IZUTSU – El koan zen
El interior y el exterior en el budismo zen
I
En la formación espiritual del Extremo
oriente, el problema de la distinción y de la relación entre el interior y el
exterior ha jugado siempre un papel determinante. Es un problema que ha
contribuido enormemente al desarrollo y a la profundización de varios aspectos
de la cultura.
En toda buena pintura debe
operarse una correspondencia armoniosa entre el ritmo interior del ser humano y
el ritmo vivo de la naturaleza exterior. Cuando un pintor consigue actualizar
este principio, su obra se llena de una particular especie de energía
espiritual, en pulsación rítmica con la vida. El espíritu humano se encuentra
allí en comunión directa con la realidad interior del Cielo y la Tierra.
Esto sólo es posible con la
realización activa del ser humano en el acto de pintar, con toda su vitalidad
espiritual puesta en el trabajo. El pintor debe armonizar su espíritu con el
espíritu de lo pintado e infundir ese espíritu en su obra mediante el poder de su
pincel. Si lo logra, el espíritu de la cosa se hará de tal modo evidente, que
se extenderá lleno de vida sobre el
papel en consonancia perfecta con el ritmo interior del artista.
Se debe reconstruir todo el
proceso para sacar a la luz la dialéctica subyacente del interior al exterior. Es condición
indispensable para la realización de toda obra de arte una completa y total
identificación del artista con el “alma” de su modelo, lograr una unidad. Para
esto el artista debe rechazar toda agitación espiritual que pueda alterar su
paz espiritual. Solo en medio de una profunda paz podrá penetrar el misterio de
la Vida cósmica que irradia de todas las cosas y ponerse en armonía con la obra
de la naturaleza.
El pintor debe intentar el
acceso, por medio de la meditación, a un
estado de no “agitación” espiritual, de profundo silencio interior, que coloque
su espíritu en una libertad y una paz totales (espíritu purificado).
El espíritu purificado
contemplará intensamente el objeto a pintar, más allá de su forma material y
penetrando en su interior. Proyectará por entero su propio Ser en el espíritu
vivo del bambú. En ese instante, habrá captado el objeto desde el interior, o
dicho según la expresión característica de la estética oriental, “se habrá
convertido en el objeto”.
El objeto pintado es la
expresión inmediata del ritmo interior del espíritu del artista, puesto en
armonía con el espíritu vivo del objeto. La imagen del objeto es, en este
sentido, una exteriorización de lo interior.
Debido a la identificación afectiva
con la que se ha pintado el objeto, la imagen se considera como una
auto-expresión del mundo exterior a través del pincel del artista.
Doble exteriorización: el pintor
exterioriza su interior, su realidad espiritual. La naturaleza también, su ritmo
interior de vida que impregna y recorre el universo entero.
El arte de la caligrafía
testimonia más directamente este proceso de exteriorización de lo interno. La
caligrafía extremo oriental es la pintura del espíritu. Al contrario que la
pintura, la caligrafía está compuesta por signos y símbolos fríos, inerte,
abstractos. Pero estos dejan de serlo para hacerse manifestaciones exteriores
del espíritu humano.
Al menos habrá que subrayar que
tal fórmula: “la caligrafía es la pintura del espíritu”, no significa
simplemente que los movimientos del pincel revelen el carácter del calígrafo.
La fórmula significa más bien que una obra debería expresar un alto nivel
espiritual, ser una manifestación exterior de los estados interiores de un ser
humano espiritualmente disciplinado. Sólo en este sentido puede ser considerada
la caligrafía como un arte espiritual.
Después de años enteros de
esfuerzo intensivo y riguroso aprendizaje, el calígrafo puede sentir la
totalidad de su interior espiritualizado, que comienza a verterse súbitamente
fuera de él mismo hacia el extremo de su pincel. El es incapaz de hacer algo,
es su “interior” quien le dicta los movimientos iluminativos que hacen de él un
verdadero calígrafo. A este nivel de
disciplina espiritual, la caligrafía se convierte en un arte típicamente
extremo oriental de “exteriorización del interior”.
II En
el budismo Zen esta distinción (inerior/exterior) es fundamental. La práctica
de la meditación es sin duda alguna el corazón y la esencia del Zen, trata de
detener la efusión
del espíritu hacia las cosas de “fuera”, para volverla hacia “dentro” de su
propia realidad “interior”.
