El encuentro con los demás
La
tragedia de Oblomov
Jean Wahl
funda en Paris el Colegio Filosófico, q fue durante algunos años el lugar del
pensamiento vivo en Francia. Se oían discursos no académicos, se llevaban a
cabo nuevas investigaciones, que no tenían su lugar ni en la universidad ni en
las grandes revistas. En un clima de curiosidad por todo, ningún tema quedaba
fuera del campo de investigación de la filosofía. El filósofo se sentía
liberado, se reconciliaba ahora con el mundo vivido y todos los temas atraían
su reflexión, y sobre todo aquellos, q antes no había podido tratar sin
rebajarse.
Con el descubrimiento de Hegel, Husserl y Heidegger, la filosofía ya no
podía contentarse con la respuesta cartesiana “yo soy un ser pensante” a la
pregunta “¿Quién soy?”. La realidad humana ya no se definía tan solo por la
razón sino por el encuentro con los demás y la relación con el ser.
La obra de
Emmanuel Levinas solo era conocida por un pequeño circulo de especialistas y
hubo q esperar mas de treinta años para q su trabajo tuviera resonancias en la
vida intelectual. ¿Qué es la existencia?. Levinas responde con la narración del
drama q abruma al pobre Oblomov, celebre personaje de la literatura rusa q
padece un mal común: la pereza. Aspira a una calma total y nunca logra realizar
por completo su ideal. Vive de las rentas de sus tierras. Tiene que ocuparse de
la administración, vivir, y su pereza se revela contra todas esas concesiones.
Se enclaustra y se refugia en la apatía, y hasta impide q la luz del día entre
dentro de la habitación. Aun cuando decidiera de una vez por todas romper todo
lazo con el mundo exterior, aun así le quedaría esta realidad, este peso: la
existencia. Uno puede hacer huelga en cualquier actividad, menos en ser.
Existir,
dice Levinas, es un peso y no una gracia. Es un encadenamiento de uno mismo con
uno mismo.
Detrás del
“hay que hacer”, Oblomov percibe un “hay q ser” mas desalentador aun. Porque
ese perezoso no es un defecto sino que es un ser que rechaza su condición de
ser. El hombre se arredra ante la existencia, va arrastrando los pies, a veces
quisiera decir “un momento de respiro”, pero la evasión es imposible, pues el
hombre esta encajado en el ser.
El miedo
a la oscuridad
Apenas la cuestión
del “ser” aparece en el centro de un texto, la mayoría de los lectores se
aparta inmediatamente.
Levinas
debe a la gran distinción heideggeriana entre el estar aquí y el ser: el miedo
experimentado por el niño que esta solo en la oscuridad, cuando el niño no
puede dormir, y todas las luces están apagadas, se pone a escuchar el murmullo
impalpable de la noche. En toda la habitación reina el silencio, las cosas
parecen retornar a la nada y sin embargo el oído al acecho percibe una extraña
batahola en la inmovilidad. No hay nada, pero ese vacío es denso, esa paz es un
alboroto. Siempre hay, aun cuando no
haya algo; eso es lo q comprueba el niño. En el silencio nocturno lo q
horroriza es, no la muerte sino el ser. En el medio del silencio mas puro,
cuando están suspendidas las actividades cotidianas, cuando todo duerme
alrededor, lo q surge en lugar de la nad es un chapoteo casi inaudible, una atmósfera,
una materialidad. Al llegar el día, cada cosa vuelve a ocupar su lugar. El
mismo yo retorna a su identidad. Asume un ser q es de nuevo su ser junto con
otros seres. Victoria incompleta, pues existir supone suspender el anonimato
del ser, forjarse, un universo propio, pero al mismo tiempo significa no poder
huir de la existencia, ausentarse de ella. Existir es permanecer, en virtud de
estar encadenado a uno mismo.
Sartre dice
que la existencia es una espesura que el hombre no puede abandonar. En Oblomov,
la pereza y la fatiga son malestares metafísicos, momentos en los que el que
existe asume la existencia, se siente definitivamente atrapado en ella.
Lo trágico
esta en el hecho de q el yo se encuentra encadenado a si mismo. La filosofía
espontánea opone la libertad (posesión de si mismo) a la alineación, q es
dominio del otro. La filosofía espontánea reclama para el sujeto una autonomía
y quiere asegurar el desarrollo pleno de su propia realidad al emanciparlo de
las fuerzas exteriores a las q empero permanece sujeto. Pero la pereza, la
fatiga o el insomnio descubren en el fastidio y el malestar de ser uno mismo la
alineación por excelencia.
El rostro
Para
ilustrar este conflicto Sartre eligió la situación: “Estoy en un jardín publico; no lejos de mi se extiende el césped y a
lo largo de ese césped hay unas sillas. Un hombre pasa cerca de las sillas”.
La
decoración es neutra y no existe ninguna trama. Lo que me hiere en pleno corazón
y sin remedio posible es el hecho mismo del otro. Alguien me ve y eso basta
para hacerme cambiar de mundo. De pronto me he convertido en alguien.
Observado, percibido por una mirada extraña; mi ser es ahora exterior, esta
enredado en otro ser. La aparición del otro en mi ambiente suscita un doble
malestar: su mirada me reduce al estado de objeto y ese objeto se me escapa
puesto q es para otro. Por ser visto quedo de golpe petrificado, adherido a mi
mismo y despojado de mi mismo. Bajo la mirada del otro, soy esto o aquello.
Frente al otro, q me posee al verme como yo no me veré nunca, soy “proyecto de
recuperación de mi ser”.
