del lenguaje. ¿Cómo se aprende a
hablar? Uno podría pensar, “imito”. Pero inmediatamente que Merleau-Ponty
trabaja acá la cuestión de la sonrisa, al mismo tiempo ustedes verán que
plantea esto en términos de imitación y pone en juego el problema de la
imitación y los límites de una concepción que supone que yo comprendo el
sentido de otro sujeto en tanto que lo imito. Justamente, muestra que la
imitación tiene los mismos límites que la sonrisa. La imitación no entra en el
sentido que para el otro que hace el gesto tiene para sí. Yo veo al sujeto como
algo externo, mientras que el mío lo veo desde adentro de mí. Si el otro habla
y yo intento hablar, yo lo que encuentro del otro es un ruido, una serie de
articulaciones fónicas. Para que yo entienda que esas articulaciones tienen
significación y pertenecen a esto que llamo el lenguaje, no basta con que yo
tenga una vivencia de mi articulación, porque yo tampoco tengo la vivencia de
la articulación del otro. Yo vivo su efecto, pero no su articulación. De mí, yo
soy mi articulación. Lo mismo que se plantea para la sonrisa, se plantea para
el lenguaje. ¿Cómo aprendo el lenguaje? ¿Imitando? No. La noción de imitación
no resuelve el problema porque la imitación sigue teniendo el mismo límite que
esto.
“No es en edad temprana que llegamos a comprender con
exactitud la significación de cada una de las expresiones emocionales que el
otro nos presenta. Este conocimiento exacto es tardío. Lo que es muy precoz es
el hecho mismo de que yo percibo una expresión.
Aunque me engañe sobre lo que significa de modo preciso. Desde muy
temprano los niños son sensibles a las impresiones fisonómicas, como por
ejemplo, la sonrisa. Cómo sería esto posible, si para llegar a comprender el
sentido global de la sonrisa y por ejemplo que la sonrisa significa el
beneplácito, el niño debería hacer un trabajo complicado del que he hablado
antes, es decir, si partiendo de la percepción visual que tiene de la sonrisa
del prójimo y relacionando esta expresión visible del otro con el movimiento
que él mismo ejecuta cuando está feliz o complacido, proyectase en el prójimo
una complacencia de la que él tendría la experiencia íntima, pero que no podría
captar directamente en el otro. Este proceso complicado parece incompatible con
la relativa precocidad de la percepción del prójimo. Para que la proyección sea
posible y tenga lugar, sería necesario que me funde en la analogía que hay
entre las expresiones fisonómicas que el otro me ofrece y los distintos gestos
fisonómicos que yo mismo ejecuto. En el caso de la sonrisa de la que hablábamos,
para que yo interprete la sonrisa visible del prójimo, sería necesario que
hubiese un medio de aproximar esa sonrisa visible del otro con la que podríamos
llamar la sonrisa motora. La sonrisa tal cual es, en el caso del niño, sentida
por el niño mismo”.
¿Tenemos el medio de hacer esta comparación entre el
cuerpo del prójimo tal como aparece a la percepción visual y mi cuerpo tal como
yo lo siento por intermedio de la interoceptividad y por medio de la sinestesia?