El Zen utiliza, al menos en
apariencia, muchos problemas o pseudo-problemas con fines específicos.
En un contexto Zen, la pregunta
no es planteada para ser respondida, sino para ser rechazada categóricamente.
En el centro mismo de una tensión existencial de hombre a hombre, el discípulo
observa el modo como el maestro reduce inmediatamente a la nada ese
preuso-problema.
En realidad, su respuesta trata,
antes que nada, de invalidar no solamente el pseudo-problema planteado por el
monje (se está refiriendo a un ejemplo-pág. 62 y 63), sino que trata de anular
igualmente el estado de conciencia en el que ese monje se sitúa; trata de
anular de un golpe el distanciamiento espiritual entre Chao Chu y el monje.
El problema del interior y del
exterior es uno de estos pseudo-problemas. El Zen empieza por establecer una
neta distinción entre el interior y el exterior, los opone limpiamente y luego,
bruscamente, desconcierta a los principiantes afirmando de manera categórica
que tal diferencia no existe.
III
Comienza
contando una anécdota sobre el primer encuentro entre Tung Shan Shou Ch’u y el
maestro Yun Men.
Tung Shan Shou Ch’u: vengo de Ch’a
tu.
Yun Men: ¿dónde pasaste el verano?
Tung Shan Shou Ch’u: en tal lugar
y en tal otro en la provincia de Hu Nan.
Yun Men: te voy a premiar con 30
bastonazos (que bien te mereces). Ahora puedes retirarte.
Al día siguiente Tung Shan
le prgunto a Yun Men qué era lo que había hecho mal. Hay algo
típicamente Zen en este diálogo entre
Tung Shan y Yun Men. “¿De dónde vienes?” Es una de las tantas preguntas
de apariencia inocente, planteadas por un maestro Zen a un monje recién
llegado. Según la respuesta dada, el maestro puede ver claro inmediatamente en
el novicio. Sabe, por tanto, a qué atenerse en cuanto a su nivel espiritual.
“¿De dónde vienes?” va dirigida al fundamento mismo del ser de cada uno, al
lugar en el que se sitúa su propia existencia. Es una pregunta formulada en
términos de interior/exterior.
El joven Tung Shan merecía los
30 bastonazos porque interpretó la pregunta en términos de geografía exterior.
Su respuesta nada decía de su geografía interior.
Si analizamos la “experiencia
Zen” (es decir, la realización personal del estado de iluminación), en términos
de relación entre interior y exterior, nos enfrentamos a dos posibilidades
teóricas:
- El interior se convierte en exterior, o es
exteriorización del mundo interior (al que hace referencia la expresión
tan corriente de que “el hombre se convierte en la cosa”): se realizará
rápidamente la experiencia del propio “yo”, perdiendo su identidad
existencial y fundiéndose enteramente en el objeto “exterior” con el cual
se identifica.
- El exterior se convierte en interior, o es
interiorización del mundo exterior: lo que hasta ahora ha sido considerado
como “exterior” al ser de uno mismo es súbitamente vivido como interior al
espíritu. Entonces, todo cuento se desarrolla y se observa en el llamado
mundo exterior es percibido como una operación del espíritu. Todo
acontecimiento “exterior” se vive como acontecimiento “interior”. El mundo
“exterior” queda recreado en una dimensión distinta y se convierte en
paisaje “interior”. En semejante estado, el espíritu del ser humano deja
de ser el espíritu individual de una persona individual. Es lo que el
budismo designa como el espíritu.
La correspondencia ente el interior y el exterior,
en tanto que conduce a una identificación total entre ambos puede ser
claramente observada bajo una forma muy rápida y concentrada en la experiencia
que consiste en” vivir” un cierto instante decisivo durante el cual se realiza
una breve comunión entre el interior y el exterior. Una mínimo rotura se
produce en un nivel espiritual específico y la iluminación se encuentra ya
allí.
Muchos
alcanzan este “despertar” por el efecto de una percepción sensorial
insignificante. Cuando el espíritu se encuentra espiritualmente maduro, todo
puede servir de chispa y desatar de modo imprevisiblemente la explosión de
energías interiores.