La realidad
humana es social antes de ser razonable. La vida es una novela en la q todo se
lucha. Todo es combate, aun los momentos más dulces. La caricia no es un simple
rozamiento, sino q es la modelación. Por tierna q sea, la caricia esta animada
por el deseo de hacer inofensivo al otro, de desarmarlo, de transformarlo en
objeto y cercarlo. Esta es para mi una manera de no encontrarme ya expuesto a
la mirada del otro, de no estar poseído y de ser, por fin dueño.
Lo q le
interesa a Levinas y Sartre es la situación en la q uno no esta solo, el
nacimiento del sujeto al enredo con los demás. La relación social es “el
milagro de la salida de si mismo”. Antes de ser la fuerza q ataca o q hechiza
al yo, la otra persona es la fuerza q rompe las cadenas q atan el yo a si
mismo, q lo libera del fastidio, del peso de su propia existencia. Antes de ser
mirada, el otro es rostro.
Llamamos
rostro la manera en q se presenta el otro, al superar la idea del otro en mi.
El rostro es algo q se escapa permanentemente. Siempre hay un exceso o
diferencia en relación con lo q yo se de el. El rostro es la resistencia q opone
el prójimo.
Poner buen
rostro, cambiar el rostro, a rostro descubierto son expresiones q revelan las
dos acepciones contradictorias q tiene la palabra “rostro” en el lenguaje
corriente. El termino designa a la vez la apariencia y la esencia q se disimula
en el y q se traiciona en el. El rostro es el lugar del cuerpo en el q el alma
se muestra y se disfraza. Uno se maquilla para gustar o engañar. Cada cual
quiere manejar su propio rostro, servirse de el como un arma: cada uno quiere
disimular sus penas o preocupaciones.
Pero
Levinas dice q esta antitesis de ser y parecer no es decisiva. El rostro del
otro esta desnudo antes de ser ficticio o autentico, pintoresco o trivial,
seductor o repugnante. Desnudo, despojado de sus propiedades mas intimas, exterior
a la mentira y a la verdad, “el rostro es esa realidad por excelencia en la q
un ser no se presenta por sus cualidades…”
Pero esa
realidad sobre la cual yo no tengo ningún dominio es una piel que no esta protegida por nada. Es la parte más
inaccesible del cuerpo y la mas vulnerable.
El rostro
me acosa, me compromete a ponerme en sociedad con el.
Piel con
arrugas
El rostro
no es un paisaje.
Piel con
arrugas: este es el único elemento descriptivo, la única marca observable q el filósofo
del rostro concede al lector. En virtud
de su desgaste, de los surcos q lo atraviesan, el rostro se me escapa y al
mismo tiempo me manda q no lo deje solo. El prójimo no esta todo entero en lo q
veo de el.
En la
acepción común, el rostro es solamente rostro joven. ¿Qué es, la vejez sino la
deformación de los rasgos, los estragos q produce el tiempo en los seres hasta
hacerlos irreconocibles? La vejez es devastación el rostro. Levinas invierte
esta perspectiva y dice, el rostro es
viejo. La vejez no es lo q lo desfigura, es lo q lo define.
La
vergüenza
Nunca hay q
hablar bien del prójimo pues por ese camino se puede llegar a hablar mal de el.
Cuanto más se distingue el otro, mas lo detesto por la admiración que me veo
obligado a tributar a sus hazañas. Mis alabanzas exigen ser vengadas. La
prudencia aconseja callar el elogio a fin de no sucumbir enseguida a la
tentación de denigrar a la persona alabada.
Si el otro
es lo q es, deja de ser otro. Su exterioridad queda englobada. Uno no libera al
otro dotándolo de una esencia única aunque sea prestigiosa; así uno se libera
de el. Ese rostro ya no acusa, ya no suplica; ha dejado de darnos vergüenza. La
calumnia restableció el orden.
La
turbación frente al otro precede a las ideas q nos hacemos de el. Verdaderas o
falsas. Lo que me detiene, lo q paraliza mi espontaneidad es, no la mirada
cosificante del otro, sino su soledad y desamparo, su desnudez sin defensa. Lo
q de pronto me hace enrojecer de vergüenza y me embaraza es mi libertad misma:
no me siento agredido, siento q yo mismo soy el agresor.
El rostro
del otro es doblemente saludable en la medida en q libera al yo de si mismo y
en la medida en q lo desembriaga de su complacencia y de su soberbia. Ser,
alineación original, significa estar uno clavado a si mismo, pero tmb significa
invadir el mundo sin precaución.
El
animal en la jungla
El
encuentro con el otro hombre provoca la responsabilidad, no el conflicto.
La relación
ética es anterior a la aparición de las libertades. El bien se apodera de mi y
se me impone sin mi consentimiento. Me elige, antes de q yo lo haya elegido.
Puedo desobedecerle pero no escapar de el. El mal es incapaz de borrar la
vergüenza. El mal se manifiesta como pecado, como responsabilidad del rechazo
de las responsabilidades.
¿Qué es el
amor al prójimo? Una modalidad de la condición humana. Por efecto del rostro,
la bondad se manifiesta al sujeto como una liberación y como un destino. La
bondad no resulta del “yo quiero” activo, es ajeno a toda especie de voluntad.
“el acto
mas sublime es el de poner a otro antes que uno mismo” a este aforismo de
Blake, Levinas le agregaría: el acto en cuestión no procede de una decisión
magnánima, sino de una conminación a la q es imposible sustraerse.
Nadie es
bueno voluntariamente; uno no decide obrar contra su propio bien.
Moral y
pasión presentan afinidades a las q no
han prestado suficiente atención ni los moralistas de ayer, ni los militantes
contemporáneos del deseo.
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