Edison
Otero
(Extracto)
Entre los estudios que
centran su objeto en una concepción activa de la audiencia,
se cita frecuentemente la investigación de Tamar Liebes y Elihu Katz -ambos de
la Universidad Hebrea de Jerusalem- sobre la serie estadounidense Dallas y su
recepción diferente en distintas culturas. Una motivación central de los
autores de dicha investigación es salir al paso de los teóricos del
imperialismo cultural, para quienes Dallas
sería un ejemplo -entre muchos otros- de la expansión hegemónica de la cultura
estadounidense en el mundo entero. Para que esa afirmación alcance algún grado
de verdad es necesario que, de una parte, haya un mensaje deliberadamente
incluído en los programas; que, de otra parte, tal mensaje sea decodificado por
el receptor tal como fue codificado por el emisor; y que, en tercer lugar, los
receptores lo acepten acríticamente y lo incorporen en su cultura. Contra estos
supuestos, Liebes y Katz argumentan que "..la ideología no es producida a
través de un proceso de estímulo y respuesta sino más bien a través de un
proceso de negociación entre varios tipos de emisores y de receptores. Para
comprender los mensajes percibidos por los televidentes de un programa,uno no
puede quedar satisfecho con generalizaciones abstractas derivadas del análisis
de contenido, por sofisticado que sea. Lo que debe estudiarse es la interacción
de hecho entre el programa y sus televidentes" (1990, 4)
Los investigadores estructuraron una muestra de 400 participantes,
organizados en los siguientes subgrupos: 10 grupos de árabes israelíes, 16
grupos de israelíes de origen marroquí, 10 grupos de rusos recién emigrados a
Israel, 6 grupos de los kibbutz, 10 grupos del área de Los Angeles -en los
EEUU- y 11 grupos del gran Tokio, en Japón. Cada grupo, formado por séis
personas, se reunió en el living de la casa de una pareja, vió un episodio de
la serie, respondió un cuestionario y participó en un focus-group
inmediatamente después. Los autores cuidaron que se cumplieran los
requisitos de igual origen étnico, nivel educacional y edad semejante, de modo
que los participantes compartieran una serie definida de actitudes, valores y
relaciones sociales.
Eludiendo el variado y
riquísimo detalle de la investigación -resumidamente entregado por los investigadores
en su libro The Export of Meaning-,
el hecho lato es que el resultado muestra que los diferentes
grupos étnicos decodifican Dallas según su pertenenecia subcultural, incluyendo
la muestra japonesa, país en el que la serie fue un fracaso. Contradiciendo
claramente los supuestos del enfoque del imperialismo cultural (Morley 1993)
-característicos de la teoría crítica de la sociedad y de los estudios
culturales ingleses- la investigación de Liebes y Katz desarrolla las
siguientes conclusiones relevantes:
1.
El análisis de contenido de los programas televisivos no es suficiente. Las
decodificaciones de la audiencia pueden tomar por sorpresa a este tipo de
análisis.
2.
Es imprescindible reconocer las habilidades decodificadoras de las audiencias.
Son capaces de operar también críticamente, en diferentes modos y medidas.
3. Los estudios de recepción de la ficción y otros géneros televisivos
deben aplicarse a un espectro mucho más amplio de situaciones culturales, para
obtener validez.
Las implicaciones polémicas
de la investigación de Libes y Katz, así como otras del mismo tipo, son
formuladas explícitamente por los autores. Los resultados y conclusiones
desafían abiertamente a enfoques como el de George Gerbner, que ven al receptor
en términos pasivos; a los teóricos del cine de inspiración psicoanalítica, que
suponen al televidente regresando a un estado infantil; y a otros que creen ver
al telespectador en estado semi hipnótico frente al aparato. Por otro lado,
Liebez y Katz afirman que los estudios de recepción están acercando
progresivamente posiciones anteriormente excluyentes; los teóricos críticos,
los culturalistas, han estudiado los textos reduciendo a sus lectores a la
insignificancia; los gratificacionistas han estudiado a los lectores con prescindencia
de los textos. Se abre paso, pues, la admisión de un proceso de interacción entre
textos y lectores o, mejor dicho, entre diversos tipos de lectores y diversos
tipos de textos (1990, 18-19). Pero, lo que es más sustantivo, se produce la
admisión -tardía, en verdad- del concepto de ‘cultura’.