Este es el problema y él plantea que no Y este es el mismo problema que plantea
con respecto a la imitación y dice: “estas dos dificultades son particularmente
visibles cuando se trata de dar cuenta del fenómeno de la imitación. La
imitación es la ejecución de un gesto semejante al que realiza el otro. Por
ejemplo, el niño que sonríe porque nosotros le sonreímos. De acuerdo con los principios
que hemos supuesto hace un momento, sería necesario que la imagen visual que el
niño tiene de la sonrisa del otro se tradujese en un lenguaje motor. Es
necesario que el niño ponga en movimiento su rostro para reproducir esta
expresión visible del otro que se llama sonrisa. No tiene el sentimiento motor interno que el
otro tiene de su rostro. En lo que concierne a sí mismo no tiene una imagen
visual de sí mismo sonriendo. Esta heterogeneidad es como lo que Aristóteles
llamaba la inconmensurabilidad de los géneros o la imposibilidad de pasar de un
género al otro. Hay un texto interesante acerca del ser en donde dice que el
ser no es y que si fuera sería incomunicable porque toda vez que yo quisiera
comunicar algo respecto del ser, yo tendría que trasponer lo que yo percibo de
él en discurso, es decir, lo que yo le digo al otro respecto del ser el otro lo
escucha por el sentido del oído, mientras que yo lo percibo con el sentido de
la vista. Por ende, yo tendría que ser capaz de traducir, al hablar del ser, lo
que yo percibo respecto del ser dicho a través del lenguaje y por consiguiente,
percibido por el otro respecto de mi discurso por la audición. Tiene que haber
una equivalencia entre lo que yo veo y lo que el otro escucha. En lo que eran
las grandes disputas entre los sofistas, Gorgias plantea este problema de la
posibilidad de pasar de un orden al otro.
Lo que está poniendo Merleau-Ponty acá es más de lo
mismo en el sentido de que no puedo conjugar la experiencia interna que yo
tengo como experiencia motriz de mi articulación o de mi sonrisa respecto de lo
que yo tengo como experiencia del otro a nivel visual. La percepción visual y mi percepción motriz
son distintas y no son comunicables. Es como si yo dijera: ¿cómo puedo hacer
para que un objeto sin embargo aparezca como tal cuando yo hablo de él mediante
el lenguaje? Entre la palabra y la cosa hay diferencias. La palabra no es la
cosa. Está en reemplazo de la cosa, pero nunca es ella, nunca es la cosa en
razón. La palabra es la cosa como representación, la palabra es una
representación de la cosa, pero siempre es ella distinta. No es lo mismo Juan,
cuando yo hablo de él, que Juan en persona. La diferencia entre la cosa y su
nombre es crucial en cualquier teoría lingüística. La palabra está en lugar de
la cosa y por ende pensar al lenguaje como un sistema simbólico.
Como yo les planteé la clase pasada, Merleau-Ponty
encuentra algo así como una solución, o se sumerge en la posibilidad de dar
alguna solución para este dilema. Y como les había planteado, esta solución
está ligada a la idea de conducta o comportamiento. En el texto ustedes van a
encontrar el término conducta o comportamiento (este último me parece que el
más apropiado).
Dice Merleau-Ponty: “Es necesario renunciar al
prejuicio fundamental según el cual el psiquismo es aquello que no es accesible
más que a una sola persona. Tal es el postulado de la psicología clásica. Mi
psiquismo sería lo que no es accesible sino mí mismo. Lo que no se puede ver
desde afuera. Mi psiquismo no es una serie de estados de conciencia
rigurosamente encerrados en sí mismos e impenetrables para todo otro. Mi
conciencia esta desde un comienzo vuelta hacia el mundo, vuelta hacia las
cosas. Es ante todo mi relación con el mundo. La conciencia del otro es también
ella una cierta manera de comportarse respecto del mundo. Es en su conducta o
comportamiento, en esa manera en que el otro trata el mundo, que voy a poder
encontrarlo. Es en el comportamiento en donde yo voy a poder encontrarme con el
otro.
Esto, dicho de esta manera es insuficiente. Uno podría
preguntarse por qué en el comportamiento. Yo podría pararme y decir que veo el
comportamiento del otro y deduzco que ese comportamiento significa esto o
aquello. Y entonces me pararía en un lugar muy distinto al que habíamos
criticado. También es un proceso de inferencia analógica del orden del pensar.