¿Por
qué llega a producirse la iluminación? Para que tenga lugar, es necesario que
la unidad absoluta del interior y del exterior llegue a la restallante
(sinónimo: crocante, crujiente) luz de la conciencia en su simplicidad
original.
El
instante de la iluminación, según el Zen, llega cuando un ser humano recubre la
conciencia del sujeto y del objeto en un plano espiritual que trasciende la distinción.
Esta
experiencia es, en resumen, súbita toma de conciencia de la transparencia
ontológica de todas las cosas, a la vez de las coasas que existen en el mundo
“exterior” y del sujeto humano que se supone que las contempla desde afuera. A
la vez, las cosas “exteriores” y lo “interior” del hombre pierden su opacidad
ontológica, se hacen totalmente transparentes, se interpretan y se sumergen lo
uno en lo otro.
Así
sucede en el budismo. Sujeto y objeto, interior y exterior, son percibidos como
dos luces diferentes que, aunque independientes, se penetran libremente una a
la otra sin que ninguna de las dos suponga obstáculo para la otra. Llegan
incluso a fundirse en una luz única, que lo penetra todo y se ilumina a sí
misma como un todo puramente luminoso.
IV hay que examinar las dos posibilidades teóricas
de interpretación de la experiencia Zen, o la visión Zen del Ser, formada por
la exteriorización del interior y la interiorización del exterior.
En un contexto Zen, la exteriorización del interior empieza con la pérdida
de la conciencia del ego en el hombre que se enfrenta a un objeto “exterior”.
El ser humano se pierde en el objeto. “El hombre se hace cosa”.
Cuando
uno se encuentra en estado total de unidad con el “objeto” que sea, tal estado
aun no es el Zen. Puede llevar al Zen, pero puede llevar a una cosa muy
distinta. La iluminación, aun queda lejos de su realización.
Este
estado es una especie de inconsciencia que implica la total separación del
“yo”. Lo que aquí se ha actualizado realmente es Algo absolutamente
indiferenciado y indivisible: una pura conciencia sin sujeto ni objeto. Para
que haya una experiencia de iluminación, el ser humano debe ser despertado de
esta conciencia pura. El Algo absolutamente indiviso se divide nuevamente en “yo” y, por ejemplo,
en Flor (si el sujeto hubiera estado frente a esa flor y se hubiera hecho
cosa). Y en el preciso instante de esa división, la flor emerge de modo súbito
como Flor absoluta. Es una flor que se abre en una atmosfera espiritual
esencialmente diferente de aquella en la que se abre una flor ordinaria.
Aquí
tenemos la visión de la realidad característica del Zen y claramente descrita
en sus tres estadios:
- Estadio inicial: experiencia del mundo que
tiene el ser humano común. Conocedor y conocido claramente diferenciados.
- Estadio intermedio: estado de identificación
absoluta, unificación total (anterior a la distinción sujeto-objeto). No
hay “yo” que vea ni montaña que sea vista.
- Estado final: de libertad y quietud
infinitas. El Algo indiviso se divide en sujeto y objeto.
V
ahora el proceso inverso (interiorización del exterior), proceso por el cual,
el mundo de la Naturaleza se interioriza y se asienta en tanto que paisaje
“interior”. El acontecimiento espiritual es el mismo en ambos casos.
En la interiorización del
exterior el ser humano experimenta súbitamente que aquello que pensaba que era
lo “exterior” a sí mismo, es en realidad “interior”. El mundo no existe “fuera”
de mi. Todo aquello que el ser humano había imaginado hasta ese instante que se
desarrollaba en el exterior de él mismo se ha producido en realidad en un espacio
interior.
Esta claro, en primera
instancia, que el “espíritu” de que aquí se trata es del ser humano en estado
de iluminación, el espíritu iluminado.
Este espíritu no funciona ni
puede funcionar de modo concreto más que si se identifica plenamente a nuestra
conciencia empírica. El espíritu es una realidad numénica que únicamente
funciona en lo fenoménico.
La estructura del Espíritu así
entendida es de una naturaleza aparentemente contradictoria, por una parte, es
enteramente distinta a la conciencia empírica en lo que ésta conlleva de
dimensión suprasensible y suprarracional del Ser; por otra parte, se identifica
completa e indisoluble a la conciencia empírica.
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