¿Qué hay de nuevo en todo
esto? Antes que un descubrimiento, tiene todos los rasgos de un
redescubrimiento. Liebes y Katz lo sugieren cuando hablan de "teorías del receptor activo nuevamente
revividas" (1990, 19). Para ser justos, se trata de la reaparición en
el escenario intelectual de la comunicación de una idea que tiene unas cuatro
décadas de existencia, en rigor nunca desaparecida. El modelo de efectos limitados,
cuya paternidad es reconocida a Paul Lazarsfeld, siempre ha supuesto un
receptor activo, selectivo y discriminador. La diferencia radica, a
nuestro juicio, es que la idea misma de ‘receptor activo’ ha ido ganando
espacios, ha sido progresivamente admitida en orientaciones que inicialmente la
rechazaron de plano. Por otra parte, es necesario admitir que con el llamado
‘análisis de la recepción’, alimentado con una variedad de vertientes teóricas
y disciplinarias, ha ido adquiriendo refinamiento y, sobre todo,
especificación. Desde una formulación general razonable, inferida desde
hallazgos tempranos de la sociología y la psicología social estadounidense,
comienza a producirse investigación de casos particulares concretos en los que
se manifiesta el fenómeno de una recepción en cada caso peculiar. Esta tarea,
lo hemos dicho, es vastísima, pero es el único camino científico admisible para
respaldar la tesis. Debiéramos no perder de vista que el tema de la naturaleza
de la audiencia de los medios de comunicación ha sido una de las controversias
más relevantes y duraderas en la historia de la investigación (Levy y Windahl
1985).
Un aspecto especificatorio
de estas orientaciones hacia la audiencia que resulta interesante de considerar
es, como lo afirma David Morley, "..el
creciente reconocimiento del contexto....En el caso de la televisión, es un
reconocimiento del contexto doméstico" (1989, 34). Otros autores han
hablado de una ‘ecología social’. En lo fundamental, se ha avanzado hacia la
convicción de que el consumo televisivo en su contexto doméstico es un consumo
negociado en tanto, se supone, se dispone de una oferta no única y de un solo
receptor (o, al menos, de una cantidad menor a la cantidad de miembros
de la familia). La decisión del programa a ver resultaría del cruce de los
intereses y de los roles reconocidos; por ejemplo, la autoridad de los padres,
las cuestiones de género, las diferencias de edad, etc. A lo cual debe
agregarse, lógicamente, la variable de la cantidad de televisores por hogar. A la
vieja idea de un televidente abstracto y descontextualizado, le sucede otra que
lo concibe concreto y contextualizado. El análisis contextual, se puede
inferir, deberá incorporar las cuestiones relativas al caso específico de cada
medio. No se lee diarios como se ve televisión, no se ve cine como se leen
libros; y no sólo porque la percepción sensorial esté apelada de modo
diferenciado en cada caso sino, además, porque el consumo mismo está socialmente
diferenciado. Todo ello puede parecer trivial, pero sólo a condición de
no haber jamás creído en medios de comunicación poderosos. Las variables en
juego son, por tanto, numerosas. Siempre estuvieron allí, pero un determinado
modo de mirar estuvo ciego para ellas. Herbert Gans ha podido decir que lo que
ha habido es "..la contínua
ignorancia de los investigadores sobre cómo la gente usa y vive con los medios
de comunicación" (Gans 1993, 32). Una vez más, se impone el
reconocimiento de lo poco que se sabe al respecto y de la necesidad de mucha
más investigación.
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