Lo que se juega para hacer posible la comprensión del gesto del otro es algo
totalmente distinto. Es una propiedad de la corporalidad y no pensamiento o del
intelecto, capaz de generar analogías entre un fenómeno y otro fenómeno. ¿En
qué consiste en esta propiedad de la corporalidad? Si usted es avanzan en la
lectura del texto de Merleau-Ponty, verán que aparecen reflexiones de la mano
del pensamiento de Edmund Husserl, Max Scheller, Henri Wallon. Se habla de
transferencia, se habla de acoplamiento, se habla de transgresión intencional,
se habla de sociabilidad sincrética. Se habla de algo que está en la base de
esta transferencia, acoplamiento, transgresión intencional o sociabilidad
sincrética, que es la indiferenciación entre yo y el otro. Esta
indiferenciación de algún modo supondría que la relación yo-otro es más que
nada algo así como un nosotros. En el terreno de la psicología se reconoce que
en el proceso psico-genético la relación entre el niño y su madre es una
relación de indiferenciación. En el contexto del pensamiento de Melanie Klein,
ella analiza el vínculo del niño con su madre durante los primeros meses de
vida. Obviamente los vínculos que analiza son los procesos relacionados con la
satisfacción de necesidades del niño, que tienen que ver con el amamantamiento
y con el pecho materno. Una de las cosas que plantea Melanie Klein es la
imposibilidad que el niño tiene de diferenciarse el del pecho de su madre. La
idea de la indiferenciación parecería tener aceptación universal. Lo que me
parece que habría que tratar de ver es cuál es el sentido de esta
indiferenciación. Dicho de esta manera parecería que esta indiferenciación
fuera una falencia. Que el niño no ha desarrollado todavía su capacidad de
diferenciarse. Y que en la medida en que pueda alcanzar esa capacidad que es la
diferenciación, ya desaparece del panorama esta indiferenciación, que parecería
ser así como una especie de confusión. La indiferenciación sería un aspecto
negativo, una forma que muestra el grado insuficiente de desarrollo del niño.
Lejos de todo esto el problema de la indiferenciación
tiene otro sentido totalmente distinto. Más que tener que ser pensado como
déficit o limitación, es una virtud, pero no una virtud del sujeto pensado como
un YO, sino una virtud del cuerpo propio. Esta cuestión de la virtud del cuerpo
propio respecto de la indiferenciación es algo que hay que poder entender
porque además en esto está basada la posibilidad de entender el fenómeno del
lenguaje. Es decir, la posibilidad de entender qué quiere decir transgresión
intencional, en el sentido de Husserl y de algún modo entender esto de que hay
una etapa de sociabilidad sincrética, como lo planteaba Henri Wallon, o el
acortamiento de una transferencia.
Hay un libro de Merleau-Ponty que él publica en los
’60, en donde plantea algunas cosas que muy brevemente quisiera leer. Ustedes
recuerdan el yo pienso cartesiano y
las críticas del pensamiento contemporáneo. Pero si vamos a ver el modo en
que Merleau-Ponty desplaza esta noción
de sujeto que es el yo pienso, lo
hace en favor del yo puedo. Se trata
de las posibilidades que el cuerpo tiene de obrar. Es un cuerpo operante. Un
cuerpo de la acción, un cuerpo de la práctica y no un cuerpo que piensa.
Teniendo en cuenta esto, les voy a leer un fragmento de El ojo y el espíritu, ensayo sobre la pintura de Cezánne y escrito
filosófico en el que se postulan cuestiones a mi entender fundamentales. “Basta
que vea una cosa para saber unirme a ella y alcanzarla. Aunque no sepa cómo se
hace en la máquina nerviosa, es decir, aunque no sepa cuáles son los mecanismos
que la producen en términos de comprensión científico-fisiológica. Mi cuerpo
móvil forma parte del mundo visible y por eso puedo dirigirlo en lo visible.
Por otra parte, es cierto también que la visión está sujeta al movimiento, es
decir que no es que yo sea un sujeto que percibe y por otro lado haya un sujeto
que obra, sino que la relación movimiento-visión es una relación intrínseca. Yo
me muevo conforme veo y veo conforme me muevo. Si ustedes terminaron de leer el
capítulo sobre La espacialidad del cuerpo
propio y la motricidad, cerca del final del capítulo Merleau–Ponty da
algunos ejemplos, de cómo se constituye un hábito, como ser un hábito motriz,
como por ejemplo escribir a máquina al tacto. Si ustedes tratan de pensar cómo
se constituye un hábito motriz, este ejemplo es ilustrativo. Vean como se
enseña. Se enseña con dos teclados, el real donde se va a operar y otro
ficcional donde está transcripto el teclado real con algunas diferencias. Un
teclado tiene tres líneas fundamentales de letras. Las teclas que hay en cada línea
son para los cuatro dedos más uno de la mano izquierda y para los cuatro dedos
más uno de la mano derecha. La línea media, inferior y superior. En el otro
teclado tenemos lo mismo, sólo que en dibujo. Tenemos la letra que corresponde
a cada uno, mientras que acá lo tenemos en blanco. Primero se nos enseña que
posicionemos ambas manos en el lugar medio. Las dos letras que quedan sueltas,
una es para el dedo índice de la izquierda y la otra es para el dedo índice de
la derecha. Desde esta posición vamos para arriba y para abajo, a cada dedo
corresponde una letra. Se trata de un problema de saber que hay que ponerse en
ese lugar y saber que las dos letras del medio hay que pulsarlas con el dedo índice, sea para
arriba, para abajo o en el medio. Uno tiene dos cosas, el contenido en términos
de alfabeto de lo que son estos lugares. Acá no tienen contenido, pues es una
tecla vacía sin denominación, pero la denominación esta acá, por consiguiente,
¿cómo hago para saber que es esta tecla? Tengo que mirar la homónima de acá.
Cuando yo miro la A, sé que tengo que pulsar acá. Estoy construyendo un sistema
percepto-motriz porque traslado lo que veo a un acto motriz en el mismo lugar
en el que yo estoy viendo. Por ende, traslado una significación visual a un
hecho motriz. De esto habla Merleau-Ponty cuando afirma que nosotros no
operamos por un lado a nivel motriz y por otro lado a nivel perceptual, sino
que hay una estructura percepto-motriz, que nos permite adquirir el hábito de
escribir al tacto.
Llega un momento en que yo estoy copiando un texto que
leo. Veo la palabra y voy apretando las teclas que voy viendo. Sin pensar. El
que sabe escribir al tacto sabe también cuando se equivoca sin necesidad de
mirar el monitor. Tiene una percepción de su propia motricidad, respecto de la
cual ha constituido un hábito en una relación percepto-motriz.
“Mi cuerpo móvil cuenta en el mundo visible y forma
parte de él y por eso puedo dirigirlo en lo visible. Por otra parte también es
cierto que la visión está sujeta al movimiento. No se ve sino lo que se mira.
¿Qué sería la visión sin el menor movimiento de los ojos? ¿Pero cómo ese
movimiento confundiría las cosas si él mismo fuera reflejo o ciego, si la
visión no se precediera en él?” Es decir, si mi visión no estuviera precediendo
mi movimiento. Veo algo, quiero tomar algo y es la visión que yo tengo de ese
algo la que precede al movimiento que voy a ejecutar para alcanzarlo. La
articulación percepto-motriz es la que me permite operar en el mundo. “Todos
mis desplazamientos figuran por principio en un rincón de mis paisajes, son
transportados al mapa de lo visible. Todo lo que veo está a mi alcance, por
principio al alcance de mi mirada, al menos realzado en el mapa del yo puedo. Es decir, de las posibilidades
de mis operaciones motrices. Cada uno de los dos mapas es completo. El mundo
visible y el de mis proyectos motores son partes totales del mismo ser” Esto es
importante porque muestra cómo se constituye un hábito en un trabajo de taller.
Porqué un arquitecto o un diseñador van a la facultad y aprenden a hacer las
cosas de determinada manera y adquieren un hábito de hacer las cosas que es
difícil de transformar. Es un hábito incorporado o hecho cuerpo del cual es
difícil deshacerse. Parecería que esto que estamos planteando en este momento
respecto del proceso de constitución de un hábito corporal algo tiene que ver con el habitus en el sentido social. No lo
vamos a desentrañar pero vale enunciarlo. “Visible y móvil, mi cuerpo está en
el número de las cosas. Es una de ellas. Pertenece al tejido del mundo y su
cohesión es la de una cosa. Tiene las cosas en círculo alrededor de sí. Ellas
son un anexo o una prolongación de él mismo. Están incrustadas en su carne y
forman parte de su definición plena y el mundo está hecho con la misma tela del
cuerpo.
Vamos a explicar esto dando un ejemplo que
Merleau-Ponty toma de Husserl, que es muy sencillo. Si yo tomo con mi mano
derecha mi mano izquierda, mi mano derecha es tocante y mi mano izquierda es
tocada. La mano derecha como tocante es
un sujeto. Mi mano izquierda como tocada es objeto. Inmediatamente que se produce
esto se produce su inversión. Mi mano tocada también se puede convertir en
sujeto y mi mano tocante en objeto. Lo mismo que ocurre entre mi mano derecha y
mi mano izquierda puede ocurrir entre mi mano y la mano del otro. Pongámoslo en
estos términos. Yo voy y le doy la mano al otro. Yo tengo una mano grandota y
con esa mano grandota le estrujo la mano al otro. Si se diese la situación
inversa, resulta que yo le doy la mano queriendo ser sujeto yo del acto de
darle la mano al otro, pero el otro tiene una mano tan grande que yo quedo
aprisionado en su mano y acabo siendo yo el objeto de su acto de dar la mano.
Yo me quedo con la mano colgando y él apretando mi mano. Mi mano se convierte en objeto de la mano del
otro que es sujeto. De algún modo, en la corporalidad la dialéctica del amo y
del esclavo existe también. Yo termino siendo el esclavo del acto de dar la
mano del otro. Se dan relaciones de dominación en el acto de la corporalidad,
en términos de ser sujeto (amo) u objeto (esclavo). El que es sujeto es el que
domina y el que es objeto es el dominado. Supongamos que las dos manos son
manos equivalentes y que cuando el otro me da la mano yo también se la tomo
fuertemente. Empieza esta cuestión de pelear por quien domina la mano del otro.
Estamos en una relación de lucha por el predominio y por establecer quién es el
sujeto y quién es el objeto. Tenemos esta posibilidad de la reversión, en el
sentido de que en algún momento uno se sienta objeto y en otro momento uno se
sienta sujeto. Esto es parte de una dinámica de la corporalidad que es
permanente. Uno puede pensarlo de modo muy jocoso, pero es parte de una
realidad de la que no nos damos cuenta que existe, pero con la que estamos
operando todo el tiempo. Los procesos de dominación incluso son visuales. Esto
es algo que ocurre cotidianamente todo el tiempo, más allá del grado de
abstracción manejado acá, cuando hablamos de cosificación del otro, la mirada
cosificadora y el cuerpo cosificador del otro.
De la misma manera en que podemos plantear la relación
de mi mano con la mano del otro, podemos plantear la relación de mi mano con
las cosas. Sin duda, yo manipulo las cosas y los objetos. Los toco y soy tocado
por ellos. Cuando yo toco un objeto caliente, retiro la mano porque el objeto
en cuestión me quemó. De algún modo, recibo en mi mano una respuesta o vivo en
mi mano como una respuesta, como interpelación del objeto sobre mí, que me
devela el objeto caliente. Fíjense ustedes que hay dominios pasivos respecto de
los objetos. Yo utilizo un objeto como un medio para un fin pero puedo
encontrar que ese objeto que es un medio para un fin termina dominándome a mí. Por ejemplo, el
ciego se mueve y se orienta con el bastón. Llega un momento en que el uso
ortésico de los objetos se convierte en parte de mi cuerpo y no puedo vivir sin
estos objetos ortésicos. Los anteojos, por ejemplo. Nosotros estamos
acostumbrados a pensar que la constitución de la espacialidad es visual porque
vemos. El que es ciego, ¿tiene una noción del espacio? Sí, claro que la tiene.
De lo contrario, no se podría mover en el espacio. ¿Cómo constituye la noción
de espacio? A partir de otros elementos, que no son la visión porque no ve.
Entre ellos, la utilización del bastón. El bastón es una órtesis tal que
parecería que la punta de mis dedos se juntan con la punta del bastón. Toco los
objetos, no con la punta de mis dedos, sino con la punta del bastón. Pero la
punta del bastón es la punta de mis dedos. Y así es como me muevo en el mundo y
como detecto los objetos y constituyo una relación espacial con ese mundo.
Cabe preguntarse porque esto es posible y entra en
juego el tema de la transgresión intencional y el problema de qué es el cuerpo
propio. Es la clave para entender porque hay lenguaje, porque hay sentido y
porque hay sociedad. Merleau-Ponty plantea esta cuestión: “Yo soy parte del
mundo, soy un cuerpo. El mundo es parte de mí y yo soy una cosa entre las cosas
y las cosas son parte de mi tejido, son parte de mi cuerpo. Y esto es
justamente lo que muestra la relación protésica. Yo puedo tomar un objeto,
incorporarlo a mí y convertirlo en una prolongación de mi propio cuerpo.
“Visible y móvil mi cuerpo está en el número de las
cosas. Mi cuerpo está en el número de las cosas. Es una de ellas. Pertenece al
tejido del mundo. Mi cuerpo pertenece al tejido del mundo. Y su cohesión es la
de una cosa. Pero puesto que ve y se mueve tiene las cosas en círculo alrededor
de sí. Ellas son un anexo. Las cosas son un anexo o una prolongación de mi
cuerpo. Forman parte de su definición plena y el mundo está hecho con la misma
tela del cuerpo”.
Esto que plantea Merleau-Ponty es en definitiva lo que
está detrás de esto que estábamos planteando antes respecto de la
indiferenciación entre mi cuerpo y el cuerpo del otro. La indiferenciación no es una falencia, sino
una propiedad del cuerpo propio. Es la posibilidad que el cuerpo propio tiene
de dirimir lo que tiene en derredor como un anexo de sí mismo. Cuando estamos
hablando de la indiferenciación no es una falencia sino una propiedad, una
capacidad en el sentido positivo. Es el cuerpo propio el que hace posible
apropiarse de todo lo que tiene en derredor y constituirlo en parte de sí
mismo. Si el cuerpo no tuviera esta capacidad, no podríamos aprender a hablar,
no podría constituirse el sentido del mundo como un sentido social y seríamos
máquinas encerradas dentro de sí en el mismo sentido en que lo planteaba el
cartesianismo. Si el cartesianismo es superable, es porque somos un cuerpo y
porque la propiedad del cuerpo es esto que Husserl y Merleau-Ponty llaman transgresión
intencional, esta capacidad que el cuerpo tiene superponerse y de acoplarse al
cuerpo del otro y de apropiarse del sentido que el cuerpo del otro realiza y
esto sólo es posible en la conducta o el comportamiento. Porque el proceso de
aprendizaje no es un proceso de imitación, sino que es una apropiación que el
cuerpo hace del comportamiento del otro. Esta apropiación tiene que ver
justamente con esta transgresión intencional o transferencia, en donde como
dice Merleau-Ponty, las intenciones del otro juegan de alguna manera a través
de mi cuerpo y mis intenciones juegan a través del cuerpo del otro.
Con respecto al problema del lenguaje, Merleau-Ponty
dice casi exactamente lo mismo, con casi las mismas palabras. Detrás de esto,
está el tema de las posibilidades de mi cuerpo y de las posibilidades del
cuerpo del otro. Es decir, la transgresión intencional, esta posibilidad de
apropiarme de lo que el cuerpo del otro hace como sentido de sus operaciones es
una virtud del cuerpo y no del pensamiento o reflexión intelectual. Detrás de
esto está la posibilidad de lo que llamamos empatía y simpatía. Porque la
empatía y la simpatía son en definitiva posibilidades del cuerpo.
Pregunta de alumna: ¿Son equivalentes la empatía y la
transgresión intencional?
Hay empatía porque hay transgresión intencional, pero
no se puede decir que sean lo mismo. El fundamento de la empatía es la
transgresión intencional, esta posibilidad que yo tengo de trasponer los
límites de mi propia corporalidad e incorporar y apropiarme de la corporalidad
del otro, de su gestualidad, de lo que la gestualidad tiene inscripta en sus
actos o comportamientos como sentidos que valen para mí en medida en que yo
tenga la misma posibilidad de hacer lo que el otro hace. Aparece el juego de las
posibilidades y de la igualdad de posibilidades. Yo no puedo hablar hasta tanto
no tengo la posibilidad de hablar. El otro habla pero yo no. Todavía yo no
tengo desarrollada la posibilidad de la articulación. Lo que el otro habla
mientras yo no puedo articular no tiene el mismo sentido que tiene para el
otro. Empieza a tener el mismo sentido que tiene para el otro los cuando yo
puedo articular. Ahí es cuando yo descubro el lenguaje y descubro el verdadero
sentido de la gesticulación del otro como gesticulación lingüística. Hasta
tanto que yo no puedo articular algún sentido de esa articulación lingüística
hay para mí.
En la medida en que yo no puedo igualar en términos de
posibilidades de mi cuerpo las posibilidades del cuerpo del otro, hay
asimetría. Por ende, no comprendo plenamente la palabra del otro. Comprendo
algunas cosas. Pero descubro el fenómeno del lenguaje en el momento en que yo
puedo articular, cuando mi posibilidad se iguala a la posibilidad del otro. Ahí
es donde se produce la gran transformación. Lo que antes era un ruido con
sentido de golpe se transforma en la posesión de la palabra.
Que esta propiedad de la corporalidad que es la
transgresión intencional, que tiene que ver con esta sociabilidad sincrética y
con esta idea de la pre-comunicación, de la que habla también Max Scheller, se
vea de algún modo quebrada, por el desarrollo psico-genético y por la aparición
de facultades intelectuales superiores, gracias a las cuales el niño empieza a
diferenciarse, no quiere decir que la virtud de la corporalidad, en el sentido
de la transgresión intencional, desaparezca. Esto supone que lo propio de la
corporalidad es la transgresión intencional y que por ende esa transgresión
intencional es el fundamento de la constitución del sentido del mundo. En donde
nosotros de algún modo superponemos a esta modalidad corporal otro tipo de
facultades como las facultades intelectuales y discursivas. Pero que no
reemplazan, coexisten con ella. No es que el pensamiento discursivo reemplaza a
nuestra manera inmediata de conectarnos corporalmente con el otro. No dejamos
de percibir con nuestros ojos al otro. Tampoco dejamos de oírlo. El otro sigue
siendo alguien para nuestra sensibilidad y para nuestra percepción, es decir,
para nuestro cuerpo. No es que nosotros inteligimos al otro. La posibilidad de
la reflexión sigue estando fundada en la evidencia preceptual. Por eso, cuando
veíamos algunos aspectos del prólogo de la Fenomenología
de la percepción, en donde justamente lo que se plantea es la diferencia
entre el mundo objetivo-científico y el mundo vivido y cómo el sentido de lo
vivido no es lo mismo que el sentido de lo objetivado y cómo el sentido de lo
objetivado nace y se desarrolla a partir del sentido vivido, pues la ciencia es
la percepción segunda respecto de lo vivido, esto muestra esta idea de que en
la relación que nosotros tenemos con el sentido, siempre estos distintos
niveles co-existen y no son reemplazados unos por otros. Esta co-existencia es
la que nos permite al mismo tiempo (hagamos con esto una pequeña bajada a la
cuestión de cómo entendemos el sentido cuando vemos algo, porqué el sentido se
entrega a la visión. Porqué incluso hasta aquellas formas más sofisticadas
creadas por un diseñador sin embargo son aprehendidas inmediatamente por una visión
que se apropia del sentido de lo que ve, más allá de que después pueda
reflexionar acerca de ello. La reflexión no es ni más ni menos que este segundo
momento en donde lo que se me presenta como un mundo y como una totalidad, lo
empiezo a desmenuzar en sus contextos particulares. De la misma manera en que
tengo adelante un campo visual en su totalidad y lo exploro a partir de los
modos en que conformo ese campo en términos de figura-fondo y por consiguiente
voy intentando que los elementos que están en el campo que sin embargo en un
principio los tomo como totalidad o como aprehensión de una totalidad vaya
pudiendo pasar uno a uno y destacarlos del fondo. Ese proceso de exploración
que los saca del anonimato general es una operación que hace mi percepción y mi
cuerpo. En realidad, lo que uno puede ver es que cuando leemos, cuando vemos
una imagen, cuando estamos frente a un espectáculo visual, tenemos una
aprehensión inmediata del sentido de lo que vemos, a la cual se le pueden
aplicar innumerables operaciones de distinto orden: de orden puramente
perceptual, en donde recorremos y exploramos el objeto y además una innumerable
cantidad de operaciones del orden de la intelección, del orden de lo
intelectual, en donde intentamos decodificar sentidos convirtiéndolos en
sentidos explícitos de una exploración reflexiva y ya no de una exploración
perceptiva.
Tomemos el ámbito publicitario. ¿A qué juega el ámbito
de lo publicitario? ¿El ámbito publicitario juega a la reflexión intelectual o
a la aprehensión inmediata del sentido de lo que se ve? Una buena publicidad
juega con eso. Juega con la inmediatez del sentido de lo visual. Pero para que
pueda jugar con eso, el sentido de lo visual, en tanto que inmediato, tiene que
ser posible para el sujeto que es el receptor. Si no fuese posible eso, no
tendría sentido pensar o trabajar en función de una aprehensión inmediata de
ese sentido. Ustedes ven como en realidad uno encuentra en el campo teórico
herramientas para comprender cómo se opera en el campo práctico, en donde uno quiere
de algún modo generar condiciones desde el campo teórico para que el campo
práctico se desenvuelva con eficacia. Porque si no pongo esas condiciones, el
campo práctico no me sirve. Si yo pongo elementos cuya descontextualización
visual es muy difícil de entender porque requiere procesos de elaboración muy
sutiles e intelectuales que no los hace visibles a primera vista, estoy errando
a la comprensión del mensaje visual y entonces el sujeto aparece desconcertado,
no entiende qué es lo que le quieren decir o transmitir. Le puede gustar o no
gustar, pero no entiende lo que tiene que entender. Si no lo puede entender no
sirve y la publicidad es mala. Ustedes ven como en definitiva, si bien uno está
intentando de cierta manera más o menos compleja desarrollar condiciones
teóricas respecto de ciertas cosas, al mismo tiempo estas condiciones teóricas
son condiciones prácticas. Porque muestran el camino por donde los procesos de
eficacia comunicativa son posibles o caminos de optimización de la comprensión
de los fenómenos comunicativos en donde se busca la aprehensión inmediata del
sentido de lo que está puesto y no procesos largos de elaboración costosa y
reflexiva que a aburren al sujeto.
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